Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Caminando en sombras de muerte han visto una gran luz

por Diálogos con Dios


Los condenados andan en fila de a uno, encadenados, con grilletes en las muñecas, unos enganchados a los otros. Andan cojos, ciegos y... esclavos. Mudos no.
Hablan.
Hablan y hablan. Unos se quejan de suerte, como hicieron durante toda su vida natural, nunca supieron salir de ese engañoso estado comatoso de su incesante victimismo que les hacía sentirse pseudovivos. Otros predican. Predican y vociferan. Vociferan y se imponen, como si el llevar razón les consolase de no estar vivos. Otros hablan solos, hablan para sí mismos, no escuchan a nadie porque nadie les interesa. Y muchos de ellos preguntan, preguntan sin esperar respuestas, preguntan como si hubieran perdido el tiempo en su vida material, como si se les hubiera pasado el tren estúpidamente y se dan cuenta de que... ya es demasiado tarde.
Ya no es tiempo de respuestas ni de saberes, es tiempo de juicios.
Andan arrastrando los pies, arrastrando sus pesos, sus miedos y sus penas. Andan tristes, rabiosos e inconformes. Tienen frío, cuando hablan, un vaho sale de sus bocas aumentando la sensación de soledad y desamparo.
A su alrededor les acompañan las sombras.
Las sombras son seres ambiguos y oscuros que les incomodan y les fatigan, les quitan el resuello y les tapan la visión del horizonte. Las sombras se mueven incesantemente de aquí para allá, del principio de la fila hasta el final. No hablan, solo silban y ríen suavemente. Una risa insana y penetrante. Los condenados no ven y no quieren ver. Prefieren cerrar los ojos y ni siquiera los abren para mirar por donde van. No quieren ni intuir las sombras. Bastante tienen con oírlas.
Unos condenados lo son. Otros no. Todos caminan en tinieblas y sombras de muerte, pero no todos están destinados al abismo. Andan penando sus faltas a la espera del juicio. Todavía queda algún resquicio de esperanza para alguna de ellas...
De repente, una luz resplandece en el horizonte. En lo alto de la loma aparece un resplandor que es un conjunto de luces que se mueven. Se separan en filas, unos al lado de otros, ocupando toda la interminable cima de la colina. Por su parte la comitiva se detiene ante semejante espectáculo. Algunos condenados valientes se atreven a mirar y agudizan el ojo y el oído para captar algo. Las sombras se han detenido también y ya no silban ni ríen. Algo muy importante está pasando.
Las luces empiezan a descender a lo largo de la falda de la colina, como un manto de luz, como un río de vida que lo iluminara todo. Las sombras entran en ebullición y se mezclan y chocan entre ellas, han entrado en pánico y ya no silban contentas sino que gritan estridentemente. La almas condenadas están más asustadas que nunca y muchas se han tirado al suelo, como si eso les fuera a servir de algo en el estado de cosas actual.
Algunos condenados que quieren ver empiezan a reconocer formas en esas luces y oyen relinchos de caballos. Las luces son jinetes cabalgando decididos hacia la caravana de esclavos, como si fueran a aplastarla. Unos portan estandartes, otros espadas relucientes, otros no sujetan las riendas sino que llevan los brazos abiertos en cruz y algunos otros llevan lanzas enormes con escudos bellísimos. Todos recitan al unísono una cantinela... los condenados con el oído más abierto logran entender lo que viene recitando los jinetes y se lo cuentan a los otros:
—¡Es una oración, vienen rezando es... el credo!
—Creo en Dios Padre Todopoderoso...
Las sombras entendieron desde el primer momento quienes eran esas luces. Las luces son el ejército de los Santos. Las almas que aprovecharon su vida terrena para dejarse hacer por el altísimo vienen al rescate de aquellas almas que no lo aprovecharon tanto, pero que en el juicio resultarán inocentes.
Los santos rodean a la sombras en un momento y la lucha comienza. El poder del ejército celestial está en la fortaleza de sus armas, en sus fervorosas oraciones y en su altura desde dónde les es más fácil acometer al enemigo. El poder de las sombras radica en su volatilidad y su movimiento vertiginoso. Apenas tienen consistencia y es muy difícil acertar con su centro. Además, gritan muy estridentemente y ahogan el sonido de las oraciones de sus contrarios.
Mientras la lucha se enquista, los condenados se debaten entre el miedo y la esperanza.
—¡Nos arrastrarán a un destino todavía peor. Con las sombras estamos a salvo, estos que vienen no los conocemos de nada!
—¡Yo sí los conozco! Durante mi vida conocí a muchos de ellos... bueno, a muchos que se creían santos pero que no eran más que farsantes e iluminados que esclavizaban a su prójimo con miedos y culpabilidades. Se creían mejores que el resto y miraban por encima del hombro a todos, incluso a los que profesaban su misma fe.
—¡No. Yo conocí a gente buena con auténtica fe, verdaderos santos! Eran personas humildes y sencillas que siempre tenían un momento para escucharme y una mano que tenderme. Unos ayudaban con sus palabras, otros con su dinero y otros simplemente con su oración. Yo conocí a algunos personalmente.
—Entonces... ¿Porqué no estas con ellos?—le increpa uno, encadenado tres puestos más atrás.
—Me dio miedo.
—¿Miedo de qué? ¿No eran tan buenos y tan estupendos? ¿porqué no te fiaste de ellos y seguiste sus pasos y enseñanzas?
—Creí que ser como ellos implicaba renunciar a demasiadas cosas.
—Todos hemos renunciado a demasiado para conseguir cosas en nuestra vida— interrumpe un encadenado cercano.
—Pero yo creí que dependía de mí y de mis fuerzas. Nunca confié de verdad en el poder del cielo. Nunca comprendí que era un trabajo hacia adentro y que yo solo tenía que hacer una cosa...
Mientras la lucha arrecia a su alrededor, algunos condenados lloran, otros simplemente están bloqueados sin poder pensar en nada y otros tiran inútilmente de las cadenas en un desesperado intento de liberación.
—¿Qué cosa es esa? ¿Qué tenías que hacer?
—Decir Sí. Abrir las puertas a Cristo.
Un alma que oía la conversación grita rabiosa:
—¡Memeces! Por favor, dejaos de estupideces. Hemos vivido la vida según hemos podido. Dejaos de infantiladas y cuentos. Hicimos lo que pudimos. Estuvimos solos y solos estamos.
—¡Sí, es verdad! La vida no tiene sentido, ni obedece a ningún parámetro lógico, como nos quisieron hacer ver esos—un alma señala con la barbilla en dirección a los santos que luchan sin dejar de rezar a grandes voces, mientras que tira de sus grilletes con cólera—esto, esto es lo único que ha sido cierto en mi vida, un deambular lleno de ataduras y sufrimientos que nadie supo consolar. La vida fue desesperante y absurda.
—¡Sí, la vida había que lucharla y ganársela a pulso! ¿Qué significa eso de no hacer nada? ¿Confiar en Dios? Yo solo confié en mí mismo y me fue muy bien. Nunca necesité a ningún Dios que me enfermara el cerebro con culpas y deberes.
Un alma nueva se une a la discusión:
—Pues yo ahora comprendo que fui llamado, no una sino mil veces. Nunca aproveche esas llamadas. Pensé que me volvería una persona frágil y pobre y yo nunca quise ser débil. Ahora viendo a esos como luchan por nosotros comprendo lo equivocado que estaba.
—Esos no luchan por mí, desde luego. A mí no me llevarán—sentencia el último de la fila.
Los santos en ese momento empiezan a ganar la partida. Las sombras ceden ante el empuje del enemigo y huyen despavoridas. Sus gemidos se pierden en el horizonte...
Los santos descabalgan y se acercan a la hilera de esclavos. Los condenados callan y escuchan una nueva oración:
—Dios te salve María, llena eres de Gracia...
Los santos se acercan aún más y tocan a los condenados, signándolos con la cruz suavemente en el pecho o en la cabeza mientras oran en sus oídos. Muchas almas atadas comienzan a irradiar una tenue luz y sus ojos logran salir de la oscuridad y a reconocer los contornos de sus rescatadores.
La oración de los santos ha cambiado una vez más:
—El ángel del Señor anunció a María, y concibió...
Y cuando la oración llega a la parte en que recita: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según...” algo inaudito sucede. Las cadenas de muchos condenados se abren y caen. La luz de los liberados se intensifica y se alejan de la fila asombrados y llorando agradecidos.
Los santos les comunican:
—Alguna vez vuestro interior se abrió a Dios. Venid con nosotros, vuestra deuda ha sido cancelada.
Los santos acogen y acompañan a las almas recién liberadas y con su vista recuperada atisban en lo alto de la colina una gran luz, una luz inmensa y calurosa que emana de...

Un niño.



“«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.» Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron”
(Jn 1, 15)



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