Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra

por Diálogos con Dios

Una horda de demonios vagan ambiciosos por la tierra de Israel, buscando al rey... al rey de los judíos. El niño ha nacido y su misión es encontrarlo y avisar a su amo de su paradero. Recorren el desierto y los palacios, el Jordán y los mercados, el monte Hermón y Jerusalén. Recorren la tierra olisqueando pieles, observando gestos y oyendo conversaciones. Los hombres no los ven, no los sienten, no los perciben. Esto solo es así cuando quieren tentar y entonces se acercan al oído interior de la víctima y sugieren algún error o seducción que haga al desgraciado de turno caer y una vez caído le ponen las patas encima para que no se levante. Es en ese momento cuando más sufre el alma humana, cuando se ve caído y sin esperanza de cambio ni de salvación, cuando se siente impotente y oye la frase predilecta de los demonios: “No tienes arreglo, muérete ya”. Es entonces cuando más se necesita el perdón y la fuerza del altísimo, es entonces cuando más se necesita ver el amor de Dios “No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal”
Los demonios buscan entre los poderosos de la tierra, buscan a un rey y un rey debe nacer y vivir entre reyes y príncipes. Además, los agentes del mal se sienten cómodos entre los grandes, el poder es una gran fuente de tentaciones, apenas tienen que esforzarse. La seducción de las riquezas y el afán de dominio son tan latentes que apenas tienen que dar un pequeño empujón para que los poderosos quebranten las leyes del altísimo.
La búsqueda es infructuosa. Llevan milenios esperando e investigando las profecías y ahora, en la plenitud de los tiempos están más perdidos que nunca. Conversan entre ellos que no pueden presentarse ante su amo con las manos vacías, el castigo puede ser cósmico. Deben intentarlo una vez más, deben buscar hasta en el último lugar de la tierra que se les ocurra.
Pero ese lugar tan escondido, tan inescrutable, tan insospechado, está protegido por el poder del altísimo, está cubierto por su sombra... una sombra de humildad. Los demonios nunca sospecharán que el rey del universo nacerá en el sitio más recóndito y apartado del poder, como ese establo apestoso y lleno de pulgas.


José vuelve muerto de frío al establo con una hogaza de pan duro. Es lo único que ha podido conseguir a esas horas de la madrugada en al aldea cercana de Belén. Se inclina para dar un beso en la frente a María que está dando el pecho al niño y se acerca al fuego que arde tenue en un rincón. Allí abre el zurrón dónde aún guarda un poco de tocino seco que derretirá al calor y lo untará sobre las rebanadas de pan. Mientras maniobra para avivar las llamas, en su interior da gracias al cielo por poder llevarse algo a la boca esa noche. A veces se siente un hombre inútil y un pésimo marido. No era la vida que había soñado cuando era joven y corría feliz por calles y jugaba con sus amigos. Su padre le contaba las historias del gran Moisés abriendo las aguas del mar o las conquistas del gran rey David. Él siempre ha sido un hombre muy realista y no se ha dejado llevar nunca por la imaginación y el sentimentalismo pero... le hubiera gustado sentirse más orgulloso de sí mismo. Nunca hubiera imaginado verse envuelto en estas circunstancias tan pobres y tan extrañas. El embarazo de María y ese niño son un misterio tan grande para él que le sobrepasa. Y este lugar tan deprimente...
Solo puede confiar en Yaveh... y en su propia conciencia.
—María toma un poco, debes recuperar fuerzas.
Su esposa alarga su mano frágil y blanca para recoger el pan con tocino, mientras mueve ligeramente al bebé para no se quede dormido y coma. José piensa en la belleza de María, una belleza blanca, luminosa. Nunca se le ocurriría pensar que su esposa pudiera hacer algo inapropiado. Ese niño que tiene entre sus brazos es alguien especial, nacido de una forma especial, parido por una mujer especial. Y por eso él es un hombre especial. Mira al cielo plagado de estrellas y piensa que es como un manto de luces que les cubre protegiéndolos. Piensa que Yaveh no se fija en apariencias si no en el fondo de los corazones y ahí sabe que él es un hombre especial, porque... ama. Ama a su pequeña esposa y ama ese pequeño niño de apariencia tan normal, pero a la vez tan misterioso. Se siente pequeño ante los acontecimientos, se siente desbordado por las penurias, se siente como un punto ínfimo ante la constelación de estrellas del firmamento, pero se siente a la vez, dichoso porque sabe que el altísimo los protege y los cuida. Nada tiene que ofrecer a Dios, ningún mérito puede presentarle a parte de... su confianza y su pequeñez.



“En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt 11, 25)




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