"En el principio..."
por Cerca de ti
La creación (I)
“En el principio…”
TEXTO PARA MEDITAR Génesis 1,1 - 2,4a |
La Biblia se abre con la famosa y solemne frase: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra”. Y el Credo de nuestra fe, por su parte, comienza, igualmente, así: “Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”. Por lo tanto, la fe en la creación no ocupa un lugar irrelevante, sino fundamental en la revelación cristiana. ¿Pero, en qué consiste la fe en la creación y en el Creador?
Tenemos que tener en cuenta, al acercarnos a este texto, varias cosas. En primer lugar, ésta no es la única palabra de la Escritura que se refiere a este misterio, y en consecuencia, no está todo dicho aquí. El sentido de un texto se esclarece en el conjunto de la biblia, y toda ella a la luz de su centro, su meta, su cumbre: Jesucristo. Veremos cómo esta palabra acerca de la creación cobra su sentido más alto y profundo desde Jesucristo, quien arroja “la luz decisiva sobre el Misterio de la creación: revela el fin en vista del cual, ‘al principio, Dios creó el cielo y la tierra’” (CEC, nº 280). Esto ocurre con cualquier texto bíblico, el cual no constituye nunca una palabra cerrada, sino que es iluminada por la unidad de la Palabra de Dios.
En segundo lugar, y esto es muy importante, debemos educarnos en la relación con los textos bíblicos. Ubicarnos como lectores y escuchas. Debemos conocer su género literario, su lenguaje, su matriz expresiva. El capítulo 1 del libro del Génesis se refiere a la creación, es cierto. No obstante, no se ocupa del problema de cómo se produjo el origen del universo, ni de cómo se formó la tierra. No. A la fe no le interesa describir el origen del mundo, ni presentar una teoría científica, ni adentrarse en explicaciones biológicas, físicas, o geológicas. Por ende, el texto al que nos acercamos, al concebir la creación en siete días, de ninguna manera quiere establecer una afirmación científica. Pero… ¿cómo -dirán algunos-, si habla de esto precisamente? Sí, pero…, está hablando de otra cosa, está respondiendo a otras interrogantes. A preguntas diferentes, lenguajes distintos.
Las diversas ciencias se caracterizan porque abordan la realidad según algún interés particular acerca de la misma. La fe no se pregunta por un aspecto parcial, sino por la realidad total. Sus preguntas son acerca del todo: “¿cuál es el sentido de mi existencia, de nuestras vidas?, ¿por qué estoy aquí en este mundo, qué hago en esta vida?, ¿hacia dónde dirigirla?, ¿tiene sentido vivir?, ¿cuál es mi relación con el mundo, con mi pasado, con mi futuro?, ¿de dónde venimos, hacia dónde nos dirigimos?, ¿somos libres o hay fuerzas confusas en el mundo que nos condenan?, ¿de dónde procede todo esto?, ¿cuál es el destino, el porvenir de la humanidad?, ¿cuál es el lugar que ocupamos en este propósito?, ¿qué tiene que ver Dios en todo esto? Son las preguntas por el sentido, son las preguntas por el todo, son las preguntas existenciales. La pregunta no es acerca de cómo se hizo todo esto, sino por qué es todo esto que me rodea, no es acerca de cómo fui hecho sino por qué estoy aquí, para qué estamos aquí. Son las preguntas por lo primero, lo más importante, lo radical. Por eso son las preguntas acerca de lo último. El origen, el génesis… será también lo definitivo. Principio y fin, alfa y omega.
Son preguntas acerca de la profundidad, que brotan de lo más hondo del existir, del gozo y del sufrimiento, de los fracasos y de las esperanzas, preguntas compartidas desde la fe en el Dios que revela su Palabra en medio de su pueblo. No son preguntas, pues, especulativas ni filosóficas ni abstractas, sino interrogantes decantadas en la vida cotidiana, en la experiencia, en la meditación de la Palabra de Dios y de las circunstancias históricas vividas por el pueblo de Dios. Veremos cómo fue decisiva, en la suerte de este texto, la experiencia del pueblo de Israel en su exilio en Babilonia, experiencia que hizo ahondar y profundizar su fe en Dios creador.
En tercer lugar, tenemos que considerar siempre que las preguntas que se formula la fe son meditadas y manifestadas, en la Sagrada Escritura, por medio, fundamentalmente, del lenguaje simbólico, y no del lenguaje científico o conceptual. En el lenguaje simbólico, las palabras usuales cobran nuevos e inesperados sentidos, se abren, sorprenden, vuelan, y emprenden su viaje. Y en ese trayecto, la vida de quien escucha esta palabra está implicada, y tiene que despertar para descubrir su profundo valor. Si en el lenguaje conceptual las palabras son unívocas, es decir, refieren un único e inequívoco sentido, cobijado celosamente en los diccionarios, en el lenguaje simbólico connotan no sólo un amplio abanico de significación sino también un sentido que se hunde en la profundidad humana de sus interlocutores. Y misteriosamente, al tiempo que comunican una realidad universal y objetiva, por otra parte penetran, se adaptan y se plasman en las vidas, historias, expectativas y particularidades de cada cual.
El lenguaje simbólico es el lenguaje de la vida, de los vínculos, de la amistad, del amor y del sufrir. Si el lenguaje conceptual hace referencia al ámbito del conocimiento cognitivo, intelectual, el simbólico es el ideal para expresar y comprender la totalidad de la experiencia humana. Por eso, la llave para acceder a la Biblia en cuanto palabra de Dios es la fe, es decir, la experiencia personal y comunitaria de Dios. Por su parte, el lenguaje simbólico, el lenguaje bíblico, ayuda a despertar y a evocar la experiencia de fe.