Los ojos del alma
"Podremos ver a Dios en el cielo con los ojos del alma glorificada". (Santo Tomás de Aquino)
Hoy, fiesta de San Pío de Pietrelcina, resulta especialmente inspirador este pensamiento de Santo Tomás de Aquino.
El Padre Pío, ya aquí en la tierra, desarrolló esa visión del alma, con un carisma especial que le concedió Nuestro Señor.
Nosotros, sin tener ese don extraordinario, podemos también mirar con el alma, la que ve más allá de las apariencias, y es capaz de unirse a Jesús en la intimidad. De hecho, nuestra vocación como seres humanos nos llama a hacerlo, para poder vivir la plenitud que anhelamos.
Los ojos del alma pueden empezar a aflorar aquí en la tierra a través de la oración y a través de todas las herramientas que nos dejó nuestro amado santo con el fin de empezar a intuir lo que será esa visión gloriosa y plena. Su extraordinaria y carismática personalidad, fruto del don de Dios, puede resultarnos lejana. Podemos pensar que es un santo peculiar, milagrero, que nada tiene que ver con nosotros... No es así. Un santo peculiar, sí. Dotado prácticamente con todos los dones extraordinarios, también. En eso, sí, muy diferente de la mayoría de nosotros. Pero con una gran conciencia de que todo era para bien de las almas.
El padre Pío es un enviado especial de Dios con un cargamento numeroso de gracias para los hombres de su tiempo y del nuestro, pues como todos sabemos, los testimonios de que, desde el cielo, sigue activo, son muy numerosos. Y su legado, más allá de todos sus carismas, es para todos: oración, frecuencia sacramental, y una entrega amorosa y desmedida por las almas.
Cerrar los ojos y centrar el pensamiento en el Padre Pío, en su jornada, en su vida, en su incansable y entregada actividad diaria, abre nuestra mirada interior, los ojos de nuestra alma, y nos adentra en el inmenso abismo de amor que es Dios.
Empezar a abrir, aquí en la tierra, los ojos del alma, nos abre el deseo de cielo.