El principio del anuncio de la Buena noticia es que conocerte a ti sea una Buena Noticia.
Mientras miraba coches de segunda mano para solucionar el problema, una compañera que vivía en la ciudad se ofreció para dar por mí la última hora: ¡así podía terminar a las 6! Yo se lo agradecí mucho, por supuesto, y, cuando por fin tuve mi flamante R5 y le dije que podía ya encargarme yo. Bueno pues me dijo que “no me preocupara”, que ella seguiría con mis alumnos… Y así impartió aquella “fatídica hora” el resto del curso, sin ningún tipo de beneficio personal. Solo por facilitarme a mí la vida. Sólo porque era cristiana.
Fíjense; han pasado más de 25 años, y aún recuerdo ese gesto como una de las cosas más importantes que nadie haya hecho por mí de forma absolutamente gratuita.
En los últimos tiempos, sobre todo desde que escribo este blog de opinión que a veces concita tantas polémicas, cada vez resuena más en mí un anhelo de vuelta a lo esencial de la fe. ¡Son tantas las opiniones acerca de ella, tantos los juicios de cómo deben y cómo deben no ser las cosas!
Por eso creo que lo que precisamente necesita la Nueva Evangelización es anclarse fundamentalmente en los aspectos centrales del Evangelio, aquellos que nos hablan siempre de las mismas cosas: de buscar con anhelo el rostro de Dios y, sobre todo, de tratar bien a los demás. Y, por otra parte, cuanto más estudios recientes conozco sobre el Jesús histórico (Meier, Dunn, Berger) más me maravilla comprobar lo sencillo que era el Mensaje del Maestro: un Mensaje de libertad, de firmeza y de esperanza. Sobre todo de esperanza.
Llevo muchos años tratando de ser un buen cristiano. A día de hoy sé que no lo he conseguido, a pesar de mis esfuerzos, aunque sí creo haber aprendido algunas cosas.
La primera de ellas es que no me queda más remedio que esperar en la misericordia de Dios. No siempre obro como deseo, y muchas veces me descubro pensando cosas que no están bien, a pesar de mis esfuerzos. No consigo tener el desapego, la generosidad y la valentía que quisiera, así que no me queda más remedio que fiarme, y poner mis ojos en la cruz que me salva.
Otra cosa que aprendí es que no debo juzgar fácilmente a nadie. Ni a los “progres” que no entiendo, ni a los conservadores a ultranza que me desesperan. Finalmente no conozco el corazón de ninguno, y hasta es muy probable que en el cielo unos y otros estén por encima de mí. Procuro defender lo que creo en lo que no me parece negociable, y callarme la boca en cosas de las que no estoy muy seguro… Aún así no me resulta sencillo acertar. Por eso mismo cada vez me cuesta más entender la postura de los intransigentes, de los que piensan que la verdad es sólo verdad si se formula justo como ellos lo hacen. Es superior a mí.
Por último hay algo que me parece evidente. En esta tierra (y en toda mi indignidad) yo soy la boca, los pies y las manos de Jesús. Es así.
Así que, cuando quiero proclamar la Buena Nueva, le pido al Señor que estar conmigo pueda ser una especie de Buena Noticia para aquellos con los que encuentro cada día. Con mis limitaciones y cambios de humor. Así, si compro un periódico o echo gasolina, saludar con una sonrisa y dar gracias de corazón. Si me encuentro con un compañero cabizbajo, otra vez la socorrida sonrisa y a lo mejor un toque en un brazo. O una palmadita en un hombro adolescente. O escuchar una hora a alguien… o rezar un Avemaría por alguno, vivo, o muerto.
Quizá alguien piense que esta es teología de postal, de esas que se venden en las Librerías Diocesanas, del tipo de “cambia tu mundo con una sonrisa”, con un payaso y cosas así. Puede. Pero yo me mato por ella, créanme.
¿Saben por qué? Porque es lo que yo necesito que hagan conmigo. Porque es lo que todos necesitamos como el aire para respirar. Necesitamos que nos hagan sentir “que saben que estamos ahí”, que, de alguna manera nos quieren. Que servimos para algo y que merecemos respeto, aunque estemos enfermos, aunque llevemos un pañal, aunque seamos unos impresentables.
La Nueva Evangelización la harán personas pecadoras y cansadas, seguramente, pero gente que, aunque sea en una medida muy pequeña, se esfuercen por dar el consuelo, la comprensión, el cariño (¡y si hace falta un buen zarandeo!) a los hombres de nuestro mundo. Como hubiera hecho hoy Jesús, el Mesías, el Señor.
¡Vamos a predicar una Buena Noticia de verdad! Unámonos en pequeños (o grandes grupos) en los que la verdad y el cariño sean nuestra bandera, y donde hasta el último desgraciado de la tierra pueda encontrarse con un poco de amor, un poco de perdón y un poco de paz.
Que lo demás (y me apuesto lo que quieran) será coser y cantar.
Un abrazo.
josuefons@gmail.com