La «cultura de los mediocres»
Acaba de saltar a la palestra de las frases con impacto, lo que ha dado en llamarse "la cultura de los mediocres", causa y origen de muchos de nuestros males. En un texto colosal, Forges, con su fino sentido de la realidad, con su visión certera de los entresijos de nuestro país, con su capacidad de síntesis, se atreve a calificar a España como un "país mediocre", resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente: "Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación social y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan, porque son de los nuestros". Con aire de principio inamovible, Forges establece que "somos mediocres".
Y va enumerando una serie razones y situaciones tan palpables como convincentes: "Somos mediocres porque hay un principio que dice que la unión hace la fuerza, y en España cada individuo está añorando un Estado para él solito; porque cada español se siente más listo, más inteligente, más culto, más trabajador, más rico, menos pobre, con más ideas que su vecino; porque tenemos unos políticos periféricos que no ven más allá de sus narices, -bueno, de sus sillones-, con un pueblo fácil de meter en el redil, por inculto políticamente a más no poder; porque la izquierda no sale de sus viejas ideas y sus trasnochados planteamientos, partiendo muchas veces de historias que le han mal contado, mientras la derecha cree demasiado en raíces, escaseando en amplitud de miras".
Podríamos seguir buscando razones que pongan de relieve nuestra mediocridad. Por ejemplo, es mediocre un país donde la brillantez del otro provoca recelo, donde la creatividad es marginada y la independencia sancionada. Lo sabemos todos por experiencia: el precio de una sana independencia frente a los poderes de todo tipo, que pretenden tantas veces un servilismo descarada o un reforzamiento de sus privilegios, será siempre la soledad. Por ejemplo, es mediocre un país que no tiene una sola Universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse pata sobrevivir. Por ejemplo, es mediocre un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes, que eran brillantes en los 70 y los 80, a la cola del mundo desarrollado.
¿Y cómo hemos de salir de la mediocridad? Muy fácil: queriendo. Primero, buscando la excelencia en nuestra conducta; la mejor formación, en nuestros estudios; los mejores medios de comunicación, en nuestra visión del mundo; los más capacitados amigos y consejeros, en nuestras consultas y decisiones. La mediocridad se combate con unas dosis de ilusión, esfuerzo, sacrificio y "manteniendo el tipo" de los valientes y los audaces.
Y va enumerando una serie razones y situaciones tan palpables como convincentes: "Somos mediocres porque hay un principio que dice que la unión hace la fuerza, y en España cada individuo está añorando un Estado para él solito; porque cada español se siente más listo, más inteligente, más culto, más trabajador, más rico, menos pobre, con más ideas que su vecino; porque tenemos unos políticos periféricos que no ven más allá de sus narices, -bueno, de sus sillones-, con un pueblo fácil de meter en el redil, por inculto políticamente a más no poder; porque la izquierda no sale de sus viejas ideas y sus trasnochados planteamientos, partiendo muchas veces de historias que le han mal contado, mientras la derecha cree demasiado en raíces, escaseando en amplitud de miras".
Podríamos seguir buscando razones que pongan de relieve nuestra mediocridad. Por ejemplo, es mediocre un país donde la brillantez del otro provoca recelo, donde la creatividad es marginada y la independencia sancionada. Lo sabemos todos por experiencia: el precio de una sana independencia frente a los poderes de todo tipo, que pretenden tantas veces un servilismo descarada o un reforzamiento de sus privilegios, será siempre la soledad. Por ejemplo, es mediocre un país que no tiene una sola Universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse pata sobrevivir. Por ejemplo, es mediocre un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes, que eran brillantes en los 70 y los 80, a la cola del mundo desarrollado.
¿Y cómo hemos de salir de la mediocridad? Muy fácil: queriendo. Primero, buscando la excelencia en nuestra conducta; la mejor formación, en nuestros estudios; los mejores medios de comunicación, en nuestra visión del mundo; los más capacitados amigos y consejeros, en nuestras consultas y decisiones. La mediocridad se combate con unas dosis de ilusión, esfuerzo, sacrificio y "manteniendo el tipo" de los valientes y los audaces.
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