La «revolución de la calidad»
Los colegios abren sus puertas de par en par y se alza el telón del nuevo curso escolar, con un horizonte cargado de nubarrones por la crisis económica, moral y social. Nada es fácil en estos momento. El profesor Juan González-Anleo, en su pliego que publica la revista Vida Nueva, aborda cómo "España es una sociedad en descomposición moral", siguiendo a Salvador Giner, para quien existe "una falta grave de educación cívic, generada por la inmigración masiva, la ausencia de referentes, la falta de orientación moral debida al capitalismo concurrencial, máquina de crear frustraciones". Se ofrecen muchas claves, algunas de gran importancia que tienen su raíz en la falta de referentes morales. Urge una instancia ética que ayude a salir de la crisis.
Me viene a la memoria la lectura de un libro, -no recuerdo bien el titulo, creo que se trataba de La marea humana, de Roth- en el que se planteaba una extraña revolución, "la revolución de la calidad". Se contaba cómo un profesor judío de lenguas clásicas, a quien habían hecho decano de una Facultad en una ciudad norteamericana, afrontó lo que él llamaba la "revolución de la calidad", con objeto de convertir esa Facultad en una organización académica prestigiosa y competitiva, que cumpliera la finalidad para la que había sido creada y que no se limitara a una existencia anodina y monótona, aunque muy tranquila, sin complicaciones de ninguna género. Su táctica fue la de decir que "no", allí donde sus predecesores habían dicho siempre que "sí. Comenzó a negar permisos solicitados sin necesidad real; a retirar privilegios concedidos sin fundamento; a pedir justificaciones de los gatos; a exigir que se documentara el destino de los fondos otorgados para la investigación; a no tolerar incumplimientos de los horarios de clase y de atención a los alumnos; a vincular las promociones académicas a los méritos reales y no al mero transcurso del tiempo... Y algo parecido hizo con los alumnos: les exigió asistencia a clase, no toleró indisciplinas, expulsó a algunos, etc.
Y lo consiguió, aunque tuvo que pagar un alto precio: sobre todo al principio, hubo envidias y odios,muchas protestas y quejas, se creó enemistades y generó rencores. Algunos profesores lo llevaron a los tribunales. Pero, al final, consiguió lo que quería y se ganó el afecto, el reconocimiento e incluso la admiración de todos porque todos vieron que había mejorado enormemente la calidad y el prestigio de la Facultad. No es fácil, en esta hora de zozobras, apostar y realizar una "revolución de calidad".
Pero todas las crisis demandan una gran apuesta por los valores, por lo que de verdad importa, que tantas sacrificios conlleva. "Contemplo mis paisajes con ojos renacidos / porque tu claridad alumbra mi existencia...". Ojalá nuestras aulas sean lámparas ardientes de hermosas claridades.
Me viene a la memoria la lectura de un libro, -no recuerdo bien el titulo, creo que se trataba de La marea humana, de Roth- en el que se planteaba una extraña revolución, "la revolución de la calidad". Se contaba cómo un profesor judío de lenguas clásicas, a quien habían hecho decano de una Facultad en una ciudad norteamericana, afrontó lo que él llamaba la "revolución de la calidad", con objeto de convertir esa Facultad en una organización académica prestigiosa y competitiva, que cumpliera la finalidad para la que había sido creada y que no se limitara a una existencia anodina y monótona, aunque muy tranquila, sin complicaciones de ninguna género. Su táctica fue la de decir que "no", allí donde sus predecesores habían dicho siempre que "sí. Comenzó a negar permisos solicitados sin necesidad real; a retirar privilegios concedidos sin fundamento; a pedir justificaciones de los gatos; a exigir que se documentara el destino de los fondos otorgados para la investigación; a no tolerar incumplimientos de los horarios de clase y de atención a los alumnos; a vincular las promociones académicas a los méritos reales y no al mero transcurso del tiempo... Y algo parecido hizo con los alumnos: les exigió asistencia a clase, no toleró indisciplinas, expulsó a algunos, etc.
Y lo consiguió, aunque tuvo que pagar un alto precio: sobre todo al principio, hubo envidias y odios,muchas protestas y quejas, se creó enemistades y generó rencores. Algunos profesores lo llevaron a los tribunales. Pero, al final, consiguió lo que quería y se ganó el afecto, el reconocimiento e incluso la admiración de todos porque todos vieron que había mejorado enormemente la calidad y el prestigio de la Facultad. No es fácil, en esta hora de zozobras, apostar y realizar una "revolución de calidad".
Pero todas las crisis demandan una gran apuesta por los valores, por lo que de verdad importa, que tantas sacrificios conlleva. "Contemplo mis paisajes con ojos renacidos / porque tu claridad alumbra mi existencia...". Ojalá nuestras aulas sean lámparas ardientes de hermosas claridades.
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