¿Narrando a Jesús?
[Copio el artículo que envié a Libertad Digital y que se hubiera publicado allí de no ser por las razones que ya expliqué]
Los evangelios no son una biografía de Jesús, todo genero literario resultó insuficiente y el nuevo que crearon los evangelistas empezó y terminó con ellos. Sin embargo, pese a las limitaciones de la literatura para narrar a Jesús, siempre ha habido intentos de escribir su vida. La más antigua y posterior al Nuevo Testamento data del s. II, es el Diatéssaron de Taciano. Después de ella, el número es creciente y, a la par, testigo de la sucesión de mentalidades, épocas, estilos, estéticas, etc. La Vita Christi de Ludolfo de Sajonia fue decisiva en la conversión de S. Ignacio de Loyola; Fr. Luis de Granada, en ese siglo de oro, escribió la suya. Entre otras muchas, recordemos también las de Lagrange, Grandmaisson, Papini, Mauriac y Fulton Sheen.
Sumándose a ese largo elenco, del académico francés Max Gallo –probablemente más conocido por algunos lectores por haber sido portavoz del tercer gobierno socialista de Mauroy, tarea para la cual tuvo como jefe de gabinete a François Hollande–, tenemos la reciente traducción española de su Jesús, el hombre que era Dios.
Para la empresa, Gallo se sirve del recurso narrativo de comenzar el relato como si fueran las memorias del centurión romano bajo cuyo mando fue ejecutado Jesús en el Calvario. Su muerte, como relata el evangelio de S. Marcos, lo lleva a la conversión y esto da pie para que se nos cuente toda la historia del Nazareno, empezando por su resurrección y concluyendo la estructura circular del libro de nuevo a los pies de la Cruz; a la primera persona autobiográfica del soldado, sucede, tras las tentaciones de Jesús, la tercera y, con ella, un narrador extradiegético.
El lector, además de lo creado literariamente por el autor, encuentra también pasajes evangélicos literales y paráfrasis de otros. Dada la generalizada ignorancia en cuestiones bíblicas, hasta en las más elementales, hubiera sido interesante que con algún recurso de edición se hubiera diferenciado lo propio de Gallo de las fuentes que transcribe y éstas de las que parafrasea para ayudar al lector a saber qué tiene entre manos. Y tampoco hubiera estado de más que el editor hubiera incluido una nota en que se indicara si el autor traduce directamente del griego al francés o qué traducción usa y si en la española se vierten las citas evangélicas del francés o se usa alguna Biblia española, sea o no nueva.
De lo aportado por Gallo, junto a la idea literaria, selección y ordenación de pasajes, tenemos también pequeños apuntes históricos y la interpretación de Jesús que va entreverando y que no deja de ser a veces un tanto chocante. En la antigüedad, el interés fundamental en Cristología, aunque no solamente, estuvo en los problemas ontológicos, en el qué y el quién de Jesús. La modernidad, a parte de la historicidad, ha gustado más de las relaciones entre lo divino y lo humano y lo existencial en Jesús. Y nuestro autor, en este sentido, es claramente un hombre del tiempo que le ha tocado vivir.
Sin embargo, pese a lo interesante de los problemas subyacentes, las soluciones resultan deficientes. Veamos sólo algunos ejemplos tal y como nos llegan en la versión española. Por un lado, se afirma la resurrección de Jesús, ¿pero que se entiende por ésta? En boca del evangelista S. Mateo, de su propia cosecha pone M. Gallo estas palabras que tratan de orientar el camino de búsqueda del centurión: «Ve donde el Señor te conduzca, a Nazaret o a Belén, busca su huella, cada uno de sus pasos te acercará a él. Y cuando él lo decida, tú sabrás, lo seguirás como yo lo sigo. Ha dejado de ser hombre, pero está en cada uno de nosotros» (p. 59). Curiosa resurrección que consiste en que el hombre deje de serlo. Y ese estar en cada uno, ¿es una presencia real o es mera impresión psicológica?: «Jesús de Nazaret estaba vivo porque vivía en aquellos que se habían codeado con él, lo habían amado, reconocido y seguido, u odiado y condenado» (p. 55).
Jesús es hombre, pero se puede ser hombre, vivir la existencia humana de muchas maneras. ¿Es hombre como lo somos los demás hombres, siendo tan hombre como nosotros? Para nuestro autor, da la impresión de que ser hombre solamente se puede ser de una determinada manera, como pecador (cf. 209 y 211), y así, tras vencer Jesús las tentaciones del desierto, dice: «Resistió a Satán. / Se convirtió» (p. 105). Y más adelante: «[…] él acaba de renacer por el bautismo y el ayuno» (p. 110). De Jesús en Getsemaní dice: «Es un hombre débil y cobarde» (p. 251). ¿Pero es lo mismo sentir miedo que ser cobarde?
En la relación de la divinidad con la humanidad, tampoco sale muy bien parado el hombre que parece, por algunas expresiones, una marioneta: «Sabe que es un hombre llevado y dirigido por un espíritu. En él habla una voz que invade su pecho, su boca, y brota por sus labios» (p. 105). Con ella tiene sus más y sus menos: «Al principio, cuando estaba todavía reclinado entre los invitados a la boda, la voz no había sido más que un murmullo que había querido ignorar» (p. 113). O bien: «Tiene necesidad de estar solo con el fin de poder escuchar esta voz interior que lo guía y sentir este aliento que lo levanta y lo impulsa. / Es como un pozo o una fuente que se vacía y se seca si no se deja que el agua vuelva a llenarla, pues solo llena se puede sacar de ella para calmar la sed, para bautizar» (p. 130). Y: «La voz ha sembrado en él, y el aliento ha llenado su pecho» (p. 143).
Lagrange escribió: «La única Vida de Jesucristo que se puede escribir son sus Evangelios: el ideal está en hacerlos comprender lo mejor posible». Creo que no es éste el caso.
[La foto es gentileza de una lectora del blog]