I – Tipos de monjes (2)
Ya avanzada la Regla, en el capítulo LVIII –si Dios quiere, ya habrá ocasión de leerlo con alguna atención–, se dice que, a quien llama al monasterio con el deseo de llegar a ser monje, se le deje bien claro desde el principio qué se va a encontrar y se le dé a leer en integridad este pequeño libro que andamos comentando. S. Benito está interesado en la verdad y en la verdad de vida, en la autenticidad, ha de estarse desde el primer momento.
Un compromiso no es una hoja en blanco, por mucho que sea imposible prever los detalles con que la vida nos vaya sorprendiendo. Pero no se trata de predecir y aceptar una biografía, sino de comprometerse con un modo de vida desde el que quedará configurada una personalidad. El monasterio no es una secta y, por ello, el gran maestro de monjes quiere que se sepan, desde un primer momento, todas las reglas del juego. Las situaciones que se presenten en el futuro serán muy variadas, impredecibles, pero habrá que jugarlas de una determinada manera. Siendo el sentido de la vida del monje uno, en cada momento ha de encontrar el sentido que le demande cada situación en orden a ese fin y habrá de hacerlo conforme a un modo de vida.
Otro tanto cabría decir de quien llama a las puertas de la Iglesia queriendo ser cristiano. Se trata de un modo de vida y, al que se acerca, aunque la iniciación cristiana o el reencuentro con la fe de un bautismo olvidado lleven tiempo, desde un primer momento ha de tener claro cómo viven los que con Jesús quieren vivir.
Ese postulante que ha llamado al monasterio y ha dicho «Amén» al concluir el prólogo con lo primero que se encuentra es con un capítulo en que se habla de que hay diversas clases de monjes... e incluso de pseudo-monjes.
La vida monástica no es algo exclusivo del cristianismo. Todos los hombres tienen apetito de divinidad y algunos, en lugar de saciarlo con cualquier sucedáneo o tratar de acallarlo, buscan por todos los medios, sobre todo los ascéticos, encontrar la verdad de su vida y realizarla. Tras el prólogo es claro lo propio del cristianismo y del monacato cristiano. Solamente hay una fuente de agua viva: Jesucristo; y la ascética no es un simple despliegue de ingenio y esfuerzo humanos, sino que éstos nada más son fructíferos agraciadamente.
La palabra monje –del griego monachos, que viene del numeral monos y el sufijo multiplicativo -cho–, con el transfondo bíblico de la palabra hebrea jahid, en su gran riqueza semántica, nos habla de dos momentos de significación: por un lado, elegido, separado, célibe; por otro, unidad de mente, conducta y fin, de alguien unificado.
Aunque no todos estén llamados al celibato, el cristiano, respecto al mundo, sin dejar de estar en él, pero siendo extranjero en su propia tierra, es un elegido, alguien separado, y también alguien re-conciliado, unido de nuevo a Dios y, en esta comunión, alguien que puede vivir, lejos de la dispersión y división de Babel, en unidad interna y con toda la creación. El cristiano es, por ello, en cierto modo un monje seglar, en el siglo.
Pero nuestro postulante, que quiere ser monje, se encuentra, como decíamos, con que hay distintos tipos de monjes.