Reflexiones sobre el Evangelio (Mt 11,25-30)
Cristo nos ofrece la Potencia Indestructible del Reino
Vivimos en una sociedad que corre apresurada hacia ninguna parte. Cada cual con sus ambiciones y su egoísmo. Cada cual con planes y proyectos que dejan la Voluntad de Dios a un lado. En esta sociedad postmoderna, todo vale y nada tiene valor. Pero aunque nada tenga valor, seguimos persiguiendo los fantasmas del éxito y la aceptación social. Quien se atreve a señalar no durarán los castillos que construimos en el aire, es rechazado y despreciado. Sólo hace falta escuchar la verborrea con la que intentan hipnotizarnos los políticos. Para ellos lo importante es mantenerse en el poder y controlarnos según su ideología. Cristo no se comportó nunca de esa forma. Él enseña con autoridad la Verdad que nos libera de las ataduras de las apariencias del mundo. Él era paciente y humilde en todos sus actos. ¿Cómo somos nosotros?
El hombre paciente que está en medio, entre la alabanza y la difamación, permanece impasible: ni vanidoso por la alabanza ni triste por la difamación. Después de haber rechazado el deseo de las cosas de las que ha sido liberada naturalmente, la razón no siente los ataques cuando la molestan: descansa de sus agitaciones y ha transportado la potencia del alma al puerto de la libertad divina, liberada de inquietudes. Es la libertad que el Señor deseaba trasmitir a sus discípulos. Dijo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio” (Mt 11,28-29). Llama “alivio” a la potencia del Reino divino. Esta potencia suscita, en los que son dignos, una majestad libre de todo servilismo.
Si, al estado puro, la potencia indestructible del Reino es dada a los humildes y pacientes, ¿quién tendría tan poco amor y deseo de los bienes divinos, como para no tender al máximo hacia la humildad y paciencia y así convertirse en huella del Reino de Dios, en cuanto es posible al hombre? Entonces, por gracia, lleva en sí lo que le da una forma espiritual semejante a la de Cristo, quien es naturalmente por esencia el gran Rey. (San Máximo el Confesor. Filocalia, “Interpretación del Padre Nuestro”)
Para la postmodernidad, la Palabra de Cristo es insoportable. Se tapan los oidos porque la Verdad destroza todo el decorado teatral que construimos con fuerzas humanas. Cristo nos dice que aprendamos de Él y nos ofrece un yugo liviano. Un yugo que no carga con toneladas de apariencias, simulacros y shows. Como bien indica San Máximo, el alivio es la potencia del Reino de Dios. Un Reino que no es de este mundo, aunque debamos dejar que sea construido en nuestro corazón por el Espíritu Santo. Recordemos que por algo la centralidad de nuestro ser, el corazón, es Templo de Espíritu Santo.
Lo que es triste y muy difícil de llevar con nosotros es la soledad que hizo a Cristo sudar sangre en Getsemaní. La sociedad nos difama con desprecio, mientras nos alaba con envidia y temor. ¿Quién está dispuesto a vivir así sin llevar el yugo que Cristo nos ofrece? Sin duda, lo que San Máximo no indica no ha sido revelado por el mundo, sino por el Espíritu Santo. Los sabios en el mundo y los prudentes en la sociedad, no son capaces de entender este inmenso regalo que Cristo nos ha dado.