Paz en medio de la tormenta
“Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciéndole: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma”. (Mc 4, 36-39)
Nunca han faltado las dificultades, ni personales ni sociales. Quizá lo que nos pasa en este momento es que no sólo no tenemos fe sino que, además, tampoco sabemos historia. Si miráramos al pasado, al colectivo y al nuestro particular, descubriríamos que han existido muchos momentos en los que parecía que nuestra barca iba a zozobrar y nos íbamos a hundir en medio de los remolinos del mar. Sin embargo, no ha sucedido eso y después de la tormenta ha aparecido de nuevo el sol.
El problema no está, pues, en el problema sino en cómo afrontamos el problema. Si lo afrontamos solos, confiando exclusivamente en nuestras propias fuerzas o, como mucho, en la ayuda que otros nos puedan dar, es posible que sí tengamos motivos para el temor y la desesperanza. En cambio, si lo afrontamos unidos a Dios –como