Reflexionando sobre el Evangelio (Jn 3,16-18)
No vino a juzgar al mundo, sino a darle vida en abundancia
San Juan habla del sentido de la presencia de Cristo en el mundo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Para muchas personas Cristo es únicamente Justicia y olvidan que es justo y misericordioso hasta el infinito. Otras personas se olvidan de la Justicia de Dios y piensan que a Cristo le da igual el mal que padecemos por nuestra soberbia e ignorancia. Todos, nos olvidamos que Cristo es Luz y Agua Viva. La Luz no oculta la Verdad, sino que la evidencia. El Agua no deja que el mundo se seque, sino que hace reverdecer el árbol que parecía seco.
La Escritura dice que el Padre es fuente y luz: "Me han abandonado; a mí, la fuente de agua viva" (Jr 2, 13); "Has abandonado la fuente de la sabiduría"(Ba 3, 12), y según Juan: "Nuestro Dios es luz" (1Jn 1, 5). Sin embargo, al Hijo, en relación con la fuente, se le llama río, pues «el manantial de Dios, según el salmo, está lleno de agua». En relación con la luz, es llamado resplandor cuando Pablo dice que es "el resplandor de su gloria y el rostro de su esencia". Por lo tanto, el Padre es luz, el Hijo su resplandor..., y en el Hijo, es por el Espíritu que somos iluminados: "Dios os da, dice San Pablo, un Espíritu de sabiduría y revelación para conocerle; que iluminará los ojos de vuestro corazón". Pero cuando somos iluminados, es Cristo quien nos ilumina en Él, ya que la Escritura dice: "Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre en este mundo". Además, si el Padre es la fuente y el Hijo es llamado río, se nos dice que nosotros bebemos del Espíritu: «Todos hemos bebido de un único Espíritu». Pero, habiendo bebido del Espíritu, bebemos también de Cristo porque "ellos bebieron de una Roca Espiritual que les seguía y esta Roca era Cristo". (San Atanasio de Alejandría. Cartas a Serapion, n°1, 19)
¿Qué hace que el árbol seco vuelva a brotar? La Esperanza. Tristemente, el mundo de hoy vive sin esperanza alguna. Todo lo humano se derrumba o está lleno de corrupción. Nos dicen que Dios está lejos y no le interesamos. Según pasan los años nos vamos encerrando en nosotros mismos, buscando esa paz que no existe en el exterior. Somos como las doncellas que no trajeron suficiente aceite para sus lámparas y ven que se agotan sus reservas. Si se quedan sin luz, el Novio no reconocerá a quien las lleva. Si se van a buscar aceite alternativo, no podrán llegar nunca a tiempo. Sólo las doncellas que llevan en su interior la Esperanza viva, pueden esperar sin desesperar. Pueden esperar aunque el mundo se caiga a pedazos y nadie parezca recordar que Cristo es Luz y Agua Viva.
Quien creen en Cristo, está lleno del Espíritu Santo. Quien no cree, ha perdido toda esperanza. Como Cristo nos ha dicho, será el llanto y el crujir de dientes. Será la oscuridad eterna que carece de sentido e hiela nuestro ser. Sin duda, Cristo no ha venido a helarnos y oscurecernos. El sabe que somos débiles y por eso nos ha ofrecido su Espíritu, el Paráclito. Cristo ha venido para a dar vida y darla en abundancia a todo al que la Esperanza le ha permitido esperar su llegada. Esperemos con confianza en Dios, no en el ser humano. Nada podemos sin Cristo, porque Él es nuestro sentido y nuestra Esperanza.