Un concierto de "Brotes de Olivo" ¿Un desperdicio de talento?
Hacía ya mucho tiempo que no asistía a un concierto suyo. Cuando vi el anuncio: “Brotes de Olivo” en el Colegio X, 7,30 de la tarde, supe que tenía que ir. No tenía ni idea de quienes estarían de entre todos los de la gran familia Morales, pero desde luego a quien no pensaba ver era a Vicente, el gran patriarca. ¡Menudo abrazo le di! Casi veinte años sin vernos… pero en sus ojos, la misma profundidad, y en sus palabras, idéntica pasión. Después saludé a Ali, tan guapa como siempre, y tras el concierto a María, su hija (a la que ya no reconocía) y a Chito, su hermano.
Bueno ¡ellos cuatro eran Brotes de Olivo ayer! Y pueden creerme que “sonaban” a “Brotes”: eso es siempre lo más difícil. La voz de Ali sigue teniendo el timbre de siempre, y su hija lleva en sus cuerdas vocales y en su corazón la marca de la casa; eso se lo dije después de oírla cantar. En cuanto a Chito, sigo pensando que es uno de los mejores acompañantes a la guitarra que he oído nunca, y su voz nasal, junto con la de su hermana, son las dos referencias más claras de este grupo de leyenda en la música cristiana de nuestro país. Todos ellos, junto con su padre, el gran compositor e inspirador, son puro talento, pueden creerme.
El público, pues bueno: totalmente “de Iglesia”. Unas doscientas personas más bien mayorcitas. Muchas religiosas, bastantes familias de mediana edad con niños, algunas chavalitas del Colegio. Al comenzar el concierto alguien tuvo la idea de llevar a un montón de pre-adolescente (seguro que de otro Colegio) a escuchar a un grupo que probablemente no están capacitados para entender, así que se pasaron el concierto hablando en voz bien alta y me imagino que jugando con sus móviles.
Y es de esto, en el fondo, de lo que quería hablar. Los medios técnicos eran muy pobres: no había sistema de luces y el equipo de sonido era muy modesto. La ecualización bastante deficiente, sin mesa de mezclas. Existía un proyector que dibujaba imágenes tras los actuantes, pero no se veían bien porque a nadie se le ocurrió apagar las luces de la sala (!). Por lo demás, un ambiente totalmente “parroquial”: niños corriendo por la sala para arriba y para abajo sobre el suelo de madera, y un murmullo de fondo permanente que molestaba bastante. Las miradas hacia atrás y algún “¡schss!”, lógicamente, no sirvieron de nada.
A pesar de todo, el concierto fue un éxito, y eso muestra la grandeza artística de este grupo (me acuerdo de un grandioso recital de “Serranito” en que a alguien se le olvidó encender la calefacción y el maestro soplaba sus dedos ateridos riendo y diciendo: “¡meno mal que tengo er corasón caliente!”).
Al final, mientras regresábamos en coche, iba pensando, una vez más, en lo poco que apreciamos el talento en esta bendita Iglesia nuestra. Hagamos, por ejemplo, una comparación “odiosa” con Hillsong: dejando aparte las enormes diferencias de estilo, y si se quiere de época, ambos son dos formaciones con un carisma extraordinario. ¿Cuál es la diferencia? Pues que la banda australiana (o la inglesa que lleva el mismo nombre) pertenecen a dos iglesias evangélicas que, desde hace años han comprendido que la excelencia artística es un medio ideal para llevar el mensaje de Dios al mundo. Se han esforzado al máximo en liberar recursos, y, al igual que ha sucedido en el campo secular, han creado un mercado que permite la existencia de numerosísimas agrupaciones profesionales, hasta el punto de que la “Christian music” constituye ya una variante del consumo pop en los países anglosajones, y aparece en muchas de las listas. El impacto mediático de esas bandas en el conjunto de la sociedad es muy importante, sobre todo entre los jóvenes y personas de mediana edad.
¿No merecería la pena escoger a un grupo como el que protagoniza este “post” y liberarlo de preocupaciones económicas, para que pudiera alcanzar sus cotas más altas de creación? Es una propuesta. Alguien que conozca Brotes me diría seguro que ellos han hecho una opción distinta, usar “medios pobres”, olvidarse de cualquier tipo de interés económico, y que eso forma parte de su esencia más honda. Y tendrían razón. Pero al menos, creo, debería habérseles ofrecido la posibilidad de ser unos auténticos profesionales. Se lo merecen. Igual que otras formaciones, como los valencianos Eden, o lo que fue en sus tiempos Comisión.
Como en casi todo, los temas esenciales son la confianza y el dinero. Pongo ejemplos: existen carismas extraordinarios en algunos laicos, y no solamente en el campo musical. ¿No merecería la pena liberar a una persona no ordenada que ha demostrado un celo y una gran capacidad de evangelizar? ¿No merecería un salario, por lo menos, tanto como cualquier sacerdote que dice sus misas los fines de semana? ¿No sería más útil eso que muchas de las iniciativas (muy costosas algunas) que se emprenden todos los años en la Iglesia de nuestro país?
Creo firmemente que los católicos españoles debemos mirar mucho más a lo que hacen nuestros hermanos en otros países. Algunas nos llevan muchos años de ventaja en lo que significa vivir en medio de una sociedad secularizada. Han aprendido a hacer quizá pocas cosas, pero profesionalmente; han abandonado el amateurismo, esa “buena voluntad” que parece justificarlo todo y que hace que nuestra consideración social sea cada vez menos comprendida, menos valorada y (a veces con mucha culpa por parte nuestra) más ridiculizada.
Aquí, lo digo con tanto dolor como convicción, seguimos sin enterarnos. Pero espero en el Señor que todo llegará: de momento hay que insistir poniendo de relieve las cosas, e intentando trabajar con entusiasmo.
Un abrazo.
josuefons@gmail.com