Silencio de Dios
"Apareciósele Yahveh en la encina de Mambré estando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y he aquí que había tres individuos parados a su vera. Como los vio acudió desde la puerta de la tienda a recibirlos, y se postró en tierra, y dijo: «Señor mío, si te he caído en gracia, ea, no pases de largo cerca de tu servidor..." (Gen 18,1)
Mambré.
Un encinar, un rebaño, una tienda, unos esclavos, unos parientes... un desierto.
Esterilidad, espera, impotencia… imposible.
Me llamo Saray, aunque mi marido me llama Sara por orden divina. Tengo más edad de la que recuerdo y más fracasos que felicidades. Mi vida al lado de mi marido ha sido un largo caminar, ha sido una larga espera. Abram oyó una voz interior, que no sabía de dónde venía, que decía ser Dios. Nunca había oído de ningún Dios que se comunicase con ningún hombre, así que escuchó… y eso nos cambió la vida. Dios le prometió descendencia a cambio de salir de su casa, de su vida, de su tierra. Dios le prometió lo más grande, un hijo, a cambio de dejar sus seguridades, su país... a cambio de aprender a confiar en él. Desde entonces hemos vagado por la tierra en busca de nuestro destino. Hemos conocido extraños países y extraños hombres y en todas nuestras rutas hemos sido protegidos y bendecidos… Pero no con descendencia. La promesa del Dios de Abraham sigue sin cumplirse. Dios ha dejado de hablar.
Mi vientre está seco y viejo. He sido la mejor esposa posible para Abraham, he respetado sus decisiones, he cuidado de sus negocios y, en mi desesperación, hasta he intentado cumplir la promesa que su Dios no ha querido llevar a cabo. Quise darle un hijo al juntarle con nuestra esclava Agar. Nació Ismael pero… no es mi hijo y mis bienintencionadas manipulaciones estuvieron a punto de acabar con mi vida esponsal. Quizás lo mejor será conformarse y dejar atrás dioses burlones y esperanzas vanas. La vida es real y la realidad es tozuda. La larga espera enferma el corazón, pero peor aún es perseguir vientos y dar crédito a imaginaciones e ilusiones. Es mejor resignarse a la triste realidad que alimentar deseos nunca satisfechos y felicidades nunca materializadas.
Lo peor es ver como mi marido se ha dejado su vida en el camino. Ha ido dejándose la piel y la juventud detrás de una quimera, una ensoñación… detrás de un autoengaño. La vida es demasiado importante y difícil para apostarla a un Dios desconocido, a una voz… a una palabra.
—¡Sara!
Abraham está acalorado y no es por el aplastante sol de la tarde.
—Prepara un pan y unas tortas para reponer las fuerzas de estos extranjeros.
Mi marido está inquieto. Se sienta enfrente de los visitantes y conversa con ellos mientras preparo los bocados. Los oigo hablar levemente y llego a captar que están hablando de…
Salgo a la puerta de la tienda para escuchar mejor y efectivamente, hablan de que a la vuelta de un año tendré un hijo.
Me río para mis adentros.
De alguna forma el visitante me ha oído.
—¿Te ríes?
—¡No mi señor! —contesto abrumada, mientras mi esposo me mira con desaprobación.
—¿Es que hay algo imposible para Yahveh?—insiste el extranjero dirigiéndose a mi esposo—En el plazo fijado volveré, al término de un embarazo, y Sara tendrá un hijo.
Se levantan y se marchan por el camino de Sodoma acompañados por Abraham, y yo me quedo apesadumbrada. ¡No puede ser, otra vez no! Ahora que estaba asumiendo mi triste condición, ahora que aceptaba el final de mis días en el silencio y la soledad, ahora que intentaba renunciar a futuros y esperanzas…
¿Debo aceptar el mensaje del extraño como la voz de Dios? ¿Ha hablado de nuevo? ¿Cómo saber que Dios se ha comunicado con nosotros? ¿Debo dar crédito y exponerme de nuevo a vivir en la espera, ahora que estoy aún más vieja y acabada? ¿Debo esperar contra toda esperanza? ¿Tengo fuerzas para seguir creyendo?
Me refresco la cara con un chorro de agua, el sofocante calor de hoy y la inquietante visita me provocan cierto mareo y un leve malestar en el vientre…
¿En el Vientre?
¡Quizás sea verdad!
Después de tantos años, de toda una vida, de tantos sinsabores…
¿Es posible que algo este ya creciendo dentro de mí?
¿Es posible que la vida cambie, que yo haya cambiado, que la tierra, por fin, de su fruto?
¿Es posible que de mí, salga vida?
¿Es posible que la espera haya acabado?
¿Es posible que se acabe mi humillación y mi vida errante?
¿Es posible que haya llegado el momento de recibir el premio a nuestra fe?
¿Es posible que la fe se convierta en certeza?
¿Es posible que una palabra engendre vida?
¿Es posible lo imposible?
“Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como había anunciado a nuestros padres en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.»” (Lc 1, 46)
Mambré.
Un encinar, un rebaño, una tienda, unos esclavos, unos parientes... un desierto.
Esterilidad, espera, impotencia… imposible.
Me llamo Saray, aunque mi marido me llama Sara por orden divina. Tengo más edad de la que recuerdo y más fracasos que felicidades. Mi vida al lado de mi marido ha sido un largo caminar, ha sido una larga espera. Abram oyó una voz interior, que no sabía de dónde venía, que decía ser Dios. Nunca había oído de ningún Dios que se comunicase con ningún hombre, así que escuchó… y eso nos cambió la vida. Dios le prometió descendencia a cambio de salir de su casa, de su vida, de su tierra. Dios le prometió lo más grande, un hijo, a cambio de dejar sus seguridades, su país... a cambio de aprender a confiar en él. Desde entonces hemos vagado por la tierra en busca de nuestro destino. Hemos conocido extraños países y extraños hombres y en todas nuestras rutas hemos sido protegidos y bendecidos… Pero no con descendencia. La promesa del Dios de Abraham sigue sin cumplirse. Dios ha dejado de hablar.
Mi vientre está seco y viejo. He sido la mejor esposa posible para Abraham, he respetado sus decisiones, he cuidado de sus negocios y, en mi desesperación, hasta he intentado cumplir la promesa que su Dios no ha querido llevar a cabo. Quise darle un hijo al juntarle con nuestra esclava Agar. Nació Ismael pero… no es mi hijo y mis bienintencionadas manipulaciones estuvieron a punto de acabar con mi vida esponsal. Quizás lo mejor será conformarse y dejar atrás dioses burlones y esperanzas vanas. La vida es real y la realidad es tozuda. La larga espera enferma el corazón, pero peor aún es perseguir vientos y dar crédito a imaginaciones e ilusiones. Es mejor resignarse a la triste realidad que alimentar deseos nunca satisfechos y felicidades nunca materializadas.
Lo peor es ver como mi marido se ha dejado su vida en el camino. Ha ido dejándose la piel y la juventud detrás de una quimera, una ensoñación… detrás de un autoengaño. La vida es demasiado importante y difícil para apostarla a un Dios desconocido, a una voz… a una palabra.
—¡Sara!
Abraham está acalorado y no es por el aplastante sol de la tarde.
—Prepara un pan y unas tortas para reponer las fuerzas de estos extranjeros.
Mi marido está inquieto. Se sienta enfrente de los visitantes y conversa con ellos mientras preparo los bocados. Los oigo hablar levemente y llego a captar que están hablando de…
Salgo a la puerta de la tienda para escuchar mejor y efectivamente, hablan de que a la vuelta de un año tendré un hijo.
Me río para mis adentros.
De alguna forma el visitante me ha oído.
—¿Te ríes?
—¡No mi señor! —contesto abrumada, mientras mi esposo me mira con desaprobación.
—¿Es que hay algo imposible para Yahveh?—insiste el extranjero dirigiéndose a mi esposo—En el plazo fijado volveré, al término de un embarazo, y Sara tendrá un hijo.
Se levantan y se marchan por el camino de Sodoma acompañados por Abraham, y yo me quedo apesadumbrada. ¡No puede ser, otra vez no! Ahora que estaba asumiendo mi triste condición, ahora que aceptaba el final de mis días en el silencio y la soledad, ahora que intentaba renunciar a futuros y esperanzas…
¿Debo aceptar el mensaje del extraño como la voz de Dios? ¿Ha hablado de nuevo? ¿Cómo saber que Dios se ha comunicado con nosotros? ¿Debo dar crédito y exponerme de nuevo a vivir en la espera, ahora que estoy aún más vieja y acabada? ¿Debo esperar contra toda esperanza? ¿Tengo fuerzas para seguir creyendo?
Me refresco la cara con un chorro de agua, el sofocante calor de hoy y la inquietante visita me provocan cierto mareo y un leve malestar en el vientre…
¿En el Vientre?
¡Quizás sea verdad!
Después de tantos años, de toda una vida, de tantos sinsabores…
¿Es posible que algo este ya creciendo dentro de mí?
¿Es posible que la vida cambie, que yo haya cambiado, que la tierra, por fin, de su fruto?
¿Es posible que de mí, salga vida?
¿Es posible que la espera haya acabado?
¿Es posible que se acabe mi humillación y mi vida errante?
¿Es posible que haya llegado el momento de recibir el premio a nuestra fe?
¿Es posible que la fe se convierta en certeza?
¿Es posible que una palabra engendre vida?
¿Es posible lo imposible?
“Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como había anunciado a nuestros padres en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.»” (Lc 1, 46)
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