Agradecimiento, paz, confianza
Habitualmente comento lo que sucede en la Iglesia o en el mundo con respecto a la Iglesia sin que me implique a mí personalmente aquello de lo que hablo. En esta ocasión, por el contrario, voy a hablar de algo que me afecta directamente. Me refiero a la aprobación por el Papa Benedicto XVI de los Estatutos de los Franciscanos de María, que no sólo es la familia espiritual a la que pertenezco sino que el Señor me eligió sin mérito mío para ser su fundador.
¿Qué siente un fundador ante un acontecimiento así? Creo que esta es la primera pregunta que debo contestar. Mis sentimientos se definen con tres palabras: agradecimiento, paz y confianza. Gratitud al Señor, ante todo, y a las personas que han hecho posible este momento, empezando por las que dieron conmigo los primeros pasos de la fundación; gratitud a la jerarquía de la Iglesia que me ha acompañado en estos años y me ha hecho sentir en todo momento la presencia cercana de una institución que es sobre todo madre.
En segundo lugar siento una enorme paz. El niño ya ha nacido y tiene vida propia. Ya no depende de mí, o por lo menos no como antes. Si yo fallo o fracaso o desaparezco, seguirá adelante, más o menos afectado, pero sin que mi ausencia represente el final para esta nueva criatura eclesial. Es, me imagino, el mismo sentimiento que debe tener una mamá al dar a luz: ya está fuera de mí, me sigue necesitando pero si yo no estoy podrá salir adelante y no morirá conmigo. Esto es para mí algo tan extraordinario que me da una paz inmensa.
En tercer lugar quizá debería sentir responsabilidad y no digo que no sea consciente de lo que esta definitiva aprobación pontificia me exige y nos exige. Sin embargo, lo que siento sobre todo es confianza. No se ha llegado hasta aquí, no se han sorteado mil dificultades, no se han vencido tantos obstáculos por mérito mío o de los que me han acompañado en este camino. Tanto los que me rodean como yo hemos sido siempre muy conscientes de que esto era posible no por nuestros méritos sino por la acción decidida del Espíritu Santo y la protección amorosa, singular, de la Santísima Virgen María. No confío en mí. Nunca he confiado en mí. En cambio, confío plenamente en Dios. Es en Él, en su fuerza, en su gracia, en su divina misericordia, en quien he puesto mi confianza. Y si Él nos ha protegido en el pasado, estoy seguro de que lo seguirá haciendo. Esta es una obra del Espíritu Santo y de María, no mía. La misión del agradecimiento es tan grande, tan importante, tan necesaria, tan urgente, que me excede absolutamente y estoy seguro de que el Señor no dejará que se muera.
Agradecimiento, paz, confianza. Tres cosas que llenan mi corazón ante esta aprobación pontificia y que me hacen sentir exultante de alegría. Pero lo más importante no es ni siquiera esto. Lo más importante sigue siendo lo que empecé a buscar cuando me consagré, hace ya muchos años. Cuando San Francisco de Asís le preguntó a Santa Clara qué buscaba cuando ella llegó a su pequeño convento huyendo de su casa para consagrarse, le contestó: "Dios". Santa Teresa dijo "Sólo Dios basta". Eso es lo que he anhelado siempre y lo que sigo buscando. Dios. Sólo Dios. Ese es el objetivo de mi vida y así quiero que siga siendo para siempre.
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