Reflexionando sobre el Evangelio
Orgullo es necedad, sencillez es sabiduría
Hoy en día todos nos proclamamos como fuente de verdad y sabiduría. Todos queremos ser referente que los demás sigan. Como es lógico, esto es imposible. Cristo nos dijo claramente que los sencillos y lo humildes, son los únicos que pueden seguir sus pasos. ¿Por qué? Porque no anteponen sus deseos a la Voluntad de Dios.
Todo lo que el Señor dijo a los Apóstoles en este pasaje, tiene por objeto el hacerlos más precavidos, porque era natural que tuviesen un concepto elevado de sí mismos, aquellos que lanzaban los demonios. De aquí el reprimir este concepto, porque cuanto se había hecho en su favor no era resultado de su celo, sino de la revelación divina. Por eso los escribas y los fariseos, teniéndose por sabios y prudentes, cayeron por efecto de su orgullo. De donde resulta que si por su orgullo no les fue revelado nada, también nosotros debemos tener miedo y ser siempre pequeños: pues esto hizo que vosotros gozarais de la revelación. Y como dice San Pablo: "Los entregó Dios a su réprobo sentido" (Rom 1,26). No dice esto para afirmar que Dios es el que produce ese efecto, pues Dios no hace mal, sino que aquellos fueron causa inmediata de ello. Por esta razón dice: "Ocultaste estas cosas a los sabios y a los prudentes". ¿Y por qué razón se las ocultó? San Pablo expone la razón en estos términos: "Porque queriendo establecer su propia justicia, no estuvieron sometidos a la justicia de Dios" (Rom 10,3). (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,1-2)
Hoy en día nadie desea someterse a nada y menos a la justicia de Dios. Nuestra soberbia nos impide acercarnos a Dios, que es Caridad y Justicia infinitas y simultáneas. Pero somos tan soberbios que, ante lo que nos requiere discernimiento, preferimos preguntarnos quiénes somos nosotros para juzgar, dejar que el Agua Viva siga río abajo sin mojarnos. En nuestra cerrazón, creemos que el discernimiento conlleva condenar al prójimo, lo que nos impide ser signo de amor y justicia. Los pequeños y sencillos, saben discernir de forma clara lo que acontece delante de ellos. No temen señalar al rey desnudo, porque la Verdad les hace libres. No les hace falta libros llenos de razonamientos para conocer qué deben entender durante su vida.
Nosotros, seres humanos del siglo XXI, andamos tan llenos de prejuicios positivos y negativos, que hasta nos creemos con derecho de decirle a Dios lo que tiene que pensar y hacer.
Bajarse del pedestal del orgullo no nada fácil, porque conlleva mirar y entender, antes de opinar con indiferencia y etiquetar a los hermanos. Quien esté libre de toda culpa, que tire la primera piedra, indicó Cristo a quienes deseaban una condena de la mujer adúltera. ¿Quién está libre de la culpa de orgullo? Más bien ninguno de nosotros. Todos defendemos nuestra opiniones como si fueran revelación directa de Dios. No podemos condenarnos unos a otros, porque aquí todos tropezamos con la misma piedra. No es sencillo servir a quien nos necesita, sin servirnos de la situación o ser utilizados por otros.
Nuestro orgullo nos lleva a utilizar a otras personas para nuestros manejos e intereses.
Es muy interesante repasar lo que le ocurrió a Elías en 1RE 19, 3-15, para darnos cuenta que Dios no está en la fuerza o el dominio. Dios está en la brisa suave, en el silencio. Dios habla en el silencio y la quietud de nuestro corazón. Quien lleva una vida llena de todo, es incapaz de escuchar la voz de Dios en su templo interior. ¿Quien quiere ser grande, poderoso, famoso o relevante? Cuando Dios busca lo sencillo para manifestarse. Pensemos en la Virgen María y en el nacimiento de Cristo como un ser humano más. Dios no está en lo alto de las escalinatas del mundo. Dios está en el suelo, allí donde no hay nada que ganar para nosotros. La Piedra que desecharon los arquitectos es ahora Piedra Angular. Pero nosotros nos empeñamos en construir nuestra vida, la sociedad y la Iglesia, por medio de las piedras que son valoradas por todos.
Por eso las Torres de Babel sólo nos puede llevar a enfrentarnos y a perder la poca unidad que todavía tenemos.
Estas cosas las entienden y hacen suyas los pequeños y los humildes. Nosotros, somos incapaces de comprender el Misterio de la presencia de Dios entre nosotros, aunque lo revistamos de elocuencia y miles de palabras. Palabras que conformarán espléndidas Torres de Babel, pero que como toda obra humana, no nos llevarán a Dios por sí mismas.