Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio (Mt 23,27-32)

Todos tenemos algo de sepulcros blanqueados

por La divina proporción

Antes de entrar en el Evangelio de hoy es interesante recordar la parábola del Publicano y el Fariseo. Sobre todo cuando el fariseo señala al Publicano y da gracias a Dios por no ser como “ese”. Es muy fácil llamar “Sepulcros Blanqueados” a todo aquel que aparenta lo que no es. Tan fácil, como complicado es aceptar que todos, empezando por sí mismo, tenemos algo de fariseismo en nuestro interior.

Toda santidad fingida es muerta, porque no obra impulsada por Dios, sino que más bien no debiera llamarse santidad. Así como un hombre muerto no es hombre, así como los farsantes que fingen y simulan ser otras personas y no son las mismas que aparentan. Y hay en ellos tantos huesos y tanta inmundicia, cuantos bienes aparentan con mal fin. Parecen exteriormente justos delante de los demás hombres. No en presencia de aquéllos a quienes la Escritura llama dioses, sino en presencia de aquéllos que mueren como hombres. (Orígenes, homilia 25 in Matthaeum)

¿Cuánta santidad fingida hemos padecido? Seguramente nos hemos encontrado con muchas personas que aparentan ser maravillosos y después, nos demuestran que no son mejores que nosotros mismos. La santidad fingida no es impulsada por Dios, como bien indica Orígenes. ¿Quién impulsa este simulacro en nosotros? La soberbia y la prepotencia que cargamos en nuestra naturaleza herida. Seguro que vemos mucha santidad fingida a nuestro alrededor. Podemos tomar una de dos opciones: hacer lo mismo o dejar de simular lo que no somos.

Mostrarnos tal como somos es complicado. No sólo por lo duro que es negarnos a nosotros mismos. Debemos estar dispuestos a ser apedreado por quienes se sentirán descubiertos. “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Mejor es retirarnos humildemente a señalar y condenar a quien ha pecado de la misma forma que nosotros. Algunas veces mereceríamos “atar una piedra de molino” y tirarnos al mar, porque despreciamos y maltratamos a quienes no se ajustan a nuestros simulacros.

Miremos ahora a la época en que vivimos. Una época en que la soberbia del ser humano se ha revelado inútil para enfrentar una pandemia vírica. Una época en la que los políticos se afanan en aparentar que saben lo que hacen. Una época en la que fingimos ser lo que no somos constantemente. Una época en la que consumimos toneladas de ficción en formato de series, reality shows, fake news, etc.

La pregunta que solemos hacernos es ¿Qué podemos hacer? La repuesta nos la da Cristo: tomar nuestra cruz, negarnos a nosotros mismos y seguir los pasos que Él trazó. Quizás lo primero que podríamos intentar ver en todo hermano la imagen y semejanza de Dios. Sobre todo en aquellos que evidencian los simulacros que tanto nos gustan.

 

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