Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Reflexionando sobre el Evangelio

Reconozcámoslo, pensamos como los hombres, no como Dios…

por La divina proporción

El evangelio de hoy domingo es muy actual. San Marcos muestra a Pedro en una doble faceta: reconociendo la divinidad de Cristo, para después intentar que el mensaje se adapte a las circunstancias. En este pasaje Cristo reconoce que el camino del cristiano es buscar a Dios a través de la humildad. ¿Humildad? ¿Quién la busca hoy en día? En contraste al camino hacia Dios, el camino mundano busca el ego por medio de la soberbia. Este episodio evangélico nos muestra que la vida del cristiano se desarrolla a dos pasos. El primer paso es el amor a Dios sobre todo y todos. Para ello es fundamental el desprendimiento del ego personal. Sólo si nos vaciamos de nosotros mismos Cristo se manifestará por medio de nosotros. Sólo así podremos dar el siguiente paso: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Pero ¿Cómo nos amamos nosotros mismos? ¿Cómo amará a su hermano un egoísta o un soberbio o un conspirador?

¿Qué pasa cuando la complicidad se hacer pasar por amor?

¿Qué nos sucede hoy en día? Las complicidades se disfrazan de amor con demasiada frecuencia. Todo lo social es un simulacro que intenta convencer y convencernos, de la gran mentira que mantenemos en pié. Vivimos en una sociedad líquida donde todo es válido y al mismo tiempo, nada tiene valor por sí mismo. Las virtudes quedan relegadas a apariencias sociales. La bondad queda relegada a la utilidad. Lo trascendente se supedita a lo cotidiano y funcional. Lo sagrado queda reducido a costumbres y tradiciones humanas. La misericordia se convierte en complicidad condicionada al punto de vista de cada ideología eclesial. La justicia se convierte en un rodillo implacable o desaparece totalmente. La caridad se ajusta a “hacer algo” por otra persona y si se publicita, mucho mejor. Las comunidades se generan únicamente dentro de espacios sociales cerrados y fuertemente reglamentados. Todo esto y otros muchos aspectos más, nos llevan a hacia un modelo eclesial similar a una gran ONG. En todo esto ¿Dónde queda Dios? Dios aparece como un espectador, indiferente y a veces cruel. Se propone un Dios cercano en lo emotivo, distante en lo vivencial y desaparecido totalmente en lo cognitivo. El cristianismo actual es casi un agnosticismo.

Alejamos a Dios por nos estorba y para tapar el hueco, nos colocamos a nosotros mismos en el centro del universo.

Nos pasa como a Pedro. Somos capaces de reconocer a Cristo como Dios y cinco minutos después intentamos ajustar su presencia a lo que el mundo está dispuesto a aceptar. Pero alejar a Dios de lo cotidiano es alejarlo de nuestra vida real. La inmensa soledad que genera esta separación se intenta compensar con presencia puramente emotiva. Una presencia sentimental que se ajusta a lo que cada uno quiere y necesita. Pero el Señor lo deja muy claro en este pasaje evangélico. Debemos negarnos a nosotros mismos. Si queremos llegar lejos, debemos cargar con la pesada cruz de nuestra naturaleza herida, limitada y licuada por la postmodernidad. Este es el gran desafío que presenta el Señor a quienes quieran seguirle.

No podemos negar a Dios, para que no nos estorbe en lo cotidiano. Si queremos salvarnos, debemos perder la vida por Cristo.

Es frecuente quejarnos como los propios discípulos: “Dura es esta declaración; ¿quién puede escucharla? Pero Jesús, sabiendo en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? (Jn 6, 60-61)

¿Nos escandaliza Cristo? ¿Entendemos las palabras del Señor como nos conviene? A Pedro le sucedió más de una vez y nosotros no vamos a ser menos. Lo que Cristo nos propone no es práctico ni útil para la sociedad. No nos permite aparecer como exitosos ante los demás. No seremos bien vistos. Se nos rechazará y cuando se posible, nos insultarán y maltratarán. Sin duda, portar la cruz no es nada placentero para nadie.

Diciendo esto Jesucristo, no creían que hablaba de cosas grandes y que encerraban algún Misterio aquellas palabras; mas lo entendieron como quisieron (tal es la condición humana)… (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan 27)

 

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