La Eucaristía en la vida de una madre de familia
La Eucaristía en la vida de una madre de familia
Introducción:
Les confieso que cuando empecé a leer sobre la vida y obra de la Venerable Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida, sobre todo, en lo que se refiere a su relación con Jesús Eucaristía, se rompieron todos mis esquemas, pues nunca me había pasado por la cabeza que alguien que se encontrara fuera de un convento, es decir, en medio de la sociedad, pudiera llegar a la unión íntima y constante con Dios. Gracias al ejemplo de Conchita, una mujer involucrada con los bailes y el teatro, ahora sé que la Eucaristía es un regalo para todos. Veremos, a continuación, algunos escritos que nos expresan el amor apasionado que llegó a sentir aquella madre de familia, cuyo testimonio constituye una riqueza espiritual para la Iglesia de hoy.
La lucha por recibir a Jesús diariamente:
Conchita nació en 1862 y murió en 1937, es decir, vivió en un periodo histórico muy difícil para la sociedad y, desde luego, para la Iglesia de su tiempo, pues los laicos se encontraban al margen de prácticamente todas las responsabilidades pastorales. No podían comulgar diariamente, pues iba en contra del canon de aquellos años, sin embargo, el amor que Conchita sentía por Jesús, la empujó a dialogar con las autoridades eclesiales, para conseguir el permiso de recibir la comunión cada mañana. Sin duda alguna, el que ama, busca estar siempre con el amado. Conchita logró que se lo permitieran y, con ello, marcó un antes y un después, posicionando a los laicos, con anterioridad a lo que sería el Concilio Vaticano II.
Vida y comunión:
Si la Eucaristía no se conecta con la vida, se puede llegar a convertir en un rito evasivo de las responsabilidades que se tienen, pues de nada sirve asistir a Misa, si no buscamos hacer realidad el proyecto de Cristo en nuestra persona. Conchita, lejos de descuidar a sus hijos e hijas, junto con su esposo, estaba al pendiente de ellos, uniendo su experiencia maternal, con la fuerza y vitalidad que recibía de su relación con Jesús. Veamos algunos de sus apuntes en el diario que estudió Fray Marie-Michel Philipon O.P.: "Por las tardes, al obscurecer, me iba a la iglesia de san Juan de Dios y allí cerquita del sagrario desahogaba mi pecho cerca de Jesús; le ofrecía a mis niños, a mi marido y a mis criados, pidiéndole luz y tino para saber cumplir mis deberes". (Aut. I, p. 157). Aquí encontramos a una madre de familia alegre, decidida y entusiasta, cuya fe, no se oponía a los pendientes que traía entre manos, sino que le daba tino para todas sus decisiones y relaciones humanas. Conchita simplificó toda su vida en Jesucristo, sin evadir los problemas o las complicaciones. En efecto, fue una mujer con los pies en la tierra y la mirada en el cielo.
Describir lo indescriptible:
Algo que me encanta de los místicos, es la capacidad que tienen para describir lo indescriptible, es decir, el profundo significado que van adquiriendo sus experiencias de fe. En el caso de Conchita, como madre y mística mexicana, salta a la vista, su capacidad de narrar el impacto de la Eucaristía en lo más íntimo de su corazón maternal, pues como la Virgen María, ella entendió el significado de ser madre, es decir, de comunicar vida. Cuando recibía la comunión, entraba en contacto con lo divino, expresándolo con una serie de frases apasionantes: “Siento como que sus Ojos están dentro de mis ojos, su Cuerpo dentro de mi cuerpo, su Corazón dentro de mi corazón, su Sangre, dentro de mi sangre, su Vida, dándome vida” (CC. 25, 23). Conchita no se quedaba en la teoría, sino que iba a la raíz del sacramento, dejándose tocar y vencer por el amor de Cristo. Para ella, la Misa no era un mero convencionalismo social, sino la experiencia de recibir literalmente al amado en su corazón maternal, sintiéndolo hijo, hermano, padre y maestro. Esto es, cuidándolo con la misma ternura y cariño que tenía para con sus hijos e hijas.
Se introduce al misterio:
A simple vista, la hostia consagrada, no adquiere otra textura o color, aún cuando sabemos que se trata del cuerpo de Cristo, sin embargo, para Conchita, era evidente dicha presencia. Así lo vivía y expresaba: “Yo siento a esta Trinidad augustísima metida dentro de la Hostia consagrada y en cada partícula, no sé cómo” (CC. 6, 269). Es decir, aunque no alcanzaba a comprenderlo con la fuerza de la razón, pues hay cosas que nos sobrepasan, reconocía a la Santísima Trinidad, es decir, al Dios que se acerca a todos y a cada uno de nosotros, bajo las especies del pan y del vino. Conchita se introdujo en el misterio eucarístico, encontrando las respuestas y claves de su vida. No se quedó en las apariencias, casi siempre engañosas, sino que salió de sí misma, abandonándose en los brazos del Padre Celestial, para contemplar a Jesús, mientras era guiada por el Espíritu Santo en medio de los acontecimientos de su propia historia. Desde los tristes, hasta los más alegres y satisfactorios. Todo lo unía a Cristo, cuyos brazos extendidos en la cruz, desataban los pliegues más profundos de su alma apasionada como joven, mujer, esposa, madre, escritora, fundadora, empresaria, abuela y mística.
La figura del sacerdote en la fracción del pan:
“Al ofrecer a Jesús, no es la pobre criatura la que lo ofrece, es Él en sus labios, en su corazón, en su cuerpo y en su sangre, y por eso, esa oblación es grata al Padre y alcanza gracias” (CC. 32, 121122). Conchita comprendía la necesidad de orar y trabajar por los sacerdotes, porque descubría en todos y en cada uno de ellos, el sello de Jesús, es decir, la esencia del sacramento del Orden sacerdotal, lo cual, le servía como motivación para abogar valientemente por la santificación de todos aquellos que prestan su vida para que Jesús actúe a través de ellos, convirtiéndose en ofrendas agradables al Padre Celestial, quien al observar la imagen de su hijo amado, se desborda sin medida.
Conclusiones:
La Espiritualidad de la Cruz no puede entenderse y, mucho menos, vivirse, sin el sacramento de la Eucaristía.
La Venerable Concepción Cabrera de Armida nos enseña la relación que existe entre la vida y la comunión.
La Misa no es un convencionalismo social, sino un espacio para encontrarse con Dios trino y uno.
Bajo las especies del pan y del vino, se esconde la imagen de la Santísima Trinidad.
Todos, desde nuestro estado y vocación, podemos alcanzar la santidad a partir de la relación íntima y constante con Jesús.
Les confieso que cuando empecé a leer sobre la vida y obra de la Venerable Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida, sobre todo, en lo que se refiere a su relación con Jesús Eucaristía, se rompieron todos mis esquemas, pues nunca me había pasado por la cabeza que alguien que se encontrara fuera de un convento, es decir, en medio de la sociedad, pudiera llegar a la unión íntima y constante con Dios. Gracias al ejemplo de Conchita, una mujer involucrada con los bailes y el teatro, ahora sé que la Eucaristía es un regalo para todos. Veremos, a continuación, algunos escritos que nos expresan el amor apasionado que llegó a sentir aquella madre de familia, cuyo testimonio constituye una riqueza espiritual para la Iglesia de hoy.
La lucha por recibir a Jesús diariamente:
Conchita nació en 1862 y murió en 1937, es decir, vivió en un periodo histórico muy difícil para la sociedad y, desde luego, para la Iglesia de su tiempo, pues los laicos se encontraban al margen de prácticamente todas las responsabilidades pastorales. No podían comulgar diariamente, pues iba en contra del canon de aquellos años, sin embargo, el amor que Conchita sentía por Jesús, la empujó a dialogar con las autoridades eclesiales, para conseguir el permiso de recibir la comunión cada mañana. Sin duda alguna, el que ama, busca estar siempre con el amado. Conchita logró que se lo permitieran y, con ello, marcó un antes y un después, posicionando a los laicos, con anterioridad a lo que sería el Concilio Vaticano II.
Vida y comunión:
Si la Eucaristía no se conecta con la vida, se puede llegar a convertir en un rito evasivo de las responsabilidades que se tienen, pues de nada sirve asistir a Misa, si no buscamos hacer realidad el proyecto de Cristo en nuestra persona. Conchita, lejos de descuidar a sus hijos e hijas, junto con su esposo, estaba al pendiente de ellos, uniendo su experiencia maternal, con la fuerza y vitalidad que recibía de su relación con Jesús. Veamos algunos de sus apuntes en el diario que estudió Fray Marie-Michel Philipon O.P.: "Por las tardes, al obscurecer, me iba a la iglesia de san Juan de Dios y allí cerquita del sagrario desahogaba mi pecho cerca de Jesús; le ofrecía a mis niños, a mi marido y a mis criados, pidiéndole luz y tino para saber cumplir mis deberes". (Aut. I, p. 157). Aquí encontramos a una madre de familia alegre, decidida y entusiasta, cuya fe, no se oponía a los pendientes que traía entre manos, sino que le daba tino para todas sus decisiones y relaciones humanas. Conchita simplificó toda su vida en Jesucristo, sin evadir los problemas o las complicaciones. En efecto, fue una mujer con los pies en la tierra y la mirada en el cielo.
Describir lo indescriptible:
Algo que me encanta de los místicos, es la capacidad que tienen para describir lo indescriptible, es decir, el profundo significado que van adquiriendo sus experiencias de fe. En el caso de Conchita, como madre y mística mexicana, salta a la vista, su capacidad de narrar el impacto de la Eucaristía en lo más íntimo de su corazón maternal, pues como la Virgen María, ella entendió el significado de ser madre, es decir, de comunicar vida. Cuando recibía la comunión, entraba en contacto con lo divino, expresándolo con una serie de frases apasionantes: “Siento como que sus Ojos están dentro de mis ojos, su Cuerpo dentro de mi cuerpo, su Corazón dentro de mi corazón, su Sangre, dentro de mi sangre, su Vida, dándome vida” (CC. 25, 23). Conchita no se quedaba en la teoría, sino que iba a la raíz del sacramento, dejándose tocar y vencer por el amor de Cristo. Para ella, la Misa no era un mero convencionalismo social, sino la experiencia de recibir literalmente al amado en su corazón maternal, sintiéndolo hijo, hermano, padre y maestro. Esto es, cuidándolo con la misma ternura y cariño que tenía para con sus hijos e hijas.
Se introduce al misterio:
A simple vista, la hostia consagrada, no adquiere otra textura o color, aún cuando sabemos que se trata del cuerpo de Cristo, sin embargo, para Conchita, era evidente dicha presencia. Así lo vivía y expresaba: “Yo siento a esta Trinidad augustísima metida dentro de la Hostia consagrada y en cada partícula, no sé cómo” (CC. 6, 269). Es decir, aunque no alcanzaba a comprenderlo con la fuerza de la razón, pues hay cosas que nos sobrepasan, reconocía a la Santísima Trinidad, es decir, al Dios que se acerca a todos y a cada uno de nosotros, bajo las especies del pan y del vino. Conchita se introdujo en el misterio eucarístico, encontrando las respuestas y claves de su vida. No se quedó en las apariencias, casi siempre engañosas, sino que salió de sí misma, abandonándose en los brazos del Padre Celestial, para contemplar a Jesús, mientras era guiada por el Espíritu Santo en medio de los acontecimientos de su propia historia. Desde los tristes, hasta los más alegres y satisfactorios. Todo lo unía a Cristo, cuyos brazos extendidos en la cruz, desataban los pliegues más profundos de su alma apasionada como joven, mujer, esposa, madre, escritora, fundadora, empresaria, abuela y mística.
La figura del sacerdote en la fracción del pan:
“Al ofrecer a Jesús, no es la pobre criatura la que lo ofrece, es Él en sus labios, en su corazón, en su cuerpo y en su sangre, y por eso, esa oblación es grata al Padre y alcanza gracias” (CC. 32, 121122). Conchita comprendía la necesidad de orar y trabajar por los sacerdotes, porque descubría en todos y en cada uno de ellos, el sello de Jesús, es decir, la esencia del sacramento del Orden sacerdotal, lo cual, le servía como motivación para abogar valientemente por la santificación de todos aquellos que prestan su vida para que Jesús actúe a través de ellos, convirtiéndose en ofrendas agradables al Padre Celestial, quien al observar la imagen de su hijo amado, se desborda sin medida.
Conclusiones:
La Espiritualidad de la Cruz no puede entenderse y, mucho menos, vivirse, sin el sacramento de la Eucaristía.
La Venerable Concepción Cabrera de Armida nos enseña la relación que existe entre la vida y la comunión.
La Misa no es un convencionalismo social, sino un espacio para encontrarse con Dios trino y uno.
Bajo las especies del pan y del vino, se esconde la imagen de la Santísima Trinidad.
Todos, desde nuestro estado y vocación, podemos alcanzar la santidad a partir de la relación íntima y constante con Jesús.
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