El desierto de lo real

Hoy leía unas palabras de Ettore Gotti-Tedeschi sobre la penosa y triste ruptura interior que existe dentro de la Iglesia. Ettore indica algo que en este humilde blog llevo repitiendo desde hace años:

"Nunca había visto tal división en el mundo católico como ahora. Temo que en el futuro el ecumenismo tendrá que centrarse esencialmente en la esfera interna del catolicismo" Ettore Gotti-Tedeschi

Toda división genera dolor y desesperación. Toda lejanía engendra desconfianza y resentimiento. ¿Cómo es posible que estemos cada vez más separados cuando tenemos tantos medios de comunicación y tantas potencialidades de unidad? La respuesta es sencilla. Los medios actuales buscan atraer a personas y las polémicas son el mejor reclamo para conseguir corrillos de interesados. Podemos verlo en muchos medios de comunicación religiosa, en los que la polémica, el partidismo y el resentimiento son la mejor publicidad que se pueden hacer.

Vivimos tiempos en los que andamos perdidos entre el ensordecedor ruido de las relaciones/comunicaciones sociales. ¿Soledad rodeada de cientos o miles de amistades virtuales? ¿Es esto posible? No sólo es posible, sino que esta soledad se va haciendo más y más profunda, cuanto más simulacros sociales aceptamos en nuestra vida. Pero no nos debemos desesperar. Este vacío nos permite reflexionar sobre el sentido profundo de la mística cotidiana a la que nos llama el Señor. Cristo nos pide estar en el mundo sin ser del mundo. ¿Cómo hacer posible esto? Debemos encontrar refugio en el Templo Interior que todos llevamos dentro y vivir la Liturgia Interior, que nos re-liga con Dios de momento a momento. 

Esta es una forma de retiro al desierto, en la que el desierto es la misma realidad mundana que nos rodea. El "desierto de la realidad" postmoderna que intenta engañarnos con tretas y continuos simulacros. Una realidad que dista mucho de ser la Verdad. Un sucedáneo edulcorado, que pretende que no notemos el amargo gusto tóxico del mundo.

En este desierto de la realidad, Cristo (La Verdad) no nos abandona. Nos espera en nuestro interior pacientemente. Llama a la puerta del sentido de la trascendencia que todos llevamos con nosotros. Espera a que le abramos la puerta, para cenar con nosotros. "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo" Ap 3, 20.

El mensaje del Ángel a la Iglesia de Laodicea (Ap 3:14-22) nos habla precisamente de esto. De la tibieza que nos lleva a unirnos al mundo, deseando ser parte del espectáculo y cómplice del simulacro que representamos. Nos creemos ricos porque nuestra sociedad nos hace creer que lo somos. Pero realmente somos un figurante más dentro del reparto de de la obra que el maligno ha sabido crear utilizando como herramientas, los maravillosos avances sociales y tecnológicos que tenemos a nuestra disposición.

¿Qué hacer entonces? Tomar la realidad postmoderna como lo que es: un desierto. Un espacio-tiempo en el que Dios no tiene cabida. Una obra llena de engaños y complicidades. Debemos recordar que Cristo nos tiende la mano y llama a la puerta de nuestro ser, nuestro corazón, nuestra centralidad. Entonces, conscientes del Camino, Verdad y Vida que nos espera, abramos la puerta para encontrarnos con Él y Él en nosotros mismos.