Del emocionante himno "La muerte no es el final": breve reseña histórica
por Luis Antequera
Vivamente emocionado ayer, como me pasa cada vez que lo oigo en el momento del homenaje a los caídos del Desfile de las Fuerzas Armadas en el que se procedió a entonar el maravilloso himno “La muerte no es el final”, me he interesado por la historia del mismo y su incorporación al repertorio del ejército español, encontrándome esta página bien explicativa de la Fundación Nacional Francisco Franco que no necesito alterar en absoluto y que reproduzco para Vds. sin apear una coma. Trátase de un extracto del libro “Historia de la música militar de España”, cuyo autor es Ricardo Fernández de la Torre.
“En el VI Festival de Música de las FAS, celebrado en la ciudad de Pamplona el 21 de junio de 1983, se escuchó por primera vez, públicamente, el emotivo canto “La muerte no es el final”, cuya vinculación al Ejército se remonta a dos años antes. Lo había compuesto el sacerdote vasco Cesáreo Gabaraín Azurmendi, nacido en Hernani (Guipúzcoa) en 1936, y fallecido el 24 de abril de 1991.
Como compositor nos dejó Gabaraín magníficos cantos religiosos y sobre todo su inmortal título “El pescador de hombres”, cuyo estribillo dice:
“Señor; me has mirado a los ojos, sonriendo, has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca. Junto a ti buscar‚ otro mar”
La adopción por el Ejército del canto religioso “La muerte no es el final” tiene su origen en el año 1981, cuando el teniente general José María Sáenz de Tejada, entonces al mando de la División de Navarra, lo escuchó en el curso de un funeral celebrado en la parroquia de San Lorenzo de Pamplona. El general, persona de extraordinaria sensibilidad, imaginó inmediatamente en qué medida realzaría esta bellísima música, trascrito su ritmo al paso lento, el traslado de la tradicional corona de laurel hasta la cruz en los ceremoniales militares de homenaje a los Caídos. En consecuencia, encomendó al jefe de la sección de música de la gran unidad, comandante Asiaín, la adaptación del canto de Gabaraín al paso lento de nuestro Ejército.
Tomás Asiaín Magaña, excelente compositor, aceptó muy ilusionado el encargo de Sáenz de Tejada. El resultado, como había previsto el general, fue espectacular. La presentación con carácter privado, a comienzos de 1982, en el cuartel del Regimiento de Infantería de América 66, constituyó un señalado acontecimiento. El recorrido de la corona hasta la Cruz se había ceñido a la duración de la música, seleccionándose una sola estrofa del texto de Gabaraín para facilitar su memorización a los soldados. Como pensó Sáenz de Tejada, el hermoso texto cobraría una dimensión solemne y conmovedora bajo el ronco contrapunto de los tambores militares:
“Cuando la pena nos alcanza por un hermano perdido,
cuando el adiós dolorido busca en la Fe su esperanza;
En Tu palabra confiamos, con la certeza que Tu
ya le has devuelto a la vida,
ya le has llevado a la luz”.
El canto se extendió pronto al resto de la División y a otras unidades, interpretándose en el ámbito nacional en junio de 1983.
S. M. el Rey lo conoció en 1985, en el homenaje tributado a los caídos el día de la entrega de despachos a una promoción de la Academia General Básica de Suboficiales, en Talarn (Lérida), e hizo grandes elogios del hermoso canto, interesándose por su origen. Posteriormente, el ministro de Defensa Narciso Serra decidió incorporarlo a las ceremonias oficiales de homenaje a los caídos. La primera vez que se interpretó con rango oficial fue el día 3 de octubre de 1986 sin letra, sólo música, con ocasión de la visita a España del Presidente de la República de Guatemala, en la iniciación de las ceremonias de homenaje a los que murieron por la Patria, ante el viejo monumento de la Plaza de la Lealtad.
“La muerte no es el final” conquistó, a partir de entonces, la más satisfactoria popularidad. La plegaria de Gabaraín se ha convertido en un verdadero himno a los caídos, hoy interpretado por todo nuestro Ejército en las ceremonias de homenaje a cuantos dieron la vida por España a lo largo de su Historia.
La versión más emocionante de este canto que he escuchado -dice el autor del libro- me llegó por un vídeo casero obtenido en un escenario inimaginable, y en una ceremonia del más elevado poder emocional: era el 15 de septiembre de 1997, en el llano de Pankowka, cerca de Novgorod, en Rusia. Con el acompañamiento de una banda civil de viento, e interpretado por un grupo de españoles, antiguos miembros de la División Azul, el hermoso canto envolvía en el más elevado clima emocional el acto de inauguración del monumento a los caídos de la unidad, levantado en aquellas tierras por su Hermandad”.
Me ha emocionado que el compositor sea, precisamente, un sacerdote vasco, Cesáreo Gabaraín Azurmendi, tantos de cuyos compañeros, algunos mitrados, han dado el vergonzoso ejemplo que han dado por lo que a amor a España y al consuelo de las víctimas del terrorismo se refiere. Lo que no vale decir de todos, y ayer mismo conocíamos la gran implicación de otro clérigo, el obispo Zacarías de Vizcarra, no menos vasco por ello, en la promoción del concepto de la Hispanidad. Uno se pregunta qué ha podido pasar en el País Vasco, tierra española donde las haya y vinculada a la forja de la hispanidad como pocas otras, para llegar en tan pocos años hasta donde hemos llegado.
Por otro lado, me honro con la amistad de dos personas que son los fundadores de la Asociación Desaparecidos en Rusia, los hermanos Fernando y Miguel Angel Garrido, responsables de la repatriación de los restos mortales de más de treinta divisionarios caídos en Rusia, la cual participó en la emocionante ceremonia en el llano de Pankowka que cita Ricardo Fernández de la Torre.
Por último, me he preguntado en qué funeral en la catedral de Pamplona pudo haber escuchado el Teniente General Sáenz de Tejada “La muerte no es el final”, dato que no soy capaz de determinar a ciencia cierta. Me pregunto si tal vez se trató del del Teniente Coronel José Luis Prieto Gracia, precisamente casado con Matilde Sáenz de Tejada, asesinado por la miserable banda de facinerosos ETA, el 21 de marzo de 1981 en Pamplona, de dos tiros en la cabeza. Descanse en paz el Teniente Coronel, y si, como me da la impresión, así fue, gracias en nombre de todos los españoles por tan hermoso servicio póstumo rendido con su sacrificio, un sacrificio que todos los buenos militares españoles están siempre dispuestos a hacer por su patria, que no es sino la de todos. También la de tantos malos hijos que, no por renegar de ella, dejan de serlo: mali fili, sed fili, malos hijos, pero hijos.
©L.A.
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