Madrugada del 23 de agosto, en la puerta del Cambrón de Toledo
Toledo 1936, ciudad mártir
Entre las 72 tristes jornadas de enfrentamiento que se vivieron en la ciudad de Toledo, hay una que culminó con caracteres de pesadilla. El 22 de agosto, unos aviones del ejército republicano que bombardeaban el Alcázar erraron en su puntería matando a varios soldados de su propio ejército. Los milicianos se vengan fusilando en la madrugada del 23 de agosto a 80 personas, gran parte de ellas sacerdotes, religiosos y miembros de asociaciones católicas.
Tomado del capítulo 27, página 201 (Madrid 2008).
Tomado del capítulo 27, página 201 (Madrid 2008).
La venganza comienza a fraguarse
Desde el mediodía, cuando cesa el fuego de los marxistas contra el Alcázar, se ha podido comprobar el desastre causado por su propia aviación. La impericia de los aviadores frente a un enemigo débilmente armado y sin defensa antiaérea no sólo no ha conseguido los objetivos militares buscados -incendiar el Alcázar-, sino que su error al apuntar en los parapetos marxistas que rodean la fortaleza ha provocado la muerte de varios milicianos. La noticia ha corrido como la pólvora. Nadie sabe exactamente el número de fallecidos, pero la rabia y casi la vergüenza, provocada por su propio error va a facilitar la excusa para perpetrar un asesinato en masa.
De este macabro plan, que en pocas horas va a ejecutarse, lo que sí se sabe es que los mandos de la cárcel lo tienen programado desde hace varios días. No hay nada de improvisación; sólo faltaba saber cuándo. Y el accidente aéreo de hoy ha puesto en bandeja que éste sea el día elegido. La efervescencia que entre el populacho ha causado el errado bombardeo ha desencadenado los hechos criminales. Un grupo no pequeño se ha presentado ante las puertas de la Prisión Provincial. Pero para entonces el patio de la prisión es un hervidero. No han necesitado que nadie los empuje para solicitar venganza y nuevas muertes; o por lo menos, las mismas muertes que las causadas entre sus propias filas.
Desde la puerta se calcula fácilmente que en el patio puede haber más de un centenar de personas ente presos y milicianos. Los presos han sido sacados de sus celdas y amarrados de dos en dos formando cuerda. Entre los primeros están los hijos del coronel Moscardó, Luis y Carmelo. Llevan en prisión junto a su madre, María de Guzmán, desde el 25 de julio, tas protagonizar Luis el episodio de la famosa llamada telefónica para amedrantar a su padre. Aunque María está en el departamento de mujeres, y no sabe nada de lo que está pasando…
Cuando ya han atado las muñecas de Luis y Carmelo para sacarlos al patio, un miliciano les para. Carmelo es un chaval de dieciséis años, pero sus facciones le aniñan dando a su rostro un aspecto ingenuo.
-¡Eh, camaradas!, dice. ¡Soltad a ese muchacho!
-¡Es hijo de Moscardó!, contestan burdas gargantas llenas de venganza.
-¡No importa!, se impone fuertemente el miliciano. ¡Tan niño, es una cobardía!
Y mientras le desata le dice:
-¡Anda, muchacho, vuélvete a la cárcel!
Carmelo, que no quiere separarse de su hermano, embargado por el miedo, se queda paralizado. De un empujón les separan y Carmelo entra de nuevo en prisión.
Con el Sr. Deán
En ese momento Luis Moscardó es atado a las muñecas del Señor Deán, don José Polo Benito. Tras ellos, don Segundo Blanco Fernández de Lara, maestro de ceremonias de la Catedral Primada, va atado con don Raimundo Ramírez Gutiérrez. A pesar de ser anciano y estar casi ciego, es coadjutor de la parroquia de San Martín. El teniente Vicario General de la Archidiócesis, don Agustín Rodríguez Rodríguez va junto a don Fausto Roncero Cantero, que es beneficiado de la Catedral Primada y capellán del Convento de Santa Clara de Toledo.
Don Manuel Hernández Díaz-Guerra es coadjutor de Portillo (Toledo). Amenazado de muerte en el pueblo, tuvo que escapar a últimos de julio, buscando refugio en Toledo, aunque fue inmediatamente apresado. Ya lo habían expulsado en mayo.
Junto a él va atado otro cura de pueblo; hace pocos días que llegó a la cárcel de Gilitos, aunque lleva en prisión casi desde el principio de la persecución. Se trata de don Feliciano Lorente Garrido, párroco de Arcicóllar y Camarenilla (Toledo). También antes de la guerra tuvo un percance con las autoridades locales: mientras leía desde el púlpito un escrito del Prelado durante la misa, subió el alcalde al presbiterio, se lo arrebató de las manos y le dijo que, sin su expreso permiso, no podía leer al pueblo nada, ni siquiera del Cardenal. Al estallar la guerra tuvo que huir y refugiarse en el campo; pero, sabiendo que le buscaban los milicianos con ahínco, se entregó a las autoridades republicanas de Camarenilla, que él consideraba más razonables. Éstas, hace unos días, lo condujeron a Toledo.
Gregorio Martín Paramo rige la capellanía de san José y está encargado de la iglesia filial de san Juan bautista. Había sido detenido junto a don Emilio López Martín, capellán mozárabe de la Catedral de Toledo, y también junto a él forma pareja, atado fuertemente.
El Chantre de la Catedral de Cádiz, natural de Olías del Rey (Toledo), don Calixto Paniagua Huecas va junto con don Antonio Arbó Delgado, beneficiado de la Catedral de Toledo.
Además de los once sacerdotes, desfilan también de dos en dos, los Hermanos Maristas. Han salido todos a la vez y por eso los atan juntos: el Hermano Cipriano José Iglesias con el Hermano Eduardo María Alonso; los Hermanos Jean Marie Gombert y Adbón Iglesias; el Hermano Julio Fermín Múzquiz y el Hermano Javier Benito Alonso; los Hermanos Anacleto Luis Busto y Bruno José Ayape y el Hermano Félix Amancio Noriega, que va junto al Hermano Evencio Pérez.
El Director, el Hermano Cipriano José, mira a los Hermanos Félix y Evencio, no sólo porque van los últimos, sino porque además son bastante más altos que él, para ver si son capaces de encontrar al Hermano Jorge Luis. Pero los carceleros se han olvidado por completo del Hermano cocinero, que ha seguido ocupándose de los fogones desde que fueron detenidos…
…Fuera en un camión, diez o doce milicianos están cargando las ametralladoras y toda la munición que van a necesitar. Ya se ha dado orden de que se apague el alumbrado del Ayuntamiento en la Puerta del Cambrón y sus alrededores. La saca se ha completado y los 80 hombres, en parejas de dos en dos, en grupos de diez, fuertemente atados por sus muñecas, comienzan a traspasar el patio de la Prisión. Aquí, en la Cárcel de Gilitos, han trascurrido los últimos días de sus vidas; bastantes llevan más de un mes… Ahora es el final, comienza la procesión dantesca que les llevará fuera de las murallas. A pesar de todos los que son, el silencio es profundo; sólo se percibe el silabeo de los condenados que rezan el rosario camino del paredón.
Camino del martirio, primeras horas del 23 de agosto
Los milicianos van provistos de linternas. Y antes de llegar a la puerta del Cambrón, los que hacen de avanzadilla, a grandes voces, ahuyentan a los vecinos de la barriada; no quieren testigos. Al atravesar la histórica puerta, un grupo es conducido, por la izquierda, hacia la explanada posterior del Matadero, ya cercana al Puente de San Martín; y el otro grupo, por la derecha, se dirige hacia la fuente del Salobre.
El camión ha salido de la cárcel una hora antes. Por ello, los de las ametralladoras ya están situados frente a las murallas, apostados en la carretera para cuando lleguen los sentenciados. Gritos, risas de nerviosismo y manos temblorosas forman el primer grupo, al ser desviados de la carretera para dirigirlos hacia el muro del Matadero Municipal, se dan cuenta de que van a ser asesinados… Si alguno ha creído en la falacia de que los llevaban al Penal de Ocaña, toda esperanza se desvaneces: su muerte está frente a ellos.
Son ya más de las doce de la noche. La luna y las estrellas, pese a que nos encontramos en pleno verano, parece que se han conjurado para hacer desaparecer su luz en estas horas de muerte. Sólo el rápido brillar de los relámpagos y la movediza luz de los faros del camión alumbran la caravana de condenados. Unos a otros, los sacerdotes dan y reciben la absolución por sus pecados; la última de su vida. El jefe del grupo ha dispuesto ya a los que tienen que colocarse en las ametralladoras. Don José Polo, encarándose con los milicianos, hace oír su voz a los verdugos:
-“Dios es testigo del crimen colectivo que van a consumar. Dios les pedirá cuentas. Él, en nombre de todos nosotros, les perdona”.
En otros corazones, menos embotados por el odio y la muerte, las palabras solemnes del Deán de la Catedral de Toledo hubieran supuesto indecisión e incluso abandono por la crueldad y la premeditación de este asesinato colectivo; pero los marxistas quieren llegar hasta el fin de su barbaridad y nada les va detener.
Todavía tiene Polo Benito tiempo para dirigir una fervorosa exhortación a sus compañeros que, mudos y enteros, esperan con serenidad el momento de la muerte. Ahora sí que ya no hay duda. Cuando los ojos se han acostumbrado a la luz tenue con la que apenas se ve, ante ellos aparece un pelotón de fusilamiento. Las ametralladoras enfilan a los presos e inmediatamente comienzan a funcionar. Al mismo disparan los fusiles. Uno sobre otro se entremezclan los cuerpos abatidos en vivas a Cristo Rey y a España. Los racimos de agonizantes son rematados a punto de pistola. Al llegar a Polo Benito, que todavía musita la recomendación del alma con un hilo de voz, los milicianos que pasan entre los cuerpos para dar el tiro de gracia se dicen entre ellos:
-Oye, este es el del sermoncito, ¿no?
Y el que ha formulado la pregunta, sin esperar respuesta, con la culata del fusil, comienza a darle golpes en la cabeza hasta que se la abre.
-Ja, ja, ja… Que se vaya con sus sermoncitos al cielo.
Poco después se repite en el Salobre el mismo lúgubre espectáculo. Los presos son apartados de la carretera, junto al pilar del abrevadero. Los vecinos de la barriada oyen un fuerte rumor, como de sorpresa y protesta, que es rápidamente acallado por los disparos de las ametralladoras, la fusilería y las pistolas.
Beato José Polo Benito
Nació en Salamanca, el 27 de enero de 1879. Estudió en el Seminario de Salamanca los cuatro años de latín y 1º de Filosofía, continuó en Ciudad Rodrigo 2º y 3º de Filosofía y 1º de Teología. Volvió a Salamanca en 1897 para terminar los estudios, doctorándose en Teología y Cánones. Siendo todavía estudiante dirigió La Semana Católica.
Ordenado sacerdote en 1904, inició su actividad pastoral como coadjutor de Sancti Spiritus (Salamanca). En 1905 fue nombrado catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca, y capellán de las religiosas franciscanas de la ciudad; en 1907, Secretario de cámara del Obispado; en 1908, canónigo y examinador sinodal. En 1911 marchó a Plasencia como maestre-escuela de la catedral de esta ciudad; en 1912, secretario del Gobierno Eclesiástico y administrador de los fondos de esta diócesis; en 1913, gobernador eclesiástico por vacancia de la sede en 1913, y en 1918, deán de la catedral. Dirigió la revista Las Hurdes, organizó el Congreso Nacional Hurdanófilo celebrado en Plasencia y fundó y dirigió el periódico Regional (1907-1914). Participó en el Congreso Eucarístico Internacional de Viena, en el Congreso Social de las Asociaciones del Norte, celebrado en Plasencia, en la Asamblea de la Buena Prensa, en Zaragoza, y en el Congreso de Previsión Social de Barcelona.
El 25 de enero de 1923 fue nombrado deán de la catedral de Toledo, donde continuó su actividad pastoral y humanística. Ingresó en la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, el 5 de abril de 1925, y fue asimismo vicepresidente del Consejo del Patronato de Previsión del Instituto Nacional de Previsión, presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, de la Esclavitud de Nuestra Señora del Sagrario y de la Dirección de Peregrinaciones a Roma y Oriente. Colaboró con asiduidad en los periódicos ABC y Mundo Católico, así como Prensa Asociada, y dirigió la revista Tierra santa y Roma. También escribió para La Razón de Buenos Aires y otros periódicos y revistas extranjeros. Fruto de sus vigilias y desvelos fueron sus libros sobre los acuciantes problemas sociales que se vivían en aquella época. Además, escribe dos novelas que fueron traducidas al alemán: “El falso Rembrandt” y “Guerra y Amor”.
Los testigos señalan al Beato José Polo como a un hombre “de fe y piadoso”; gran predicador, daba testimonio de su fe “en la predicación y la celebración de la santa misa, así como en su devoción a la Virgen”, “cabían en él todos los valores humanos y sobrenaturales”.
Desde el día 22 de julio de 1936 en que la ciudad de Toledo cayó en manos de los milicianos, empezaron las detenciones y matanzas de los sacerdotes. Don José Polo fue arrestado en los primeros días y llevado a la cárcel de la Diputación Provincial. Los compañeros recuerdan su entereza, ya que animaba a todos “a ser mártires de Jesucristo, a ser siempre valientes y a reconciliarnos con Dios, en el sacramento de la confesión, por si acaso por la noche éramos sacados para el martirio”. El día 25 de julio fue trasladado a la prisión de Gilitos.
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