Tres niños en chándal
por Georgina Trías
Tres niños vestidos de chándal se dirigen hacia el campo de fútbol para jugar un partido. Dos de ellos tienen una complexión atlética y en el campo son ágiles y rápidos. Dominan el balón, y lo saben. Delante de ellos camina el tercero, más gordito y menos atlético. Los compañeros que le siguen empiezan a burlarse de él, ¡qué malo eres! ¡para qué juegas al fútbol?! y otras cosas cada vez menos amables. El niño que va delante tiene ganas de girarse y liarse a puñetazos con ellos. Sin embargo, no lo hace. Le han enseñado que en una circunstancia así, en la que te sientes emocionalmente agredido, lo mejor es parar, decir "semáforo rojo", pensar en lo que vas a hacer, en las alternativas que tienes, y en las consecuencias que pueden tener unas u otras acciones.
Y en este momento, lo hace. En lugar de usar el resorte de la violencia, se detiene, se gira, y le dice a uno de ellos: "Tienes razón, no soy muy bueno en fútbol. Lo que hago es dibujar muy bien, si quieres te enseño a hacerlo". El otro chico se quedó mirándole, le abrazó por el hombro y le dijo: "venga pues, yo también puedo enseñarte a mejorar en fútbol".
Es un caso real que contó Daniel Goleman en la conferencia que dio el miércoles pasado en la Universidad Europea de Madrid. "Un momento brillante", dijo. Un momento brillante en la vida de este chico, que ha sabido, gracias a una cierta educación de sus competencias emocionales, saber girar el signo de una situación, de violenta a amigable. ¿Cómo lo hizo? Reconoció primero su fortaleza, la ofreció al otro, y el otro, correspondió del mismo modo.
Parece magia pero no lo es. Es la posibilidad que tenemos todos los seres humanos de apelar a lo mejor de los demás, incluso cuando ellos no lo estén haciendo con nosotros.
Es esa posibilidad que tenemos, con un adecuado control y conocimiento de nosotros mismos, de calibrar nuestras reacciones, antes de que hagamos y nos hagamos un daño que después puede resultar irreparable.
Incluso los valores más nobles quedan a veces empañados por una inadecuada comprensión de nosotros mismos y de nuestras emociones. Vale la pena dedicarnos tiempo a cultivar este conocimiento, y cambiar también de este modo el signo de los tiempos.
El valor que tiene esta acción para este chico es incalculable. Si lo ha hecho una vez, ya sabe que puede hacerlo, y podrá repetirlo más veces. Y desde esa fortaleza, crecer sano y en paz.