Reflexionando sobre el Evangelio
Indulgentes con sí mismos, severos con los demás
Así es como Cristo reprende a los doctores en la ley, escribas y maestros de las sinagogas. Ellos se sienten mal porque se sienten acusados de “algo” que no ven en sí mismos. Cristo les señala el problema a los maestros. Un problema que tiene todo ser humano. Ninguno nos salvamos. Un problema que se evidencia más en aquel que tiene un puesto de responsabilidad en cualquier jerarquía. ¿Por qué? Porque quien tiene poder, tiende a acusar a los demás lo que "él mismo" no hace. Es la ceguera de quien no es capaz de ver más allá de sus propias ambiciones y expectativas
Tales son también muchos jueces: severos con los que pecan e indulgentes consigo mismos; legisladores intolerables y débiles observantes de las leyes; no quieren observar una vida honesta ni acercarse a ella y exigen a sus subordinados que la observen con todo rigor. (San Gregorio Niceno, in Cat. graec. Patr)
Es curioso cuanto nos cuesta acusarnos a nosotros mismos y lo fácilmente que lo hacemos sobre los demás. La relajada tolerancia con el error propio, se evidencia por el celo indómito con que se trata el error ajeno. También es curioso observar como actuamos cuando estamos dentro de un partido o no sentimos parte de una sensibilidad diferenciada. Cuando más nos sintamos “diferentes” más fácilmente encontramos razones para pensar mal de los de los otros partidos, tendencias o sensibilidades. La naturaleza humana es así. Todos llevamos la herida con nosotros mismos. Sólo la Gracia de Dios es capaz de reducir esta tendencia y lo hace, cuando dejamos que actúe en nosotros.
Deberíamos tener cuidado. Cuando medimos a los demás, estamos señalando nuestra vara de medir
Intentemos no dedicarnos a medir a los demás y despreciarlos. ¿No es mejor ver en ellos lo bueno e intentar que esa bondad crezca? ¿No es mejor vivir la vida construyendo que destruyendo? Vivir la vida desde la negación y la condena de los demás, es tan triste como infructuoso. Postular que nos cuidemos de los que no son como nosotros, es depreciar todo lo bueno que no poseemos en nosotros.
Ese es el problema que Cristo señaló en los maestros de la ley. Problema que sigue existiendo y podemos leer en los titulares de muchas web informativas todos los días. No tenemos que tener cuidado de quien no comparte con nosotros las mismas bases de entendimiento de la fe y de la misma vida. Tengamos miedo de hacer imposible la colaboración y la paz entre nosotros. Sé que habrá quien se rasgue las vestiduras al leer lo que acabo de decir. ¿Cómo voy a dejar de machacar a esos despreciables rigoristas o a esos malditos herejes? ¿Cómo voy a dejar de llamar a la cruzada contra los fariseos o los modernistas? ¿Cómo voy a respetar a quien se atreve a poner en duda lo que me hace sentir diferente, elegido, supremo? Nuestra soberbia nos puede y se evidencia en la ira contenida o evidente, que aparece en nosotros cuando se habla de ser herramienta de paz entre los seres humanos y de unidad en lo sustancial.
Es evidente que nuestros prejuicios nos hacen imposible encontrar la imagen y semejanza de Dios en los demás. Cuando perdemos de vista la imagen de Dios en los demás, no valen de nada las humildades y solidaridades aparentes que nos echemos encima. Tampoco valen los halagos que nos hagan los de nuestro partido. Si no podemos ser herramienta de paz y concordia desde le carisma que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros, siempre es mejor dar un paso atrás. Siempre es posible buscar un espacio donde podamos se humildes y dóciles herramientas del Espíritu Santo.