La hoguera de las vanidades
Soy pintor. Vengo de Castilla buscando perfeccionar mi arte. Soy católico devoto.
Atravieso la plaza en dirección a la iglesia de la Santa Croce. En lo alto de la escalinata se forma el grupo de los de siempre, saludándose cortesmente, antes de entrar al oficio de misa. Pero hoy están visiblemente agitados, señalan hacia el Este, en dirección a la plaza de la Signoria. Todos empiezan a encaminarse hacia allí. Me uno a ellos...es posible que esté pasando otra vez. En las calles nos juntamos todos. Florencia entera se convulsiona. A mi lado, el grupo de caballeros hablan jadeando por el ritmo del avance:
—¡Lo ha vuelto a hacer!
—¡Es un santo, un profeta!
—¡Es un loco!
—¡Está poniendo las cosas en su sitio!¡Es un nuevo Juan Bautista!
El ambiente en la república Florentina de 1494, como en el resto de Europa, es complejo. ¿Y cuándo no?. La rica familia Medici, promotores del arte pagano y la vida frívola, ha tenido que dejar el poder. Carlos VIII de Francia está intentando conquistar Italia y deponer a aquel Papa que tan indignamente se comporta, el valenciano, Alejandro VI, (Rodrigo de Borgia).
Caminamos a paso ligero por la calle que une la plaza de la catedral y del ayuntamiento. A mi lado pasa un jinete con su trote atronador por el golpeo de los cascos en el empedrado. Las babas del jumento han manchado mi capa recién estrenada. Me quejo amargamente mientras esquivo el torrente de agua sucia que una inoportuna criada lanza desde el piso superior de una rica mansión.
Por fin, doblo la esquina y... aparece en todo su esplendor el espectáculo que me imaginaba. La gran hoguera está encendida una vez más...La hoguera de las vanidades.
Los monjes dominicos se mueven alrededor, recogiendo los enseres, libros, joyas y cosas de valor que los ciudadanos les dan, conmovidos por la predicación del dueño de Florencia. El que ha conseguido expulsar a los corrompidos Medici. El elegido de Dios para una renovación de la sociedad y de la iglesia: Girolamo Savonarola.
Su nariz aguileña asoma por el encapuchado. Está descansando de los gritos de la predicación. Toma aire y continua:
—¡Hermanos. Purificaos. Abandonad la vida depravada que os enseñan los agentes del mal. Quemad vuestras ostentaciones. Quemad vuestras vanidades. Dice nuestro señor Jesucristo: “Si tu ojo te lleva a pecar, arráncatelo”. Está en juego vuestra salvación. No os dejéis engañar por el arte pagano, por el juego, por el alcohol, que son instrumentos de caída, cosas que no son adecuadas para el alma. No os dejéis engañar por ese perro español que está sentado en la cátedra de Roma, amigo de sobornos y sensualidades. Los que nos gobiernan son usurpadores, traficantes, injustos y prevaricadores. Apartaos de ellos. No os dejéis tentar por los lujos excesivos mientras vuestros hermanos pasan hambre y escasez!.
Un grupo de alguaciles se agitan en sus monturas mientras el monje les acusa con el dedo:
—¡Vosotros que debéis proteger la justicia y el orden y pisoteáis el derecho aceptando sobornos y protegiendo a los ricos. Haced penitencia y arrepentíos!
—¡Demasiado que te dejamos montar este espectáculo!—contesta uno de ellos a media voz
—¡Tsssi! Calla no vaya a ser que soliviante a la multitud en contra nuestra.—le ruega su compañero.
Savonarola continúa, sin percatarse de la conversación de los agentes de la ley:
—¡Vosotros, sacerdotes y obispos, engendradores de hijos, lujuriosos y mentirosos, que medráis en la iglesia para satisfacer vuestras ambiciones o para salir de la pobreza!.
Un sacerdote cruza la plaza apurado, recogiéndose la sotana con una mano y santigüándose con la otra, huyendo del bochorno.
—Vosotros intelectuales y artistas que vendéis vuestros pinceles al mejor postor. Dejad de representar desnudeces y escenas impúdicas y contar historias depravadas. Luego nos extrañamos de la proliferación de la sodomía y la sífilis. Cortaos las manos!
En ese momento reconozco a Sandro. Está preparado para arrojar a la pira varias de sus obras. Corro hacia él.
—¡No, no lo hagas!
Llego a su lado. Boticelli me mira con enfado. Le vuelvo a rogar:
—Es arte. No le hagas caso. Este hombre aplasta las conciencias, no las libera. Es un exaltado, un extremista. No tiene sentido de la medida.
—¿Y me lo dices tú, español? ¿Cuando tus reyes supercatólicos acaban de expulsar a moros y judíos y la Inquisición persigue implacablemente a los falsos conversos?...¡Ah! Por eso has venido aquí, huyendo de la intransigencia y atraído por la falsas luces de los Médici...Yo también me dejé embaucar por ellos, pero veo que detrás de su exaltación de la vida relajada, la belleza mal empleada y la intelectualidad endiosada, se encuentra el peligro de corromper el alma. El ambiente es extremista. La acción del demonio se ha de contrarrestar con la misma intensidad. No debemos caer en la cobardía o en falsear el evangelio. Savonarola me ha abierto los ojos. Tengo un don y ¿para que lo uso?. Para mi gloria personal. Me doy cuenta de que tengo una responsabilidad. Si por la contemplación de mi arte alguien peca, yo soy el responsable.
—No, el responsable es el que se deja tentar y cae.
Sandro Boticelli mira reflexionando su obra:
—El arte debe inspirar y elevar el alma, no provocar e intoxicar las mentes. Todos somos responsables de todos. Nuestras acciones tienen consecuencias en nuestro interior y en los que nos rodean.
El pintor continúa pensativo mientras el bullicio en la plaza se hace más intenso. Se repone y me reta:
—Esta bien. Es posible que todos hayamos perdido el rumbo, o todos tengamos algo de razón, pero dime una cosa...¿Quién sirve mejor a la iglesia y a los hombres, quién refleja mejor el rostro de Jesús, mi exaltado monje o tu inquietante Papa?
—Sirve mejor el que ama más.
—Ama más el que dice la verdad
—Con la pasión de defender la verdad, a veces, caemos en abusos y tiranías.
—Jesucristo expulsó a los vendedores del templo, —me rebate vehemente el pintor—A veces es necesario un buen tirón de orejas.
—Pero cuidado no se vayan a arrancar y no puedan oir...
—¡Hay que acabar con el demonio!
—¡Pero sin derrotar a la persona!¡Nuestra lucha no es contra el hombre!
Nos miramos con intensidad y cierto enojo. Le pregunto en un último intento de calmada reflexión:
—¿De qué sirven estos espectáculos? ¿De qué sirve quemar aquí joyas y monedas públicamente, si en mi interior no me despojo del verdadero tesoro de mi corazón? Mi soberbia me empuja a creerme mejor por el hecho de quemar aquí naderías, mientras mi alma está descubierta ante Dios...
Sandro Boticelli me observa dudando. Mira a su alrededor y en un arrebato de determinación agarra un lienzo con representaciones del Decameron de Bocaccio y lo arroja a la hoguera, cubriéndose con el brazo ante la violencia de las llamas.
Me giro hacia el dominico y descubro que me observa con su mirada escondida por la capucha. Ha presenciado la escena y siento su rechazo hacia mí. Un escalofrío me recorre la espalda. Un grupo de ciudadanos bienintencionados y emocionados arrojan libros y se interponen en nuestro campo visual, momento en el que aprovecho para alejarme prudentemente de allí.
Me queda una sensación incómoda y no sé qué pensar, mientras me encamino a una pequeña capilla que hay cerca, para comulgar, meditar y orar ante el sagrario...y encontrar algo de paz.
Más tarde el Papa Alejandro VI en coalición con los reyes Católicos, el archiduque de Austria y la mayoría de los estados italianos, expulsará al rey Francés Carlos VIII, pero antes...
El 8 de abril de 1498, una parte del ejército del papa entra en Florencia. La ciudad no opone resistencia, y los ciudadanos se muestran dispuestos a entregar al fraile. Éste se esconde junto con sus seguidores en el convento de San Marcos. Mueren muchos de los que intentan protegerlo. Poco después, Savonarola, acusado de herejía, rebelión y errores religiosos, fue conducido a la prisión de Florencia. Durante cuarenta y dos días se le somete a tortura, así como a sus partidarios. Al cabo Savonarola firma su arrepentimiento con el brazo derecho, brazo que los torturadores habían dejado intacto para que pudiese hacerlo. Después, se arrepintió de haber firmado la confesión que le presentaron los torturadores y ruega a Dios para que tenga misericordia de él por su flaqueza confesando crímenes que en realidad creía no haber cometido. Sus cenizas fueron arrojadas al río Arno después de arder durante varias horas... en la hoguera.
“No me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo.¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con ésos ¡ni comer!Pues ¿por que voy a juzgar yo a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes vosotros juzgáis? A los de fuera Dios los juzgará. ¡Arrojad de entre vosotros al malvado!“ (1Cor 5, 10-13)
“Hermanos, os mandamos en nombre del Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente y no según la tradición que de nosotros recibisteis.(...)Pero no lo miréis como a enemigo, sino amonestadle como a hermano.
Que El, el Señor de la paz, os conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos vosotros.” (2Te, 3)
Atravieso la plaza en dirección a la iglesia de la Santa Croce. En lo alto de la escalinata se forma el grupo de los de siempre, saludándose cortesmente, antes de entrar al oficio de misa. Pero hoy están visiblemente agitados, señalan hacia el Este, en dirección a la plaza de la Signoria. Todos empiezan a encaminarse hacia allí. Me uno a ellos...es posible que esté pasando otra vez. En las calles nos juntamos todos. Florencia entera se convulsiona. A mi lado, el grupo de caballeros hablan jadeando por el ritmo del avance:
—¡Lo ha vuelto a hacer!
—¡Es un santo, un profeta!
—¡Es un loco!
—¡Está poniendo las cosas en su sitio!¡Es un nuevo Juan Bautista!
El ambiente en la república Florentina de 1494, como en el resto de Europa, es complejo. ¿Y cuándo no?. La rica familia Medici, promotores del arte pagano y la vida frívola, ha tenido que dejar el poder. Carlos VIII de Francia está intentando conquistar Italia y deponer a aquel Papa que tan indignamente se comporta, el valenciano, Alejandro VI, (Rodrigo de Borgia).
Caminamos a paso ligero por la calle que une la plaza de la catedral y del ayuntamiento. A mi lado pasa un jinete con su trote atronador por el golpeo de los cascos en el empedrado. Las babas del jumento han manchado mi capa recién estrenada. Me quejo amargamente mientras esquivo el torrente de agua sucia que una inoportuna criada lanza desde el piso superior de una rica mansión.
Por fin, doblo la esquina y... aparece en todo su esplendor el espectáculo que me imaginaba. La gran hoguera está encendida una vez más...La hoguera de las vanidades.
Los monjes dominicos se mueven alrededor, recogiendo los enseres, libros, joyas y cosas de valor que los ciudadanos les dan, conmovidos por la predicación del dueño de Florencia. El que ha conseguido expulsar a los corrompidos Medici. El elegido de Dios para una renovación de la sociedad y de la iglesia: Girolamo Savonarola.
Su nariz aguileña asoma por el encapuchado. Está descansando de los gritos de la predicación. Toma aire y continua:
—¡Hermanos. Purificaos. Abandonad la vida depravada que os enseñan los agentes del mal. Quemad vuestras ostentaciones. Quemad vuestras vanidades. Dice nuestro señor Jesucristo: “Si tu ojo te lleva a pecar, arráncatelo”. Está en juego vuestra salvación. No os dejéis engañar por el arte pagano, por el juego, por el alcohol, que son instrumentos de caída, cosas que no son adecuadas para el alma. No os dejéis engañar por ese perro español que está sentado en la cátedra de Roma, amigo de sobornos y sensualidades. Los que nos gobiernan son usurpadores, traficantes, injustos y prevaricadores. Apartaos de ellos. No os dejéis tentar por los lujos excesivos mientras vuestros hermanos pasan hambre y escasez!.
Un grupo de alguaciles se agitan en sus monturas mientras el monje les acusa con el dedo:
—¡Vosotros que debéis proteger la justicia y el orden y pisoteáis el derecho aceptando sobornos y protegiendo a los ricos. Haced penitencia y arrepentíos!
—¡Demasiado que te dejamos montar este espectáculo!—contesta uno de ellos a media voz
—¡Tsssi! Calla no vaya a ser que soliviante a la multitud en contra nuestra.—le ruega su compañero.
Savonarola continúa, sin percatarse de la conversación de los agentes de la ley:
—¡Vosotros, sacerdotes y obispos, engendradores de hijos, lujuriosos y mentirosos, que medráis en la iglesia para satisfacer vuestras ambiciones o para salir de la pobreza!.
Un sacerdote cruza la plaza apurado, recogiéndose la sotana con una mano y santigüándose con la otra, huyendo del bochorno.
—Vosotros intelectuales y artistas que vendéis vuestros pinceles al mejor postor. Dejad de representar desnudeces y escenas impúdicas y contar historias depravadas. Luego nos extrañamos de la proliferación de la sodomía y la sífilis. Cortaos las manos!
En ese momento reconozco a Sandro. Está preparado para arrojar a la pira varias de sus obras. Corro hacia él.
—¡No, no lo hagas!
Llego a su lado. Boticelli me mira con enfado. Le vuelvo a rogar:
—Es arte. No le hagas caso. Este hombre aplasta las conciencias, no las libera. Es un exaltado, un extremista. No tiene sentido de la medida.
—¿Y me lo dices tú, español? ¿Cuando tus reyes supercatólicos acaban de expulsar a moros y judíos y la Inquisición persigue implacablemente a los falsos conversos?...¡Ah! Por eso has venido aquí, huyendo de la intransigencia y atraído por la falsas luces de los Médici...Yo también me dejé embaucar por ellos, pero veo que detrás de su exaltación de la vida relajada, la belleza mal empleada y la intelectualidad endiosada, se encuentra el peligro de corromper el alma. El ambiente es extremista. La acción del demonio se ha de contrarrestar con la misma intensidad. No debemos caer en la cobardía o en falsear el evangelio. Savonarola me ha abierto los ojos. Tengo un don y ¿para que lo uso?. Para mi gloria personal. Me doy cuenta de que tengo una responsabilidad. Si por la contemplación de mi arte alguien peca, yo soy el responsable.
—No, el responsable es el que se deja tentar y cae.
Sandro Boticelli mira reflexionando su obra:
—El arte debe inspirar y elevar el alma, no provocar e intoxicar las mentes. Todos somos responsables de todos. Nuestras acciones tienen consecuencias en nuestro interior y en los que nos rodean.
El pintor continúa pensativo mientras el bullicio en la plaza se hace más intenso. Se repone y me reta:
—Esta bien. Es posible que todos hayamos perdido el rumbo, o todos tengamos algo de razón, pero dime una cosa...¿Quién sirve mejor a la iglesia y a los hombres, quién refleja mejor el rostro de Jesús, mi exaltado monje o tu inquietante Papa?
—Sirve mejor el que ama más.
—Ama más el que dice la verdad
—Con la pasión de defender la verdad, a veces, caemos en abusos y tiranías.
—Jesucristo expulsó a los vendedores del templo, —me rebate vehemente el pintor—A veces es necesario un buen tirón de orejas.
—Pero cuidado no se vayan a arrancar y no puedan oir...
—¡Hay que acabar con el demonio!
—¡Pero sin derrotar a la persona!¡Nuestra lucha no es contra el hombre!
Nos miramos con intensidad y cierto enojo. Le pregunto en un último intento de calmada reflexión:
—¿De qué sirven estos espectáculos? ¿De qué sirve quemar aquí joyas y monedas públicamente, si en mi interior no me despojo del verdadero tesoro de mi corazón? Mi soberbia me empuja a creerme mejor por el hecho de quemar aquí naderías, mientras mi alma está descubierta ante Dios...
Sandro Boticelli me observa dudando. Mira a su alrededor y en un arrebato de determinación agarra un lienzo con representaciones del Decameron de Bocaccio y lo arroja a la hoguera, cubriéndose con el brazo ante la violencia de las llamas.
Me giro hacia el dominico y descubro que me observa con su mirada escondida por la capucha. Ha presenciado la escena y siento su rechazo hacia mí. Un escalofrío me recorre la espalda. Un grupo de ciudadanos bienintencionados y emocionados arrojan libros y se interponen en nuestro campo visual, momento en el que aprovecho para alejarme prudentemente de allí.
Me queda una sensación incómoda y no sé qué pensar, mientras me encamino a una pequeña capilla que hay cerca, para comulgar, meditar y orar ante el sagrario...y encontrar algo de paz.
Más tarde el Papa Alejandro VI en coalición con los reyes Católicos, el archiduque de Austria y la mayoría de los estados italianos, expulsará al rey Francés Carlos VIII, pero antes...
El 8 de abril de 1498, una parte del ejército del papa entra en Florencia. La ciudad no opone resistencia, y los ciudadanos se muestran dispuestos a entregar al fraile. Éste se esconde junto con sus seguidores en el convento de San Marcos. Mueren muchos de los que intentan protegerlo. Poco después, Savonarola, acusado de herejía, rebelión y errores religiosos, fue conducido a la prisión de Florencia. Durante cuarenta y dos días se le somete a tortura, así como a sus partidarios. Al cabo Savonarola firma su arrepentimiento con el brazo derecho, brazo que los torturadores habían dejado intacto para que pudiese hacerlo. Después, se arrepintió de haber firmado la confesión que le presentaron los torturadores y ruega a Dios para que tenga misericordia de él por su flaqueza confesando crímenes que en realidad creía no haber cometido. Sus cenizas fueron arrojadas al río Arno después de arder durante varias horas... en la hoguera.
“No me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo.¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con ésos ¡ni comer!Pues ¿por que voy a juzgar yo a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes vosotros juzgáis? A los de fuera Dios los juzgará. ¡Arrojad de entre vosotros al malvado!“ (1Cor 5, 10-13)
“Hermanos, os mandamos en nombre del Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente y no según la tradición que de nosotros recibisteis.(...)Pero no lo miréis como a enemigo, sino amonestadle como a hermano.
Que El, el Señor de la paz, os conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos vosotros.” (2Te, 3)
Comentarios