Miércoles, 30 de octubre de 2024

Religión en Libertad

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Unos rezan y otros no

por Sólo Dios basta

Hace poco que he vuelto de Santiago. Cada vez que visito esta ciudad me llena de vida. Había estado alguna vez de chaval, pero siendo ya carmelita descalzo he ido tres veranos seguidos para acompañar a los peregrinos, es decir, rezar con ellos, celebrar la misa, escucharlos, atenderlos, dejarles que abran su corazón a Dios y le pidan perdón sacramentalmente,… en resumen, ser un compañero de camino una vez terminado éste en la ciudad donde reposan los restos del Apóstol Santiago. Tengo muchas anécdotas, pero ahora no es el momento de recrearlas. Muchas de ellas las he compartido con las madres carmelitas descalzas que me dejan la hospedería cuando vengo los veranos. Y esos veranos me han marcado mucho. Mucho, lo digo de verdad. Por eso he vuelto. Pero lo de estos días algo muy especial. Venir a acompañar a jóvenes de mi diócesis de Calahorra (La Rioja) que llegaban a Santiago a finales del mes pasado.

Este año ha sido de modo diferente, los peregrinos tenían rostro y nombre conocidos. Todos de La Rioja, jóvenes desde los 16-18 años hasta poco menos de 30. Dentro de ese arco de edades se encuentran los peregrinos riojanos que llegan a Santiago la mañana del 28 de julio. Los acompaña D. Carlos Escribano, nuestro obispo, que ha hecho el camino con ellos. Sí, andar los caminos, comer en la misma mesa, celebrar la eucaristía y hasta dormir como un peregrino más del grupo. Y a parte de los jóvenes caminan también seis sacerdotes, algunos monitores y un profesor de Bachillerato que sabe llevar a los jóvenes hacia Dios con maestría singular. Se llama Fernando. Una vez que terminan el camino me uno a ellos. Había llegado de víspera para esperar su llegada. Tenía la misa de 12 del domingo con las madres carmelitas y no puedo ir con ellos hasta la plaza del Obradoiro para celebrar la llegada. Me avisan con alegría cuando están por el Monte del Gozo, también mientras bajan hacia Santiago y al terminar la misa me dicen que ya han llegado y que se hospedan en el colegio de La Salle, ¡justo al lado de las carmelitas donde estoy estos días! No es casualidad, sino la providencia del gran Dios que tanto nos quiere. Los visito antes de comer y todo son abrazos y saludos. Hay un buen grupo, entre unos y otros unos noventa. Los dejo que coman con calma y reposo y nos vemos luego, a media tarde para ir a dar el abrazo al Apóstol y rezar ante su sepulcro.

Voy saludando y conociendo a varios y me sitúo entre los pueblos de donde vienen. Da gusto dar el abrazo al Santo con su compañía y luego bajar a la cripta y rezar allí con ellos, como he hecho otros veranos, pero ahora de un modo muy distinto al no ser peregrinos desconocidos. Se me queda una frase grabada, nunca la había oído en este lugar, pero demuestra lo que viven estos chavales. Me pregunta una chica: “¿Es ahí donde está el Apóstol Santiago?”. Le digo que sí y brota de su corazón una expresión muy de su edad y condición pero que llevo a lo íntimo de mi corazón y la hago oración: “¡Qué fuerte!” Así exclama la joven al responder su pregunta. Sí, qué fuerte, eso digo yo por dentro, qué fuerte estar aquí con estos jóvenes, qué fuerte ver su ilusión, qué fuerte su querer acercarse a Dios, qué fuerte su interés por dar pasos en la fe y dejar que Dios hable en su corazón.

Eso es lo que pasa esa misma tarde-noche. Terminada la oración en la catedral vamos a la ermita de San Roque para celebrar la misa. Pensaba concelebrar pero al no haber albas para todos los sacerdotes en la sacristía me quedo entre los chavales. Mientras comienza la celebración, sentado en un banco, voy orando en silencio por ellos;  veo sus caras, sus ojos, sus miradas y me doy cuenta de lo que viven por dentro, lo que hay en su corazón, me quedo con dos miradas. Una de un joven que tengo muy cerca, me mira y le miro. Una mirada de decirnos con ella que allí está Dios presente. Y otra mirada de un joven que él no me ve, pero sólo con ver su mirada y actitud antes de la misa me doy cuenta de que tiene un corazón muy grande. Entre esta oración de miradas empieza la misa presidida por D. Carlos en la que participo como un joven más. Al final nuestro obispo nos invita a dar gracias en voz alta. Al momento, sin dejar mucho espacio al silencio, estos chavales agradecen por muchos motivos. Me uno a ellos, tomo la palabra y doy gracias a Dios por estar aquí. Un verano más, pero con ellos, con peregrinos riojanos, jóvenes y que caminamos juntos en la fe en nuestra tierra. Pido al Apóstol que nos dé esa fe  y nos ponga en camino para ser verdaderos apóstoles en La Rioja a la vuelta de este camino que ha supuesto un momento crucial para muchos de ellos. El Señor actúa de modo impresionante estos días y así lo digo porque lo siento en la oración.

Las confesiones de la noche en esta misma ermita después de la cena confirman lo que mi corazón vive durante la misa. Estos jóvenes están tocados por Dios. Ambienta la celebración con cantos y su testimonio un cristiano y músico, Rubén de Lis, que nos hace ver la realidad de alejarse de Dios y recorrer otros caminos que no nos llevan a la Verdad. Sólo Cristo es el Camino y el que nos da la Vida. Así, entre cantos, silencios, y con el fondo de su testimonio, los chicos van pasando a confesarse. Se encuentran muy bien preparados. Saben lo que hacen, a quién se dirigen y lo tienen que decir. Están pidiendo perdón a Dios después de hacer un camino, de llegar a Santiago y de profundizar en su fe. No tienen prisa, van al detalle, algunos lloran -bueno, algunos no, sino mas bien la mayoría-, y abren su corazón, dejan que Dios pase sanando y liberando tantas ataduras y al final reciben el perdón. El mismo Dios les perdona y vuelven a su banco llenos de paz, de alegría, de gracia que Dios ha derramado en sus corazones. Y lo que vivo en este momento lo quiero decir bien claro y bien alto, que se enteren todos, este grupo de jóvenes es el que mejor he visto preparado para la confesión y la oración. Un grupo de diversos pueblos de La Rioja que está unido en Dios. Me ha tocado confesar en otros momentos de mi vida sacerdotal varios grupos de jóvenes y no ha sido lo mismo. He tenido confesiones preciosas como éstas, pero no todas en el mismo estilo que esa noche en la ermita de San Roque en Santiago de Compostela. Estos chicos tienen “un no sé qué” y no lo digo por ser riojanos, como el que estas líneas escribe, porque he confesado a otros jóvenes riojanos y no ha sido igual, sino porque he visto el fondo de su corazón abierto de par en par y eso es un regalo precioso de Dios. Hay muchos grupos y muy buenos de jóvenes, todo hay que decirlo, pero en la confesión se puede apreciar con claridad el grado de entrega, servicio y apertura que tienen hacia El que les ha dado la vida.

Al día siguiente tenemos la misa del peregrino, no en la catedral porque está de obras preparándose al año santo de 2021. Por eso las misas del peregrino se celebran en la cercana iglesia de San Francisco. Allí todos juntos, unidos a un grupo grande de jóvenes de Valencia y otros de Francia e Italia, nos encontramos con el mismo Cristo que entra en nuestras vidas en la comunión eucarística. Da gusto ver tanto joven que recibe al Señor. Y muchos en la boca. Se han confesado, están limpios y ahora el Hijo amado del Padre entra en su ser para hablarles de corazón a corazón. Terminada la eucaristía comienza la tarde libre por Santiago. Cada uno hace su grupo y recorre las calles, cuestas, plazas, iglesias, y al final bares de la ciudad para comer y esperar que llegue el fin de la tarde.

Es un momento importante, casi el último de la estancia en Santiago. El profesor Fernando les propone hacer un proyecto personal de vida. Algo clave y necesario para seguir caminando en la fe. Les ofrece unas pautas para elaborarlo y les da un esquema muy pedagógico y adaptado para rellenarlo.  Así pasan la tarde en el patio del colegio de La Salle. Todos en silencio van dando cuerpo a este proyecto. Y lo que es también muy importante; tienen que buscar a algún sacerdote, catequista o amigo de confianza mayor que ellos que les ayude a evaluarlo y a la vez caminar unidos a la luz del Espíritu Santo que esta tarde ha estado muy presente para poner por escrito lo que llevan en lo más íntimo de su ser. ¡Ven Espíritu Santo sobre estos jóvenes para que se abran del todo a Ti!

Cenamos y tenemos una velada final donde unos cuantos dan su testimonio de vida, del camino, de su encuentro con Dios, de… lo que el Espíritu pone en sus bocas y corazones. Es la despedida y el inicio de un nuevo camino. Ahora comienza el camino interno de la vida espiritual para que lo vivido estos días no quede ahí sin más, sino que sea el comienzo de algo grande que lo va a ser. Lo sé y doy muchas gracias a Dios por ello.

A la mañana siguiente, justo cuando voy a celebrar la misa a las carmelitas descalzas, ponen rumbo a La Rioja. Me despido de ellos y los llevo en el corazón a la eucaristía, pero sobre todo después de terminada ésta, que voy a hacer la oración ante el Apóstol. Ahora puedo poner más nombres concretos que el primer día que estaba con ellos. Estoy solo ante el sepulcro del Apóstol. Me quedo una hora allí rezando. Pongo rostros, situaciones, intenciones,… hago silencio, vuelvo a poner nombres propios y oro también por los que van pasando junto al sepulcro. El silencio habla solo. Veo y sigo con la vista a los peregrinos que bajan a la cripta: unos se paran a rezar de pie al fondo, algunos pasan de largo, unos cuantos miran de reojo, muchos se hacen una foto y siguen, algunos pocos me piden oraciones, otros  rezan arrodillados junto al sepulcro, … se ve muy bien la actitud de cada uno.

Entonces me pregunto, mientras presento a los peregrinos riojanos que van en el autobús hacia La Rioja después de tanta gracia recibida, ¿qué sentido tiene venir a Santiago si no es para crecer en fe, en seguimiento y en entrega de la propia persona al Dios que nos has dado todo y nos ha regalado la fe por medio del Apóstol Santiago? Los riojanos han rezado y bien, como tantos otros peregrinos que llegan hasta Santiago. Pero muchos vienen solo de paso. Es otra realidad. La que vivo mientras rezo ante el sepulcro del Apóstol Santiago y veo pasar peregrinos. Muchos, de muchos países, con muchas intenciones y diversas actitudes, pero con una gran diferencia que se nota enseguida: unos rezan y otros no.

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