Diálogos en la gruta
Diálogos en la gruta
Estoy frente a la gruta de Maisabelle. Hace el calor propio del mes de Agosto y la humedad cotidiana a orillas del Gave. Lourdes aparece infestada, como siempre por estas fechas, de enfermos, peregrinos, familias y sacerdotes.
Estoy avanzando despacio en la fila de gente que pasará en breve, tocando la roca mojada de la gruta, y rogando a la virgen por sus deseos y anhelos. Medito. ¿Qué quiero?¿Qué busco?¿Cuál es mi deseo?¿La paz mundial?¿El fin del hambre?¿Libertad para los oprimidos, justicia para los buenos, dinero para todos?...nobles deseos que también albergaba Judas…Ponemos el acento en todas estas maravillosas cosas pero como Dios no las soluciona, le echamos de nuestra vida. Como Judas entregó a Jesucristo cuándo se dio cuenta de que no cumpliría sus altruistas expectativas.
Así se explican la mayoría de los casos de rechazo y repulsa de Dios, la mayoría de los casos de desprecio y beligerancia contra la idea de Dios: simplemente, no cumplió las expectativas. La otra parte que resta de los que rechazan a Dios comparten la idea de que anula, oprime, esclaviza, ata y ahoga la personalidad…o no. Dios no es el que hace eso, lo hace la iglesia. Sí. Los cuatro ancianos avaros, y cuatro ignorantes impresionables, y cuatro pelagatos cobardes y cuatro santurrones engreídos: esto es la iglesia y el espectáculo de Lourdes, para ellos.
La fila avanza despacio. Aquí no hay prisa, no hay horarios, no hay ansiedad. El ambiente es de calma, de oración, de recogimiento. Voy al encuentro de mi madre. Mi Padre y mi madre. El uno me ha enseñado y corregido y la otra me ha consolado y apaciguado. Si. Dios Padre me ha corregido. La gran palabra olvidada y menospreciada en nuestra sociedad: corregir.
Recuerdo una pequeña lección que mi Padre de los cielos me enseñó hace unos años. Vine a este lugar después de dos años de contenido dolor a causa de unos espolones en los talones. Una recurrente broma constantemente sonaba a mi alrededor: el hueso se me había deformado a modo de espolón por que yo era como “un gallo de pelea”. ¡Maldita la gracia que me hacía!. Estando en la fila como ahora, medité en todo aquello que me estaba pasando. Comprendí que la bromita no estaba lejos de la realidad: en aquel tiempo habitaba en mí un espíritu de contienda. Estaba en continua discusión con mi jefe, con mi mujer, con mis amigos, con mi familia, con mi vida, con el mundo entero…y siempre por buenas e insatisfechas razones. Comprendí que ese no era el camino de la respiración. Los espolones eran como un signo de mi actitud beligerante ante la vida, (algo así como si las generaciones venideras tuvieran los pulgares evolutivamente más largos a causa de la nintendo). Eran un aviso de mi condición humana: la soberbia. En fila y bajo la gruta conversé con la virgen. Le hice saber que aceptaba y comprendía el objetivo espiritual de aquellos espolones. Si eran necesarios para mi conversión, los seguiría sufriendo, y si el objetivo pedagógico estaba cumplido, le rogué que amortiguara los dolores. No pasó nada estratosférico, pero sí salí de allí con un cambio de mente, salí en paz con mi vida y mi situación. El éxito de Lourdes no son los 67 casos sin explicación científica de curaciones físicas, sino las cantidades ingentes de conversiones anónimas, de giros del corazón, de cambios de mentalidad, de encuentros con la virgen y su paz. Tres meses después las espadas que se me clavan en los talones habían desparecido completamente. ¿Casualidad?¿Autosugestión?¿Pequeño milagro?...lo verdaderamente importante fue el diálogo mantenido.
Estoy a punto de doblar la esquina que me abre la visión de la gruta. Veo a la Virgen en lo alto. La miro y me dejo llevar. Siento sus manos acariciándome la cara. Y me acuerdo de Isabel cuándo recibe la visita de su prima: “Y cómo es que la madre del Señor viene a mí”. Y la oigo, oigo a mi madre que me dice: “Ten Amor…ama”.
Salgo de la gruta. En mi cabeza resuena todavía el ruego de la virgen, y me crea zozobra. ¿Como tener amor? El amor, concepto discutido y discutible a lo largo de todos los tiempos. ¿Y como un ser egoísta como yo, que me importa poco lo que no sea yo y mi circunstancia, podrá tener amor?
Me dirijo a la basílica San Pío X. Subterránea, enorme y diáfana. Espectacular. La procesión de los enfermos con sus insignias y banderas comienza a entrar. Una procesión de sillas de ruedas esperanzadas, para asistir a la exposición del santísimo. El maravilloso coro y el incienso impregnan el ambiente y llenan el espacio de Dios. Y converso con Cristo. Allí presente me dice: “Ten confianza…confía en mí”.
Salgo después de una hora de meditación y oración de la basílica. Salgo con la respuesta a mis inquietudes. Descanso en el Señor. Hay muchas clases de amores, pero solo hay un amor perfecto: aquel que nace de Cristo y termina en Cristo, pasando por el prójimo. Amor y confianza. Viviré confiando en el amor que recibo de Cristo, allí dónde él me mande y con la misión que él me adjudique.
Miro hacia atrás, desde la puerta de San Miguel. Veo todo el recinto con la gran basílica al fondo sobre la gruta y me despido en paz… preparado para lo que Dios disponga.
“Jesús les dijo otra vez: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.“ (Jn 20, 21)