Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Gracias, Santidad

por Rubén Tejedor

Que el viaje que el Papa Benedicto XVI acaba de concluir a España ha sido un éxito no lo pone en duda nadie. No sólo por el número de fieles que han acompañado al Santo Padre en las calles de Santiago y Barcelona (inmenso, pese a quien pese) sino, sobre todo, por los preciosos y profundos mensajes que el Sucesor de Pedro ha dejado a los fieles católicos y a todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que han querido escucharle.

Nadie cuestiona la altura intelectual del Papa sabio. Una vez más, en esta ocasión en España, ha sido más que evidente. Pero si a la altura intelectual se le suma la humildad, la profundidad espiritual y la pasión por la Belleza, la Verdad y la Vida el resultado es conmovedor. Brillaban los ojos del Papa teólogo, emocionados de la respuesta de los católicos españoles, y hacían brillar de emoción los ojos de millones de personas que le han escuchado decir: “quisiera invitar a España y a Europa a edificar su presente y a proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos. Una España y una Europa no sólo preocupadas de las necesidades materiales de los hombres, sino también de las morales y sociales, de las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias genuinas del único hombre y sólo así se trabaja eficaz, íntegra y fecundamente por su bien” (Discurso del Papa en el aeropuerto de Labacolla a su llegada a España).

El Santo Padre ha venido a confirmar en la fe a los católicos españoles, aunque con el deseo de “abrazar a todos, sin excepción alguna” y animando a vivir “unidos como una sola familia”. Ha venido a confirmar en la fe exhortando a buscar más lo que une que lo que separa; a regalar a las jóvenes generaciones los grandes valores sobre los que apuntalar un futuro de felicidad y realización personal; a vivir la fe con alegría y coherencia; a seguir cuidando a los que sufren y a aquellos que pasan por necesidades materiales y espirituales. Lo ha hecho, en fin, animando a que la Iglesia que peregrina en España sea, como hasta ahora, el abrazo entrañable de Dios a todos.

Pero Pedro, como no, es también signo de contradicción. Nuevamente han intentando crucificarle. Algunos no han soportado que el éxito de la Visita les haya estropeado algunos titulares y han retorcido algunas palabras del Santo Padre, que como afirmó el portavoz de la Santa Sede “no ha buscado ni querido la polémica”. Los sectarios anticatólicos, sea por un laicismo agresivo e intolerante, sea por un ateismo beligerante, han pretendido que Benedicto XVI sea el único ser humano al que se le arrebate el derecho a expresar libremente sus ideas, por cierto respetadas y aceptadas por la inmensa mayoría del pueblo español.

La Visita ha sido, ciertamente, un enorme éxito. A pesar también de la impresentable ausencia del presidente del Gobierno. Ha quedado a los pies de los caballos. Él solo se ha retratado. No respeta, ni quiere, ni soporta ninguna cosa que tenga relación con el hecho religioso católico. Pero da igual. No pasa nada. Bien pensado hubiera sido curioso ver mucho tiempo al lado del Papa intelectual, brillante, humilde y bueno a un presidente del Gobierno totalmente opuesto a Su Santidad. Ahora bien, es bueno recordar que ni, por ejemplo, Fidel Castro se atrevió a hacer semejante desplante cuando Juan Pablo II visitó la isla caribeña. Vivió toda la visita junto al Papa y cuando éste estaba a punto de marchar le dijo: “Por el honor de su Visita, por todas sus expresiones de afecto, por todas sus palabras, aun aquellas con las cuales pueda estar en desacuerdo, en nombre de todo el pueblo de Cuba, Santidad, le doy las gracias”. Castro superando en altura moral a Zapatero. Curioso.

Santidad, gracias. De todo corazón, gracias, por querernos tanto y por confirmarnos en la fe de forma tan magistral. Gracias porque en torno a usted, como ha afirmado un afamado periodista español, hemos visto el no menos fantástico espectáculo de un pueblo que ríe y ama, que lucha y padece, que ora y trabaja. Un pueblo, el español, congregado por Pedro. Tranquilo y alegre porque la Iglesia no trabaja para engrosar sus propios números, su propio poder, sino para ser signo e instrumento de Cristo que invita a los hombres a ser amigos de Dios. Y eso ni los titulares maliciosos de prensa, ni las políticas laicistas, ni la violencia sectaria de algunos lo pueden impedir.

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