Domingo, 22 de diciembre de 2024

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El triunfo de Benedicto XVI

por Juan Miguel Carrasquilla

Frío y viento. El violento rugido de las olas en guerra eterna contra el acantilado me ensordece. Piso la hierba fresca de la tierra santa irlandesa, santa porque es la tierra donde vivió y murió la figura de un gran hombre, grande no por ser muy bueno, sino por tener intimidad con Dios. Del bosque de Fochalt, que tengo enfrente, emerge San Patricio, me saluda con el brazo en alto y se apresura en acercarse. Cuando está apunto de alcanzarme se retira la capucha del hábito que cubría su cabeza, dejando al descubierto una gran sonrisa. Y me abraza, me sorprendo y me quedo algo rígido por lo inesperado y me abraza más fuerte. Me invade un extraño calor, el frío afuera es intenso, lo noto, pero la temperatura de mi interior ha subido, de repente me ha invadido un calor amable, acogedor…espiritual. Ese abrazo que sólo conoce el que comparte la verdad, se acaba pero no se acaba el contacto físico, me sujeta el brazo con seguridad y me mira con fraternidad. Dije:
—Siento mi rigidez, me cuesta mucho mostrar mis sentimientos y no me esperaba este saludo tan cercano.
— ¿Qué esperabas?
—No sé. Una figura imponente…intimidación.
— Te pareces a los ingleses de hoy que esperaban a un Papa severo, dictatorial e inhumano, un carca amigo de pederastas, y se han encontrado a un intelectual entrañable, un hombre sencillo y tímido y han dejado atrás su famosa foto vestido de nazi, difundida hasta la saciedad por Internet. Han descubierto un Papa…padre.
—Prejuzgamos porque no conocemos o no queremos conocer.
— ¿Quién es Dios? ¿Cómo se ha revelado? ¿Como algo inabarcable, lejano, ajeno? Dios es Padre. Quien no reconoce esto, quien no se ha sentido tratado por él como hijo, no conoce a Dios, sigue viviendo en el temor, en el respeto humano, en el frío y la impotencia.

Ante mí tenía pues, a una persona sencilla, tremendamente sencilla y afable. Ya me pasó cuando inicié esta serie de diálogos imposibles allá por Julio, al conocer a San Francisco…sencillos, auténticos, desprendidos de esa segunda piel que recubre y mantiene las apariencias: la vanidad y la falsedad.

Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta.” (Mc 11, 7)

—Vengo de hablar del tema de la esclavitud y la dominación con presidentes americanos en otro espacio y tiempo… la esclavitud ha sido un fenómeno corriente en la historia de la humanidad. Tú—hice una pausa para subrayar que aceptaba su afecto al tutearle—naciste escocés alrededor del año 387, fuiste raptado con unos 16 años por piratas y vendido como esclavo a un pagano llamado Milcho. ¿No?
—Así es. Viví en esclavitud, en soledad y en tristeza buena parte de mi juventud.
—Una vida dura. Para desesperar.
—Claro. Una cárcel. Prisionero, sin ser dueño de mi vida. Cuidaba de las ovejas de mi amo, tenía todo este espacio maravilloso de campo, tierra, aire —abrió los brazos señalando los campos verdes que nos rodeaban—, pero estaba atrapado y… solo, muy solo. La soledad es algo terrible, para volverse loco.
— ¿Cómo saliste adelante?
—Empecé a rezar. Oraba de continuo durante las horas del día y fue así como el amor de Dios y el temor ante su grandeza, crecieron mas dentro de mí, al tiempo que se afirmaba mi fe y mi espíritu se conmovía y se inquietaba, de suerte que me sentía impulsado a hacer hasta cien oraciones en el día y, por la noche otras tantas. Con este fin, permanecía solo en los bosques y en las montañas. Y si acaso me quedaba dormido, desde antes de que despuntara el alba me despertaba para orar, en tiempos de neviscas y de heladas, de niebla y de lluvias. Por entonces estaba contento, porque lejos de sentir en mí tibieza alguna, el espíritu hervía en mi interior.
— ¿Eras creyente desde pequeño?
— ¡Qué va! —exclamó con un gesto de la mano—aún no conocía al verdadero Dios, había vivido indiferente a los consejos y advertencias de la Iglesia Simplemente, no tenía nada que perder. Pensé que si Dios existía y se preocupaba por sus criaturas me escucharía y si no, pues no hacía daño a nadie. Así que Cristo estaba esperando un pequeño gesto, una mínima intención mía, para abrir el tesoro, el misterio más grande. Ya nunca jamás me volvería a estar sólo. Encontré a Cristo y él se mostró. Dios quería que yo le quisiera.
—Oración continua, en todos lados y a todas horas. Conozco a un psicólogo ateo que lo describiría como un mecanismo de defensa ante tu sufrimiento, una ilusión producida por tu mente para huir y auto consolarte; y a un humanista de esos que aún no han descubierto sus radicales impotencias, que diría que orar es jugar con los hijos y hacer las cosas con amor.
— ¡Vale! —contestó levantando los hombros, sin más. Ante mi estupor, continuó—no los juzgues, reza por ellos. A lo mejor algún día se atreven al reto.
— Dirían que ya lo han intentado y Dios no ha respondido...
— Dios rechaza las intenciones soberbias y impregnadas de curiosidad malsana. De todas formas, somos libres para tener fe. Cada uno elige.
Una ráfaga de viento nos golpeó el rostro. Abajo, en el acantilado, las gaviotas sobrevolaban las olas encrespadas.
— ¿Hacías oración vocal y mental? ¿Qué rezabas?
—Pues sencillas oraciones que mi abuelo me había enseñado, pero sobre todo el Padre Nuestro, despacio, meditando…Al principio me parecía una pérdida de tiempo, hasta me sentía ridículo, pero como no me veía nadie y tiempo era, precisamente, lo que me sobraba…Pero para saber de la oración deberías hablar con una tal Santa Teresa de Jesús, que es de tu tierra, o aquella otra joven francesita...

Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría (Santa Teresita de Liseux)”.

—Lo haré, lo haré —le contesté sonriendo—, pero dime, ¿No es un poco contradictorio qué tu Padre que te quiere, permitiera que te encontraras en esta situación tan penosa?
—Poco a poco fui descubriendo, entre oración y oración, los motivos porque Dios había dispuesto esta realidad para mí: conocerle a él y, sobretodo, conocerme a mi mismo. Yo era un joven ignorante, idealista y bienintencionado. No conocía lo que albergaba mi corazón: odio. Un odio inmenso hacía mi amo, Milcho era para mí, el mal en persona, deseaba su muerte y descubrí las intenciones homicidas en mi alma. Descubrí que yo no era tan bueno, que todas las personas tienen un límite, y que yo era capaz de matar. Y descubrí, en la figura de mi captor, al Dios que yo tenía prefigurado y que nunca me había atraído: un ser dominante, secuestrador y castigador. Después de esta revelación comencé a encontrarme más en paz conmigo mismo, con mi vida y con Dios. Y descubrí que Dios me comprendía y no me juzgaba. Y se fue desarrollando en mi interior el enfriamiento del odio, que fue dejando paso a la tolerancia, y desembocó finalmente en el amor hacia mi dueño en la tierra. Amor divino, que no me pertenecía, era Dios mismo, que amaba a través de mí, a mi enemigo. Eso me trajo la libertad… la verdadera.
—Y por fin, lograste escapar.
—Si. Lo intenté varias veces sin éxito. Luché y me rebelé ante mi realidad, pero sólo cuando comencé a aceptar el amor de Dios y me dejé acompañar por Cristo en la cruz, fue cuándo alcancé la libertad interior. Luego solo era cuestión de tiempo que se presentara la ocasión de escapar físicamente de allí. Esa etapa de mi vida había terminado, Dios era mi padre que me había educado y yo había aprendido. Estaba preparado para otros retos que me tenía preparados…

La divina providencia dispuso que San Patricio volviera a Irlanda para evangelizarla, con una predicación de sencillas palabras, y hoy sea su patrón… pero esa es otra historia.

—Una última cuestión, ¿porqué supusiste que era Cristo, porqué el Dios que encontraste fue el cristiano y no otro, porqué te adheriste a la iglesia católica, pudiendo seguir otro camino?
—El encuentro se produjo en mi sufrimiento, en mi soledad, en mi cautiverio. Descendió a mi cruz para iluminarla, para iluminar mis pecados y para mostrarme su amor. La iglesia es la única que habla de la Cruz, que habla del sentido del sufrimiento, la única que habla del amor a los enemigos. Cristo es el crucificado, él libera a través de la Cruz. Todo me atraía hacía su misterio de amor crucificado… ¿Cuál es el triunfo de Benedicto XVI? Abrazar la cruz, ir dónde no le quieren, devolver amor por odio. El pueblo inglés ha sido cautivado por eso, por el amor de Dios derramado a través de un Papa odiado y ridiculizado. Por eso la iglesia nunca será vencida mientras haya cristianos dispuestos a ser despojados y a amar. El secreto que guarda la iglesia y por lo que es rechazada y será siempre rechazada es la cruz. Ante ella no hay dobles lecturas, cambalaches intelectuales, ni excusas. Escándalo para los judíos, necedad para los gentiles. La historia de la humanidad es la historia de la huída de la cruz, del sufrimiento, es la historia del ojo por ojo, odiar al que te hace mal, no queremos sufrir y amar hasta el extremo...porque todo tiene un límite...

Nos despedimos con un gran abrazo, esta vez, fuertemente correspondido por mí.

"Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial..." (Mt 5,44-45).

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