El muro
—¡Abre Karl!—gritó Bastian mientras subía despacio las escaleras de la garita, con cuidado de no derramar el café con sus manos temblorosas por el intenso frío.
Una vez dentro, al insuficiente abrigo de una pequeña y antigua estufa en los pies, Karl, el más veterano, dijo con una voz rasgada por los muchos años de aguardiente y tabaco malo:
—¡Gracias, muchacho! Este café negro nos mantendrá despiertos buena parte de la noche.
Noche fría y oscura en el muro...el muro de la vergüenza.
Tras varios sorbos que le llenaron de ánimo al novato Bastian, se atrevió a preguntar a su compañero:
—¿Lo harías?
—¿Qué si haría el qué?
—Matar…matar a algún compatriota que quisiera saltar el muro para pasar a Berlín occidental.
Karl, sin pensarlo dos veces y con cara de sorpresa, contestó:
—¡Pues claro!, precisamente porque ya no será un compatriota, será una sabandija traidora.
—Pero…
—Han hecho cálculos y según los cuadrantes, los turnos y la frecuencia de las intentonas, todos tenemos una oportunidad, a lo largo de cinco años, de abatir alguna rata disidente. Sólo espero que sea antes de que me quede sin visión. Me molestaría mucho, que se me escapara.
—Pero…son personas como tú y como yo, sólo buscan una vida mejor.
—Que vida mejor que en su país. Mírate, ¿es que vives mal?. Tienes de todo lo necesario. Todos tenemos lo mismo, no hay grandes diferencias, nos sacrificamos unos por otros y hay igualdad. No hay delincuencia, ni envidias, ni injusticias.
—No hay libertad
—¡Libertad!, se os llena la boca a los jóvenes con esos idealismos. Libertad de qué, de abusar del otro, de nadar en la abundancia mientras mi vecino pasa hambre, libertad para ser insolidario y egoísta.
—Libertad para elegir y pensar
—¿Elegir?¿El qué? Lujos, banalidades…elegir la tiranía del dinero. Al otro lado es lo que manda, no eres libre, dependes del dinero que tengas, si tienes vales, si no, prepárate para pudrirte debajo de un puente. Y pensar ¿en qué?...en cómo puedo ganar más dinero. Las injusticias sociales, la camaradería, lo mejor para el país…todo eso les importa un pito, sólo les importa ellos mismos. No te equivoques Bastian, la sociedad comunista en la que vives es la mejor. Es la más justa y libre, hazme caso.
El joven Bastian, miraba la nieve de afuera algo desorientado por los argumentos de su experimentado compañero. Quizá tuviera razón y al otro lado del telón de acero no hubiera más que sufrimiento encubierto.
—Aquí estamos seguros, nos cuidan y nosotros cuidamos a nuestro país. —prosiguió Karl, sorbiendo tranquilo su café—. En el fondo les hacemos un favor, ¿Qué crees que les espera cuando lleguen al otro lado?...la miseria. La miseria monetaria y moral. Si miseria moral, vicios, perversión, ambiciones, delincuencia, drogas y mucha injusticia.
—Aún así, no entiendo una sociedad dónde haya que levantar muros para que sus miembros no escapen. Si fuera la mejor, la reconoceríamos como tal. Nadie se querría ir.
—Pero existen las propagandas que infectan con mentiras. Vuelven locos a nuestros ingenuos jóvenes con sus oropeles y seducciones y los pervierten. Por eso el Estado debe velar por una información sana y adecuada y por eso estamos nosotros aquí, somos los guardianes de la frontera contra el virus del egoísmo.
—Aún así, no tenemos derecho a quitar la vida a nadie
—¡Oh, cállate ya! —gritó Bastian, exasperado—No es un derecho, es una obligación, somos la Volkspolizei, los guardianes de la frontera, obedecemos órdenes.
En ese momento suenan las sirenas, se encienden todos los focos. Hay alguien corriendo entre las alambradas. ¡Ha saltado el muro!. Ambos cojen sus armas y buscan la diana. Bastian se fija en el que corre en la nieve. Conoce a ese muchacho. Es un amigo suyo del colegio. Bastian se vuelve hacia su compañero.
—¡No dispares, Karl!
El veterano policía no se inmuta. Bastian le coje del brazo y le vuelve a gritar:
—¡No dispares, por Dios!
Karl se deshace de su joven e impresionable camarada de un gran empujón que le desestabiliza y cae al suelo de la pequeña garita. Después de dedicarle una mirada de asco vuelve a prestar atención a su objetivo. Apunta. Dispara. ¡FUEGO!.
Un disparo. Dos disparos. Las manos se debilitan. La cabeza se desvanece sobre el pecho. El cuerpo entero se desploma sobre la alambrada. Parece que está de pie, con los brazos abiertos en cruz. Dos orificios, uno le ha partido la nuca y otro le ha perforado el costado. No se desangrará porque antes se...helará la sangre.
Sobrevolábamos el espacio aéreo de Berlín en el Air Force One. Kennedy, sentado en su sillón de cuero, mirando por la ventanilla, me dijo:
—Levantaron el muro en una noche, fue una conmoción, pero poco pudimos hacer más. Tomaron una decisión tremenda, pero respiré aliviado porque una vez más, evitábamos la guerra.
—Hoy en día se levanta otro muro. Con él, Israel ha conseguido frenar los atentados suicidas de los palestinos, pero…¿Es una solución? ¿Parece que no aprendemos o son necesarios?
—Los muros se levantan por miedo: Israel tiene miedo de que le echen al mar y Palestina que le echen más allá del Jordán. Ninguno quiere ceder ni un ápice de tierra, y además está la disputa por la sagrada de Jerusalén...
“Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad,” (Ef 2, 13)
Una vez dentro, al insuficiente abrigo de una pequeña y antigua estufa en los pies, Karl, el más veterano, dijo con una voz rasgada por los muchos años de aguardiente y tabaco malo:
—¡Gracias, muchacho! Este café negro nos mantendrá despiertos buena parte de la noche.
Noche fría y oscura en el muro...el muro de la vergüenza.
Tras varios sorbos que le llenaron de ánimo al novato Bastian, se atrevió a preguntar a su compañero:
—¿Lo harías?
—¿Qué si haría el qué?
—Matar…matar a algún compatriota que quisiera saltar el muro para pasar a Berlín occidental.
Karl, sin pensarlo dos veces y con cara de sorpresa, contestó:
—¡Pues claro!, precisamente porque ya no será un compatriota, será una sabandija traidora.
—Pero…
—Han hecho cálculos y según los cuadrantes, los turnos y la frecuencia de las intentonas, todos tenemos una oportunidad, a lo largo de cinco años, de abatir alguna rata disidente. Sólo espero que sea antes de que me quede sin visión. Me molestaría mucho, que se me escapara.
—Pero…son personas como tú y como yo, sólo buscan una vida mejor.
—Que vida mejor que en su país. Mírate, ¿es que vives mal?. Tienes de todo lo necesario. Todos tenemos lo mismo, no hay grandes diferencias, nos sacrificamos unos por otros y hay igualdad. No hay delincuencia, ni envidias, ni injusticias.
—No hay libertad
—¡Libertad!, se os llena la boca a los jóvenes con esos idealismos. Libertad de qué, de abusar del otro, de nadar en la abundancia mientras mi vecino pasa hambre, libertad para ser insolidario y egoísta.
—Libertad para elegir y pensar
—¿Elegir?¿El qué? Lujos, banalidades…elegir la tiranía del dinero. Al otro lado es lo que manda, no eres libre, dependes del dinero que tengas, si tienes vales, si no, prepárate para pudrirte debajo de un puente. Y pensar ¿en qué?...en cómo puedo ganar más dinero. Las injusticias sociales, la camaradería, lo mejor para el país…todo eso les importa un pito, sólo les importa ellos mismos. No te equivoques Bastian, la sociedad comunista en la que vives es la mejor. Es la más justa y libre, hazme caso.
El joven Bastian, miraba la nieve de afuera algo desorientado por los argumentos de su experimentado compañero. Quizá tuviera razón y al otro lado del telón de acero no hubiera más que sufrimiento encubierto.
—Aquí estamos seguros, nos cuidan y nosotros cuidamos a nuestro país. —prosiguió Karl, sorbiendo tranquilo su café—. En el fondo les hacemos un favor, ¿Qué crees que les espera cuando lleguen al otro lado?...la miseria. La miseria monetaria y moral. Si miseria moral, vicios, perversión, ambiciones, delincuencia, drogas y mucha injusticia.
—Aún así, no entiendo una sociedad dónde haya que levantar muros para que sus miembros no escapen. Si fuera la mejor, la reconoceríamos como tal. Nadie se querría ir.
—Pero existen las propagandas que infectan con mentiras. Vuelven locos a nuestros ingenuos jóvenes con sus oropeles y seducciones y los pervierten. Por eso el Estado debe velar por una información sana y adecuada y por eso estamos nosotros aquí, somos los guardianes de la frontera contra el virus del egoísmo.
—Aún así, no tenemos derecho a quitar la vida a nadie
—¡Oh, cállate ya! —gritó Bastian, exasperado—No es un derecho, es una obligación, somos la Volkspolizei, los guardianes de la frontera, obedecemos órdenes.
En ese momento suenan las sirenas, se encienden todos los focos. Hay alguien corriendo entre las alambradas. ¡Ha saltado el muro!. Ambos cojen sus armas y buscan la diana. Bastian se fija en el que corre en la nieve. Conoce a ese muchacho. Es un amigo suyo del colegio. Bastian se vuelve hacia su compañero.
—¡No dispares, Karl!
El veterano policía no se inmuta. Bastian le coje del brazo y le vuelve a gritar:
—¡No dispares, por Dios!
Karl se deshace de su joven e impresionable camarada de un gran empujón que le desestabiliza y cae al suelo de la pequeña garita. Después de dedicarle una mirada de asco vuelve a prestar atención a su objetivo. Apunta. Dispara. ¡FUEGO!.
Un disparo. Dos disparos. Las manos se debilitan. La cabeza se desvanece sobre el pecho. El cuerpo entero se desploma sobre la alambrada. Parece que está de pie, con los brazos abiertos en cruz. Dos orificios, uno le ha partido la nuca y otro le ha perforado el costado. No se desangrará porque antes se...helará la sangre.
Sobrevolábamos el espacio aéreo de Berlín en el Air Force One. Kennedy, sentado en su sillón de cuero, mirando por la ventanilla, me dijo:
—Levantaron el muro en una noche, fue una conmoción, pero poco pudimos hacer más. Tomaron una decisión tremenda, pero respiré aliviado porque una vez más, evitábamos la guerra.
—Hoy en día se levanta otro muro. Con él, Israel ha conseguido frenar los atentados suicidas de los palestinos, pero…¿Es una solución? ¿Parece que no aprendemos o son necesarios?
—Los muros se levantan por miedo: Israel tiene miedo de que le echen al mar y Palestina que le echen más allá del Jordán. Ninguno quiere ceder ni un ápice de tierra, y además está la disputa por la sagrada de Jerusalén...
“Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad,” (Ef 2, 13)
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