Los pecados de San Pedro
por Juan del Carmelo
¿Cuáles fueron los pecados de San Pedro? Desde niño siempre me he hecho una pregunta: ¿Cómo fue posible, que San Pedro negase al Señor? ¿Cómo fue posible que después de haber visto lo que vio y de saber lo que sabía, negase al Señor; Y lo negase, después de haber semi-andado por la superficie de las aguas del lago de Genesareth y digo semi-andado, ya que a medio camino, le falló la fe; Después de haber contemplado la resurrección de Lázaro, solo unos pocos días antes; Después de tener la convicción de que el Señor era Hijo de Dios y así habérselo manifestado a Él; Después de haber contemplado parte de la gloria del Señor en la Transfiguración en el monte Thabor; Después de haber escuchado también en el monte Thabor las palabras de Dios Padre cuando dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle. Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo.” (Mt 17,5-6); Después de haber sido nombrado cabeza de la Iglesia, con la tremenda potestad de saber, que todo lo que atare o desatare en la tierra, quedará para siempre atado o desatado en el cielo; Después de haber hecho las promesas de fidelidad que le hizo al Señor; Después de haberle cortado él mismo, en defensa del Señor, la oreja a Malco el criado del Sumo sacerdote, y ver como el Señor le pegaba milagrosamente la oreja a Malco. Y solo apenas, quizás unos minutos menos de una hora de que esto ocurriese, San Pedro traicionó la fidelidad que le debía de tener al Señor.
Son dos los pecados que San Pedro cometió esa noche, el primero quizás el menos trascendente, fue el de mentir, al negar que le conociese al Señor, el segundo era lo que la mentira encubría, una terrible infidelidad al Señor. Para mejor refrescar la memoria recojo el pasaje evangélico que dice así: “Pedro intervino y le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces. Dícele Pedro: Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré. Y lo mismo dijeron también todos los discípulos.” (Mt 26,33-35). Lo que sucede después una vez que el Señor ha sido prendido en Getsemaní, es bien sabido. San Pedro, en su indudable amor al Señor, siguió desde lejos la comitiva que llevaba preso al Señor y la acompañó hasta el mismo patio del palacio donde sucedió lo que merece la pena releerlo: “Pedro, entretanto, estaba sentado fuera en el patio; y una criada se acercó a él y le dijo: También tú estabas con Jesús el Galileo. Pero él lo negó delante de todos: No sé qué dices. Cuando salía al portal, le vio otra criada y dijo a los que estaban allí: Este estaba con Jesús el Nazareno. Y de nuevo lo negó con juramento: ¡Yo no conozco a ese hombre! Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: ¡Ciertamente, tú también eres de ellos, pues además tu misma habla te descubre! Entonces él se puso a echar imprecaciones y a jurar: ¡Yo no conozco a ese hombre! Inmediatamente cantó un gallo. Y Pedro se acordó de aquello que le había dicho Jesús: Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces. Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente”. (Mt 26,69-75)
Realmente esta es una evidente prueba de lo que es y significa la debilidad humana. Nadie puede decir, de esta agua jamás beberé. Nadie está libre de caer en las redes del maligno, por muy santa que sea su vida; por muy profunda e intensa que sea su vida espiritual; por muchas pruebas de amor que haya recibido directamente del Señor; por muchos momentos de gozo sublime que haya tenido en su relación con el amor del Señor; por muy profunda que sea su fe y muchas pruebas que haya superado, nadie está a salvo de la superior inteligencia del maligno, que si no fuera por la divina gracia, jugaría con nuestra voluntad como un niño juega con unas canicas.
Quizás, por la importancia que en su vida de relación con el Señor, tuvo para San Pedro, la tentación, sea por lo que escribió en su segunda Epístola: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8). Nadie, absolutamente nadie se encuentra libre de la posibilidad de caer en la tentación, aunque su vida interior sea maciza como una roca, porque sin la gracia del Señor, ya estaríamos todos en las calderas de Pedro Botero.
Creo que la mayoría de los lectores de esta glosa, sobre todo si gozan de cierta edad, habrán oído la frase "Quo vadis domine" que significa: ¿A dónde vas Señor? Y muy posiblemente hayan visto la película del director Mervyn LeRoy en 1951, sobre la obra literaria del escritor polaco Henryk Sienkiewicz. Esta obra literaria, es una mezcla de personajes históricos con otros ficticios, situada en la Roma de Nerón, entre los años 54 al 68 que fueron los de su reinado, concretamente en el año 64 se inició la primera persecución de los cristianos por el emperador Nerón, siendo San Pedro y San Pablo las dos más señaladas víctimas de esta persecución. La frase "Quo vadis domine", según la tradición, la pronuncia un San Pedro temeroso de lo que pudiera sucederle, huyendo de Roma por la Vía Apia, pero en el trayecto se encontró con el Señor, que cargaba con una cruz y caminaba en sentido contrario. A su pregunta el Señor le responde: Mi pueblo en Roma te necesita, si abandonas a mis ovejas yo iré a Roma para ser crucificado de nuevo. San Pedro avergonzado de su actitud, volvió a Roma y de inmediato fue detenido por Nerón. Se dice que condenado a ser crucificado, dijo que no era digno de morir como su maestro, por lo que los romanos optaron por crucificarlo cabeza abajo. Sus restos fueron enterrados en la colina Vaticana, donde actualmente se encuentra edificada la primera catedral de la catolicidad, dedicada al primer Papa, del cual traen carisma todos sus sucesores en el papado.
Evidentemente, se trata de una leyenda y no de una revelación evangélica, por lo que no se puede computarle a San Pedro un nuevo pecado de indidelidad. La denominada leyenda Aurea o la leyenda Dorada, es un manuscrito del siglo XIII, redactado por el monje dominico y arzobispo de Genova, Jacobo de Vorágine. Este monje escribió detalladamente la vida de 180 santos y mártires de la Iglesia Católica. En este manuscrito se narra el episodio de San Pedro cuando el emperador Nerón en el año , como ya hemos escrito, comenzó la primera persecución contra los cristianos, acusándoles del incendio de Roma.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.