Exceso de confianza
-Déjame tocarte.
Yo ofrecí mi cara para que aquel titan que fue juez de Israel, me palpara y pudiera hacerse una idea de mis facciones. Sus grandes manos rudas y fuertes, eran increíblemente delicadas al rozar mi piel, una sensibilidad impensable para aquella montaña de músculos y energía; se acercaba a mí con respeto y....humildad.
-Me sacaron los ojos, me arrancaron todo...-se sentó acomodando sus antebrazos sobre las rodillas, dejando caer las manos inertes, sin fuerzas, -fue el momento en que comprendí, el momento de la gran revelación.
-¿Qué comprendiste? -le pregunté, sentándome a su lado sobre la gran escalinata que daba acceso al atrio de la casa filistea; aquella que fue su tumba, su destino, su venganza.
-Entendí que me dediqué toda mi vida a darme placer a buscarme a mí mismo, solo me importaba mi bienestar yo era el principio y el fin de cada acto de mi vida...
-Pero, como todo el mundo, ¿no?. En el fondo las motivaciones de nuestros actos siempre son egoístas, todos buscamos estar bien y ser felices y nuestra lucha es saber cómo conseguirlo.. Además tú eras fuerte, eras invencible.
-Pero cuándo tenía mi cabellera y mis ojos, mientras poseía esa fuerza descomunal, era impetuoso, vanidoso, imprudente. -Sansón elevó la cabeza hacia el cielo, haciendo una profunda inspiración.
-Pero el espíritu de Dios estaba en ti.
-Si, pero no usé esa fuerza para nada provechoso, Dios estaba conmigo, pero mis placeres y afanes eran lo primero, no...no buscaba hacer la voluntad de Dios, simplemente vivía a mi antojo, hasta que ella apareció en mi vida...
-Dalila
-Sí- afirmó a la vez que bajaba la cabeza, como si se le escapara el ánimo-, me enamoré de ella, siempre anduve tras lo que no me convenía, siempre me atrajeron las filisteas, las extranjeras, lo novedoso, lo peligroso, pero yo era fuerte, invencible, andaba sobrado. Yo mismo la solicité, no entró en mi vida porque sí, yo la pedí inconscientemente y Dios me concedió conocer a la que sería... mi ruina. No tengo que reprocharle nada, yo me lo busqué. Me gustaban los retos, la belleza, el poder...me quemé por jugar con fuego.
-Pero Dios sacó bien del mal, todo lo permite para nuestro bien en el inmenso rompecabezas de la historia del mundo.
-A costa de sacarme los ojos, a costa de sufrimiento, es lo único que me hizo reflexionar y aprender de verdad, que mis pensamientos y deseos atraen las situaciones y mis actos tienen consecuencias. Pero era terriblemente inconsciente y no sabía lo que deseaba. Mi alma gemía constantemente en mi interior por cosas que creía que me daría la felicidad o por lo menos, un rato de placer. Normalmente, Dios no me hacía ni caso porque era mi perdición, pero una vez levantó la mano...Sucumbí a la tentación de contarle mi secreto. No sé porqué, simplemente confié en ella, no valoré las consecuencias, no vigilé mi punto débil...el exceso de confianza.
-La vanidad
-Sí; la vanidad, ese imaginario colchón de plumas en el que nos gusta acomodarnos constantemente, sentirnos guapos, hermosos, fuertes, originales, diferentes, inteligentes, superiores...
Sansón se puso de pie y comenzó a caminar cuesta abajo. Yo le alcancé y me coloqué a su lado para que se apoyara sobre mi hombro y guiarle, pero el sol del atardecer me deslumbraba y de poco le servía yo; más bien, él me guiaba a mí; conocía aquellos caminos, con los ojos cerrados...o sin ellos.
Y pensé en que hubo algo de vanidad y de exceso de confianza en la mayor de las catástrofes bélicas de la historia de Estados Unidos: Vietnam. Hubo algo o bastante de vanidad en la sociedad y en la forma de vivir, en la Roma de los últimos tiempos que precipitó su caída ante el empuje y la fortaleza de los pueblos germánicos. Y hubo mucho de exceso de confianza en el avance de las tropas napoleónicas en la estepa rusa, que se convirtió en su tumba, estepas que igualmente fueron el principio del final del poderío nazi...gracias a Dios.
Me acordé del exceso de confianza que me llevó a estar apunto de ahogarme con casi ocho años en una piscina, pensando que ningún punto de su perímetro superaba mis escasa altura. Menos mal que andaba por allí, pendiente de mi, mi hermana mayor que estuvo rápida para salvarme de mi pánico. Me creía fuerte y experimenté la limitación y el dolor físico con una larga enfermedad. Me creía muy bueno y con derecho a todo tipo de bienes, y experimenté la precariedad y el paro. Me creía muy listo e inteligente y experimenté la depresión...un rosario de excesos de confianzas que solo me han llevado a morder el polvo...gracias a Dios. En todos estos inconscientes pozos de vanidad en los que me sumergí, aprendí algo más sobre mí, algo más sobre como ser feliz y algo más sobre el destino de mi vida. Quizá es una visión algo cruda de Dios y de la vida, pero prefiero la verdad, al infantilismo instalado en esta sociedad, donde el dolor es escandaloso e inútil y la autocrítica inexistente o signo de debilidad; donde tenemos derecho a todo, no debemos nada y de nada somos responsables, donde la culpa siempre es de los demás.
-Pero tu fortaleza no era buscada, ni perseguida, simplemente, la poseías. -le destaqué a Sansón, mientras caminábamos hacia el ocaso.
-Era un don, un don de Dios. Todos tenemos un Don, algo que nos hace diferentes. La virtud radica en sacarle partido, en buscar el para qué poseemos ese don. Si tenemos una facilidad especial para algo, un don, no es para regodearnos y dormirnos en nuestro egoísmo, sino para hacer el bien a los demás, para orientarlo hacia los otros y provocar felicidad en nuestro alrededor. Dios nos da capacidades para hacer su voluntad, lo demás son obras muertas que no sirven para nada, no dan fruto. Desde esta perspectiva, la vanidad desaparece, todo es un regalo de Dios para que lo usemos bien, y tendremos la consecuencia de nuestros actos...yo no me podía imaginar lo que me sucedió. Después valoré mi fortaleza como debía...cuando la perdí.
“Al hombre le parecen rectos todos sus caminos, pero es Yahveh quien pesa los corazones.
Practicar la justicia y la equidad, es mejor ante Yahveh que el sacrificio.
Ojos altivos, corazón arrogante, antorcha de malvados, es pecado.
Los proyectos del diligente, todo son ganancia; para el que se precipita, todo es indigencia.” (Pr, 21)
Yo ofrecí mi cara para que aquel titan que fue juez de Israel, me palpara y pudiera hacerse una idea de mis facciones. Sus grandes manos rudas y fuertes, eran increíblemente delicadas al rozar mi piel, una sensibilidad impensable para aquella montaña de músculos y energía; se acercaba a mí con respeto y....humildad.
-Me sacaron los ojos, me arrancaron todo...-se sentó acomodando sus antebrazos sobre las rodillas, dejando caer las manos inertes, sin fuerzas, -fue el momento en que comprendí, el momento de la gran revelación.
-¿Qué comprendiste? -le pregunté, sentándome a su lado sobre la gran escalinata que daba acceso al atrio de la casa filistea; aquella que fue su tumba, su destino, su venganza.
-Entendí que me dediqué toda mi vida a darme placer a buscarme a mí mismo, solo me importaba mi bienestar yo era el principio y el fin de cada acto de mi vida...
-Pero, como todo el mundo, ¿no?. En el fondo las motivaciones de nuestros actos siempre son egoístas, todos buscamos estar bien y ser felices y nuestra lucha es saber cómo conseguirlo.. Además tú eras fuerte, eras invencible.
-Pero cuándo tenía mi cabellera y mis ojos, mientras poseía esa fuerza descomunal, era impetuoso, vanidoso, imprudente. -Sansón elevó la cabeza hacia el cielo, haciendo una profunda inspiración.
-Pero el espíritu de Dios estaba en ti.
-Si, pero no usé esa fuerza para nada provechoso, Dios estaba conmigo, pero mis placeres y afanes eran lo primero, no...no buscaba hacer la voluntad de Dios, simplemente vivía a mi antojo, hasta que ella apareció en mi vida...
-Dalila
-Sí- afirmó a la vez que bajaba la cabeza, como si se le escapara el ánimo-, me enamoré de ella, siempre anduve tras lo que no me convenía, siempre me atrajeron las filisteas, las extranjeras, lo novedoso, lo peligroso, pero yo era fuerte, invencible, andaba sobrado. Yo mismo la solicité, no entró en mi vida porque sí, yo la pedí inconscientemente y Dios me concedió conocer a la que sería... mi ruina. No tengo que reprocharle nada, yo me lo busqué. Me gustaban los retos, la belleza, el poder...me quemé por jugar con fuego.
-Pero Dios sacó bien del mal, todo lo permite para nuestro bien en el inmenso rompecabezas de la historia del mundo.
-A costa de sacarme los ojos, a costa de sufrimiento, es lo único que me hizo reflexionar y aprender de verdad, que mis pensamientos y deseos atraen las situaciones y mis actos tienen consecuencias. Pero era terriblemente inconsciente y no sabía lo que deseaba. Mi alma gemía constantemente en mi interior por cosas que creía que me daría la felicidad o por lo menos, un rato de placer. Normalmente, Dios no me hacía ni caso porque era mi perdición, pero una vez levantó la mano...Sucumbí a la tentación de contarle mi secreto. No sé porqué, simplemente confié en ella, no valoré las consecuencias, no vigilé mi punto débil...el exceso de confianza.
-La vanidad
-Sí; la vanidad, ese imaginario colchón de plumas en el que nos gusta acomodarnos constantemente, sentirnos guapos, hermosos, fuertes, originales, diferentes, inteligentes, superiores...
Sansón se puso de pie y comenzó a caminar cuesta abajo. Yo le alcancé y me coloqué a su lado para que se apoyara sobre mi hombro y guiarle, pero el sol del atardecer me deslumbraba y de poco le servía yo; más bien, él me guiaba a mí; conocía aquellos caminos, con los ojos cerrados...o sin ellos.
Y pensé en que hubo algo de vanidad y de exceso de confianza en la mayor de las catástrofes bélicas de la historia de Estados Unidos: Vietnam. Hubo algo o bastante de vanidad en la sociedad y en la forma de vivir, en la Roma de los últimos tiempos que precipitó su caída ante el empuje y la fortaleza de los pueblos germánicos. Y hubo mucho de exceso de confianza en el avance de las tropas napoleónicas en la estepa rusa, que se convirtió en su tumba, estepas que igualmente fueron el principio del final del poderío nazi...gracias a Dios.
Me acordé del exceso de confianza que me llevó a estar apunto de ahogarme con casi ocho años en una piscina, pensando que ningún punto de su perímetro superaba mis escasa altura. Menos mal que andaba por allí, pendiente de mi, mi hermana mayor que estuvo rápida para salvarme de mi pánico. Me creía fuerte y experimenté la limitación y el dolor físico con una larga enfermedad. Me creía muy bueno y con derecho a todo tipo de bienes, y experimenté la precariedad y el paro. Me creía muy listo e inteligente y experimenté la depresión...un rosario de excesos de confianzas que solo me han llevado a morder el polvo...gracias a Dios. En todos estos inconscientes pozos de vanidad en los que me sumergí, aprendí algo más sobre mí, algo más sobre como ser feliz y algo más sobre el destino de mi vida. Quizá es una visión algo cruda de Dios y de la vida, pero prefiero la verdad, al infantilismo instalado en esta sociedad, donde el dolor es escandaloso e inútil y la autocrítica inexistente o signo de debilidad; donde tenemos derecho a todo, no debemos nada y de nada somos responsables, donde la culpa siempre es de los demás.
-Pero tu fortaleza no era buscada, ni perseguida, simplemente, la poseías. -le destaqué a Sansón, mientras caminábamos hacia el ocaso.
-Era un don, un don de Dios. Todos tenemos un Don, algo que nos hace diferentes. La virtud radica en sacarle partido, en buscar el para qué poseemos ese don. Si tenemos una facilidad especial para algo, un don, no es para regodearnos y dormirnos en nuestro egoísmo, sino para hacer el bien a los demás, para orientarlo hacia los otros y provocar felicidad en nuestro alrededor. Dios nos da capacidades para hacer su voluntad, lo demás son obras muertas que no sirven para nada, no dan fruto. Desde esta perspectiva, la vanidad desaparece, todo es un regalo de Dios para que lo usemos bien, y tendremos la consecuencia de nuestros actos...yo no me podía imaginar lo que me sucedió. Después valoré mi fortaleza como debía...cuando la perdí.
“Al hombre le parecen rectos todos sus caminos, pero es Yahveh quien pesa los corazones.
Practicar la justicia y la equidad, es mejor ante Yahveh que el sacrificio.
Ojos altivos, corazón arrogante, antorcha de malvados, es pecado.
Los proyectos del diligente, todo son ganancia; para el que se precipita, todo es indigencia.” (Pr, 21)
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