Hace años conversaba con un amigo sacerdote misionero sobre los problemas que en ese momento parecían echarse encima de la Iglesia y la falta de impulso evangelizador. Me preguntó qué creía yo que habría que hacer ante los problemas de evangelización, que iban creciendo. Yo le dije, con toda sinceridad, que desconocía una fórmula mágica que paliara o mejorara esto. Ojalá tuviera la varita mágica, pero ni la magia existe no las varitas de Harry Potter sirven para mucho. ¿Qué hacemos? Es una pregunta recurrente. Me recuerda en cierta forma, el episodio evangélico de la ascensión de Cristo. Los Apóstoles se quedaron mirando, incapaces de mover un pie. Tuvo que venir un ángel a despertarlos: Galileos, ¿Por qué estáis mirando al cielo? (Hch 1,11)
Busquemos alguna referencia. El Card. Sarah nos habla de esto de forma muy clara en su libro “Se hace tarde y anochece”. Miramos a la Iglesia y nos sentimos desesperanzados, necesitados de algo que alivie el gran vacío que se va generando día a día.
Nos sentimos tentados de purificar la Iglesia con nuestras propias fuerzas. Y sería un error. ¿Qué podríamos hacer? ¿Un partido? ¿Un movimiento? Esa es la tentación más grave: una división tapada con oropeles. Con la excusa de hacer el bien, nos dividimos, nos criticamos, nos destrozamos. Y el demonio se ríe. Ha conseguido tentar a los buenos bajo la apariencia del bien. La Iglesia no se reforma con la división y el odio. La Iglesia se reforma comenzando por cambiar nosotros mismos. No dudemos, cada uno desde nuestro sitio, en denunciar el pecado, empezando por el nuestro. (Card. Robert Sarah. Se hace tarde y anochece)
¿Purificar? ¿Quiénes somos para hacer esto? ¿Acaso somos lo suficientemente puros para enfrentarnos a la realidad eclesial y cambiarla? Sin duda, algunos se ven puros, como el Fariseo, pero prefiero estar más cerca del Publicano. ¿Qué hacía el Publicano? Darse golpes de pecho y pedir misericordia. ¿Por qué? Porque era incapaz de ir más allá con sus propias fuerzas. Al Card. Sarah también le preguntan constantemente ¿Qué debemos hacer?. Es una pregunta que evidencia la angustia que llevamos dentro. No es sencillo deshacerse de esta pregunta, porque la Iglesia es nuestra Madre y nos duele verla en problemas. ¿Qué responde el Card. Sarah?
Me preguntan con frecuencia: ¿Qué debemos hacer? Cuando amenaza la división, hay que reforzar la unidad. Una unidad que no tiene nada que ver con ese espíritu corporativo que existe en el mundo. La unidad de la Iglesia nace del corazón de Jesucristo. Debemos permanecer junto a Él, en Él. Nuestra morada será el corazón abierto por la lanza para permitirnos refugiarnos en él. (Card. Robert Sarah. Se hace tarde y anochece)
¿División? La división la podemos entender como el distanciamiento entre todos y cada uno de los católicos. Nos dividimos y subdividimos a toda velocidad. Los matices se convierten en lo esencial y lo esencial, en secundario. Las diferencias estéticas, emocionales o procedimentales, las elevamos a sentido identitario de grupos cada vez más pequeños y distanciados. Cuanto más alejados vivimos, más espacio dejamos para que “el mundo”, lo cotidiano, lo humanamente atractivo, llene el vacío existente. Recordemos que cuando hablamos del enemigo le llamamos diablo, dia-bolos, el que rompe y separa. No podemos negar que el enemigo está trabajando eficazmente. Esto es lo que vivimos hoy en día.
A veces tenemos la sensación de estar adheridos a algo pegajoso que nos impide contemplar las realidades del cielo. Algo así como las arenas movedizas. ¿Cómo podemos despegarnos del mundo? ¿Cómo despegarnos del ruido? Cómo despegarnos de esa noche oscura que nos oprime y obstaculiza nuestro camino al cielo; que nos embrutece y nos hace olvidar lo esencial. (Card. Robert Sarah. Se hace tarde y anochece)
Ese algo pegajoso nos induce a olvidar lo esencial y centrarnos en lo aparente. El mundo siempre nos ofrece una solución aparente, agradable y apetecible. Lo que nos oculta, es que esa solución va alejándonos más y más, de Dios y de lo sagrado. Es lo que el Card. Sarah denomina “arenas movedizas”, que nos incapacitan para ver a Dios y al mismo tiempo nos hace vivir en un continuo simulacro en el que vivimos. Quizás nos parezca innecesario, pero orar por aquellos que se han alejado de la Iglesia y de Dios, es orar por nosotros mismos. Orar para que la Gracia de Dios nos saque de las “arenas movedizas” y podamos acercarnos para conformar una verdadera comunidad en torno a Cristo.
De nada valen alternativas de marketing y mercantilización de la fe. De nada valen alternativas ideológicas o estéticas de la fe. De nada valen activismos o estructuralismos. La superficialidad nos devuelve siempre al mismo punto de partida, lo que nos desespera. Debemos caminar siguiendo las pisadas de Cristo. Caminar hacia dentro de nosotros y hacia arriba. Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios (Jn 6, 67-69).
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- (III) Necesitamos tomar la cruz de cada día
- (IV) El duro camino del creyente actual
- (V) Unidos en comunidad
- (VI) Cambiar nuestro camino para seguir sus pisadas
- (VII) Sin esperanza no podemos seguir a Cristo
- (VIII) Navidad. La Semilla del Reino habita entre nosotros
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- (X) ¿Qué es lo que Dios nos ofrece para este nuevo año?
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