Lunes, 25 de noviembre de 2024

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En 1935 los cuerpos de los mártires de La Salle fueron trasladados a Santa María de Bujedo

Los santos mártires de Turón (4): Bujedo

por Victor in vínculis

GUSTAVO DORÉ EN SANTA MARÍA DE BUJEDO
En la década de los sesenta del siglo XIX, dos franceses singulares viajan repetidamente a España describiendo las costumbres de sus gentes, sus monumentos y paisajes. Son el varón Charles Davillier y Gustavo Doré. El primero era un erudito acomodado. Su interés por la cerámica despertó su interés por España, país por el que viajó en múltiples ocasiones y del que llegó a tener un profundo conocimiento gracias a sus viajes y a la amistad que tuvo con españoles notables de la época, entre otros Federico de Madrazo o Mariano Fortuny. Su compañero de viaje, Gustavo Doré, plasmaba lo que Davillier escribía. Excepcionalmente dotado para el dibujo, era famoso en Europa por las ilustraciones de obras como: “La Divina Comedia” de Dante en 1861; “Don Quijote” en 1863, “La Biblia” en 1865, “El Paraíso Perdido” de Milton en 1866, “Las Fábulas” de La Fontaine en 1867…
Desde 1862 hasta 1873 envían periódicamente sus crónicas del “Viaje a España” a la revista parisina “Le Tour du Monde”, que durante once años las va publicando en fascículos. Luego, en 1874, apareció una edición completa de la obra.
Uno de esos viajes le llevó a la provincia de Burgos. El hechizo del Desfiladero de Pancorbo inspiró a Doré para realizar los grabados sobre “La Divina Comedia”. Concretamente plasma el antiguo paso que atravesaba la roca, en la zona de las curvas del desfiladero.
En este viaje es cuando Doré debió pintar su ilustración “Antiguo monasterio de Bugedo, entre Burgos y Miranda de Ebro”. Se trata del Monasterio de Santa María de Bujedo (Burgos), a 9 km al suroeste de la población burgalesa de Miranda de Ebro.
El 8 de agosto de 1168, en presencia del rey de Castilla Don Alfonso VIII, había sido erigida la Abadía de Santa María de Bujedo, de la orden premonstratense. Don Sancho fue su primer Abad. Fue fundadora Doña Sancha Díaz de Frías.
Los monjes premonstratenses permanecieron en Bujedo hasta la desamortización de Mendizábal. En 1836, la ley se ejecutó y comenzaron las subastas injustas, adjudicaciones de vergüenza, pillaje, profanaciones; todo ello acabó con el monasterio que había sido foco de cultura y santidad.
En el año 1858 comenzaron las obras del ferrocarril a la altura del monasterio de Bujedo. Mientras duró la construcción del ferrocarril, el monasterio, usadas sus dependencias vacías, sufrió un deterioro importante. Una década después Doré ya mostraba la línea del ferrocarril en un extremo de su ilustración.
Al final de la década de los setenta los Padres de la Sociedad de Misiones Africanas adquirieron el Monasterio por 7.500 pesetas. Finalmente el 22 de julio de 1892 se estableció el noviciado de la provincia española de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, fundados por el francés San Juan Bautista de La Salle que, tras llegar a España en febrero de 1878, decidieron comprar el Monasterio de Bujedo. Así esta casa se convirtió en cuna de la Congregación en España. Más de 2.000 religiosos lasalianos se han formado en ella, entre los que brillan con singular esplendor sus 101 mártires de la educación cristiana. Y especialmente los ocho hermanos de la Comunidad de Turón, protomártires lasalianos españoles, canonizados por san Juan Pablo II en 1999, y cuyos sagrados restos son custodiados en la iglesia monacal.
Desde el primer momento todos consideraron a los Hermanos mártires de Turón y al P. Inocencio como verdaderos mártires. La única razón por la que fueron asesinados era por ser religiosos. Estaba claro en las mentes de todos, incluso de sus mismos verdugos.
Los testimonios recogidos para el proceso no ofrecen duda alguna. El mismo jefe revolucionario, preso después de los acontecimientos, dijo en la cárcel que, cuando los llevaban al cementerio “iban muy recogidos y en oración, preparándose para el sacrificio” y que “se mostraron muy decididos y animados”. Y un testigo presencial del fusilamiento, también desde la cárcel, dijo por escrito:
Que no les oyó la menor queja ni palabra alguna, tanto en el trayecto de la casa del pueblo al cementerio, como durante su ejecución que fue con escopetas y rematados con pistolas”.
Su muerte -dice él mismo testigo- fue obra de unos cuantos desalmados, pues el pueblo no hubiera consentido que asesinaran a los maestros de sus hijos, y por ello lo hicieron de noche y forzando a los que iban a ejecutarlos”.
 
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