Jueves, 14 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

María Macanás transmite la fe desde su enfermedad y cuida a sus amigos rezando por ellos

Con espina bífida, Dios le enseñó a darse a los demás: estudia medicina y evangeliza con su sonrisa

María Macanás.
María Macanás afronta su dolencia de espina bífida desde la fe, la alegría y su testimonio de superación.

ReL

De pequeña, María saltaba a la comba y jugaba con sus seis hermanos. Ahora disfruta saliendo a tomar algo con sus amigos y a sus 21 años, estudia medicina. Su vida, que podría parecer muy normal, está totalmente condicionada al padecer espina bífida y sin embargo, ha contado en el portal del Opus Dei que no tiene motivos para enfadarse con Dios. De hecho, está agradecida.

Pudo saltar a la comba porque su madre no abortó

Con pocos años de vida, uno de los sueños de María Macanás era saltar a la comba. “Estuve casi una semana agarrada a una silla intentándolo y como no podía, mi madre decía: `por favor, que le pase la comba una vez. Solo una´. Al final pasó”, cuenta. “Y no solo una, sino muchas veces”.

Cuando su madre se enteró de que estaba embarazada, el médico le dijo que su hija María venía con problemas. Tenía espina bífida. “Le dijo que no me iba a poder mover de una silla de ruedas, que sería un vegetal, y que lo mejor que podía hacer era abortarme”. Decidió que no, y que si esos eran los planes de Dios, ante todo sería su hija, viniera como viniese.

Debido a su enfermedad, tenía que ir a rehabilitación desde que tenía pocos años. “Lloraba mucho, era muy doloroso y llegaba incluso a vomitar. Mi madre siempre fue muy luchadora y me vio cómo su hija, y no como lo que el mundo quería ver. Me ha hecho ser como soy y nunca me ha limitado, mirándome como si fuese capaz de todo”.

Solo quería "ser normal" hasta que conoció a Dios

Además de la superación, “mi madre siempre me inculcó la fe desde que era pequeña”. Conforme crecía en una familia cercana al Opus Dei, “iba a misa y tenía a Dios, pero no tenía una relación personal con Él”, confiesa.

“A veces me preguntaba por qué me había ocurrido a mí de mis seis hermanos, de mis veinte amigos o de mis treinta primos. Le decía a Dios: `Señor, quiero ser normal, lo que la sociedad entiende como normal´”.

Mi vida cambió cuando conocí a Dios y me hizo ver todo lo que podía dar al mundo. No se trataba de un `¿por qué?´, sino de un `¿para qué?´. Yo era muy tímida e insegura, pero empecé a verme con los ojos de Dios y cuando ves que te quiere tal cual eres y que te ha creado así, ¿cómo no te vas a querer tú?”, se preguntaba la joven.

No tengo motivos para estar enfadada con Dios, sino para estar agradecida y decir: `Señor, somos un buen equipo´”.

María Macanás paseando con amigas.

María decidió devolver una sonrisa a cada mirada que le dirigían mientras paseaba, y le sorprendió el resultado.

Una sonrisa por cada mirada

Conforme crecía, María comenzó a notar que la gente se quedaba mirándola. “Al principio me daba rabia, hasta que un día escuche una frase que me marcó: `no quieras ser normal si has nacido para destacar´”.

Desde entonces, cambió su planteamiento. “Si Dios quería que yo destacara por algo, y aunque yo no quería que la gente me mirara, pensé que por lo menos la gente se tendría que llevar algo bonito: `si me miran, devolveré una sonrisa´”.

Desde ese momento, cada vez que sentía la miraba de alguien, “buscaba sus ojos y le sonreía. Había gente muy seria que al sonreírles les cambiaba la cara y pensaba: `No sé Señor, a lo mejor esa persona necesitaba una sonrisa o ver que alguien que podía tener más problemas que él le sonreía´”.

“A la gente lo que más le llama la atención es que puedas tener una vida normal, seas feliz, te guste vivir, estar con tus amigos y aprendas a disfrutar y que lo demás no sea una limitación sino algo que forma parte de ti”.

“Fue entonces, a partir de mi adolescencia, cuando empecé a fomentar mi relación con Dios”.

María Macanás con amigas.

Los amigos de María saben que su pilar es la fe, y trata de cuidarles rezando por ellos.

Quiero que la gente salga del médico como yo me he sentido

Una de las épocas más duras que recuerda María fue a los doce años. “Una médico bastante poco empática me puso un corsé. Ir al médico era un suplicio porque pensaba que me iba a mirar con indiferencia, decirme lo malo que podía pasarme y no darme ninguna esperanza”.

“Cuando me cambiaron de médico, recuerdo al nuevo como un ángel. Me gustó tanto como me sentí que al salir dije: `mamá, quiero que la gente enferma salga del médico como yo hoy me he sentido: voy a estudiar medicina´”.

Cuida a sus amigos rezando por ellos

Y lo hizo. Ahora, María está en tercero de carrera, supera todas las asignaturas y es una “apasionada” de lo que estudia. “Al haber estado toda mi vida relacionada con el sacrifico, sé que va a merecer la pena”.

En la universidad, aprovecha para hacer amigos y mostrarse como es. “Saben que mi base es Dios”. Cuenta el caso de su mejor amigo, “ateo, su abuela estaba regular y siempre me decía: `María, sé que no creo en Dios, pero sé que si rezas no va a caer en vano´”.

“Que ellos me pidan que yo haga aquello en lo que de verdad tengo fe por ellos es muy bonito. Se dan cuenta de que así les cuido y que estoy atenta por ellos”, concluye.

Testimonio completo de María Macanás. 

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