«Te doy si me das»
¡Hace tanto daño el interés al alma que vive hipotecada en pena! ¡Da tanta pena el alma interesada! ¿Por qué no te centras en dar, en lugar de pasarte la vida pidiendo y hasta exigiendo? “Salud, dinero, amor...”, todo y en cada nueva relación, pretendes que empiece por que los demás te den. “Es que me debe reconocimiento”, “Es que tiene que darme lo que me debe”, “Es que debe reconocer que soy quien soy para él”, “Es que...”. Y así, toda tu vida permanece vacía y marchita. Sin sentido. Porque en tu vida solo cabes tú. Te la has hecho a tu medida, e impides que los demás entren. Aunque digas que lo desearías (por presunción), en realidad eres tú quien lo evita (por orgullo y repelús).
¿No te das cuenta de que estás negociando con los demás y con Dios? De esta manera como vives o pretendes vivir, nadie puede llegar a darte gratuitamente, porque tú estableces tu “negocio” ya de entrada. Estás centrándote en ti, y debes centrarte en los demás, en tu prójimo: tu padre y tu madre, tu hermano y tu hermana, tus amigos, tus compañeros de trabajo, tus vecinos... Da amor, sin esperar nada a cambio, y tu vida florecerá con un jardín secreto de aromas intensos e interminables. Sonríe a la vida, y la vida te sonreirá.
El Papa Francisco habló de la gratuidad en una reciente homilía de su misa cotidiana en Casa Santa Marta. “La vocación cristiana es para ‘servir’, no para ‘servirse’ de”, “Sirvan y den gratis lo que han recibido gratis”. Lo hacía amplificando las palabras de Jesucristo en el evangelio del día (Mt 10, 7-13). Así nos recordaba que debemos rezar con rectitud de intención, y no “para comprar el favor” a Dios Todopoderoso, sino “para ensanchar tu corazón para que la gracia venga”. Eres tú quien debe rebajarse ante Dios, y no Dios ante ti. Es lógico. Si con los demás negocias tu amor, también lo harás con Dios. Y si lo haces con Dios, también lo harás con los demás. ¿No adviertes el bucle? ¡Eres tú mismo el que se coloca en el centro de la espiral! Con tu actitud provocas que cada vez gire más alocada y te destruya más, y con más intensidad, a ti y tu entorno.
Los demás deben darte también, sí, pero esa no es tu incumbencia; lo tuyo es que debes hacer lo que debes hacer. Déjate estar de si los demás hacen o no hacen. Céntrate en dar. En amar. Y –ya lo verás– el amor vendrá y te iluminará y calentará tu vida. Aunque sea por otro camino. Pero vendrá. No necesariamente tendrás una vida de rosas, pero sí que, cultivando felizmente tus rosas, estarás plantando tu jardín futuro aquí y desde aquí, en esta vida y ya desde ahora, pero sobre todo en la eternidad. Y eso te llenará de salud, dinero y amor. La Providencia velará por ti, y tú le darás entrada. Y serás feliz. ¿Te parece poco?
Tenemos un buen ejemplo en el santoral para aprender a “caminar juntos y con alegría por el camino de la fe, de la esperanza y la caridad”, imitando a tantos santos ya canonizados. Pero también seguir el camino de tantos “santos de al lado” que no han sido todavía reconocidos por la Iglesia. Lo recordó el Papa Francisco durante un reciente Ángelus. Con ellos nos encontramos cada día, y ellos son los que nos sostienen y ayudan a vivir. Pídeles que te hagan entender de una vez tu error y tener la valentía de reconocerlo. Y, a continuación, no lo olvides, deberás poner en marcha tu fuerza de actuar para renovar tu alma y caminar tu vida con tu actitud benévola y por tu camino adecuado. No lo olvides, siempre es por la puerta estrecha y el camino angosto (Mt 7, 13-14). Eso es, la lucha, el servicio, la humildad. Seas quien seas. Vayas por donde vayas. Te abrirás el Cielo.
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