A vueltas con el burka
Una vez prohibido el burka, nada resultará más sencillo que prohibir la toca de las monjas o la sotana de los curas
Andan los peperos como niños con zapatos nuevos, después de que el Senado aprobase una moción por la que se insta al Gobierno a prohibir el uso del burka, que «veja la dignidad de la mujer». Uno no acaba de entender muy bien por qué se considera vejatorio que la mujer se tape la cara y, en cambio, no se considera vejatorio que la mujer enseñe el culo. ¡Es que las mujeres que se tapan la cara con un burka están tiranizadas!, nos contesta el pepero, chupeteando engolosinado los topicazos de su «argumentario». ¿Y acaso las mujeres que sirven de carnaza en el negocio pornográfico o las mujeres que se desempeñan como prostitutas no lo están también?
Podría, incluso, sostenerse, a la luz del culto frenético a la sacrosanta libertad consagrado por nuestra época, que la mujer que se tapa la cara con un burka está menos tiranizada que la mujer que, por imposición de la necesidad o pérdida del decoro, enseña el culo. Pues el culto frenético a la libertad establece que lo que dos adultos consienten sin coacción externa, siempre que no cause daño a terceros, es perfectamente legal. Y así, por ejemplo, nuestra época permite las relaciones sadomasoquistas consentidas, en las que una mujer se somete gustosamente a todo tipo de sevicias; en cambio, que una mujer consienta en taparse la cara con un burka se considera una vejación. Aquí el pepero titubea, pues no desea que nadie ponga en duda su amor a la diosecilla libertad; y entonces empieza a chupetear el segundo topicazo de su «argumentario», que consiste en afirmar que el burka constituye «un peligro para la seguridad pública», puesto que dificulta la identificación de la mujer. Razón por la cual también deberían prohibirse las operaciones de cirugía plástica, y muy en especial las de cambio de sexo, que hasta donde se me alcanza dificultan mucho más las identificaciones.
Y el caso es que, mientras los peperos están como niños con zapatos nuevos con su propuesta de prohibición del burka, los sociatas urden circunloquios y evitan pronunciarse sobre el tema. Y los peperos, que son unas almas de cántaro, se regocijan, pensando que han pillado al adversario en flagrante contradicción, cuando en realidad está dejando que los peperos le hagan el juego sucio.
Porque la prohibición del burka no es sino la puerta que se abre para que mañana se pueda admitir la prohibición de cualquier signo indumentario que denote adscripción religiosa (aquí el pepero, en su ingenuidad, opondrá que el burka no es un signo de adscripción religiosa, sino un signo cultural de sometimiento de la mujer, ¡como si para el Islam el orden cultural fuese independiente del religioso!). Y si ahora los sociatas callan, cuando tan enconados y persistentes se muestran en la persecución de los signos religiosos cristianos, es porque tácticamente consideran que la pujanza del Islam es un aliado formidable en su estratégico propósito de relegar el cristianismo a las catacumbas. Propósito que requiere un tonto útil que despeje de abrojos el camino, como ahora acaban de hacer los peperos en el Senado: porque, una vez prohibido el burka, nada resultará más sencillo que prohibir la toca de las monjas, la sotana de los curas, el hábito de los nazarenos en Semana Santa y hasta las medallitas del Sagrado Corazón. Entretanto, las mujeres podrán seguir enseñando el culo, que queda muy digno, en ejercicio de su sacrosanta libertad.
www.juanmanueldeprada.com
Podría, incluso, sostenerse, a la luz del culto frenético a la sacrosanta libertad consagrado por nuestra época, que la mujer que se tapa la cara con un burka está menos tiranizada que la mujer que, por imposición de la necesidad o pérdida del decoro, enseña el culo. Pues el culto frenético a la libertad establece que lo que dos adultos consienten sin coacción externa, siempre que no cause daño a terceros, es perfectamente legal. Y así, por ejemplo, nuestra época permite las relaciones sadomasoquistas consentidas, en las que una mujer se somete gustosamente a todo tipo de sevicias; en cambio, que una mujer consienta en taparse la cara con un burka se considera una vejación. Aquí el pepero titubea, pues no desea que nadie ponga en duda su amor a la diosecilla libertad; y entonces empieza a chupetear el segundo topicazo de su «argumentario», que consiste en afirmar que el burka constituye «un peligro para la seguridad pública», puesto que dificulta la identificación de la mujer. Razón por la cual también deberían prohibirse las operaciones de cirugía plástica, y muy en especial las de cambio de sexo, que hasta donde se me alcanza dificultan mucho más las identificaciones.
Y el caso es que, mientras los peperos están como niños con zapatos nuevos con su propuesta de prohibición del burka, los sociatas urden circunloquios y evitan pronunciarse sobre el tema. Y los peperos, que son unas almas de cántaro, se regocijan, pensando que han pillado al adversario en flagrante contradicción, cuando en realidad está dejando que los peperos le hagan el juego sucio.
Porque la prohibición del burka no es sino la puerta que se abre para que mañana se pueda admitir la prohibición de cualquier signo indumentario que denote adscripción religiosa (aquí el pepero, en su ingenuidad, opondrá que el burka no es un signo de adscripción religiosa, sino un signo cultural de sometimiento de la mujer, ¡como si para el Islam el orden cultural fuese independiente del religioso!). Y si ahora los sociatas callan, cuando tan enconados y persistentes se muestran en la persecución de los signos religiosos cristianos, es porque tácticamente consideran que la pujanza del Islam es un aliado formidable en su estratégico propósito de relegar el cristianismo a las catacumbas. Propósito que requiere un tonto útil que despeje de abrojos el camino, como ahora acaban de hacer los peperos en el Senado: porque, una vez prohibido el burka, nada resultará más sencillo que prohibir la toca de las monjas, la sotana de los curas, el hábito de los nazarenos en Semana Santa y hasta las medallitas del Sagrado Corazón. Entretanto, las mujeres podrán seguir enseñando el culo, que queda muy digno, en ejercicio de su sacrosanta libertad.
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