Las otras predicaciones que nos ofrece el Padre Pío
Para continuar el artículo anterior sobre las misas en que San Pío de Pietrelcina no decía la homilía, conviene reflexionar sobre los otros ámbitos en los que él sí ejerció el ministerio de la palabra.
Porque sus silencios durante la misa ilustran magníficamente que en la liturgia el sacerdote está llamado a ser extremadamente discreto y acertado para que su propia personalidad no opaque ni desfigure lo que se está celebrando. Más bien debe procurar que se transparente el Misterio en toda su realidad y cercanía, a la vez que se mantiene velado y trascendente.
Pensemos que así nos lo presenta la misma Biblia en su texto más antiguo sobre la celebración eucarística, en 1 Corintios 11. Allí San Pablo rememora con estupor las acciones del Señor en la Última Cena y repite sus mismísimas palabras, sin dar ninguna centralidad a su propia persona, pues es consciente de que está transmitiendo lo que ha recibido y nada debe interferir en esa dinámica de acogida y entrega que procede del mismo Dios. El Padre Pío supo acoger y transmitir bien esta verdad, pues aun habiendo sido agraciado por el Señor con inmensos dones, nunca hizo destacar su figura por encima del misterio eucarístico, sino que lo celebraba de tal manera que su persona traslucía el mismo acontecimiento del Calvario.
Pero San Pío de Pietrelcina sí tuvo otra sede privilegiada para predicar: el confesonario, y con ello invita a los sacerdotes a redescubrir el valor de lo que decimos dentro del sacramento penitencial. Porque en pocas ocasiones la persona se expone a sí misma con tanta vulnerabilidad y a la vez heroísmo como al confesar sus pecados, y por eso es cuando más abierta está al mensaje del que le habla en nombre de Dios.
“Solo quien está despierto puede referir sus sueños”, dijo Séneca a propósito de reconocer los propios fallos, de ahí que podamos entender la confesión como el despertar del alma, por tanto, como una oportunidad única para ayudar a la persona a verse a sí misma a la luz del reconocimiento humilde de la verdad.
Aquí es donde recordamos que, independientemente de su don de conocer los pecados aunque las personas no los confesaran, el Padre Pío no dejaba indiferente a nadie que pasaba por el confesonario. Él sabía emplear la dulzura de un padre, la severidad de un juez o la precisión de un cirujano según correspondiera. Y esta es otra de las grandes enseñanzas que el santo de los estigmas nos da a los sacerdotes: que pidamos a Dios los dones de discernimiento, ciencia y consejo, imprescindibles para pronunciar las palabras acertadas a cada penitente. De esta manera el confesonario, sede de la misericordia, puede ser también sede de sabiduría por la palabra cierta que ofrezcamos.
El tercer y muy fructífero ámbito de predicación del Padre Pío fueron sus cientos de cartas. A través de estas, él mantuvo una relación viva y directa con tantos de sus hijos y dirigidos espirituales, cuyo mensaje no se ha quedado solo en ellos, sino que también han sido conocidas y meditadas por miles de personas en todo el mundo hasta llegar a nosotros hoy. Y es que su Epistolario es un referente imprescindible para ahondar en la mística de este hombre que vivió crucificado con Cristo y dio alivio al sufrimiento de tantos gracias al ofrecimiento fecundo del suyo.
Al leer sus líneas, que no queremos que acaben nunca, podemos acercarnos a su vivencia de la Eucaristía, sus confidencias más íntimas, los secretos que le revelaban el mismo Cristo y su Virgen Madre. En definitiva, todo un monumento de la acción de la gracia en un hombre de Dios y que se extiende a todas las almas que siguiendo su estela se abren a Él. ¿Acaso se puede decir lo mismo de lo que tantos sacerdotes hoy en día comunicamos con nuestros mensajes electrónicos, textos fugaces y emoticones uniformadores? ¿No estaremos dejando de dar un testimonio valiosísimo por la falta de profundidad y contenido en tanto de lo que expresamos? Necesitamos, ciertamente, detenernos con reverencia y responsabilidad ante la página o la pantalla en blanco antes de escribir y recordar que tenemos allí la oportunidad de ejercer el ministerio de la palabra eterna de un modo especialísimo.
En definitiva, lo que el Padre Pío enseña a los sacerdotes y a todo el que sirve a Dios es que debemos aprender cómo y de qué manera ofrecer la semilla siempre fecunda de su palabra, pues, como él mismo enseña, “si queremos recoger es necesario no tanto sembrar mucho, como esparcir la semilla en buen campo”. ¡Son tantos los campos que tenemos por delante para labrar y custodiar!
Pincha aquí para leer el artículo "Las misas que sí predicaba el Padre Pío".
Otros artículos del autor
- Un nuevo alumbramiento
- Volver a la fuente de la paz
- Cardenal Urosa: padre de la Iglesia en tiempos de fe probada
- El Pan de Vida: testimonio de un niño que ha partido al cielo
- Mirar a Cristo para superar los conflictos
- Lo que falta en la película «Amanece en Calcuta»
- La hora que redime la nuestra
- Santa María, «sinfonía» de Dios
- Las misas que sí predicaba el Padre Pío
- No bailes la mascarada