Santa María, «sinfonía» de Dios
Cristo, el Logos que asume la carne humana en María, es la expresión del Padre fuera de Sí. “Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas” (Heb 1, 3). Es decir, Él es la verdad y el sentido de todo cuanto existe. Verdad porque es el mismo Dios, y Dios es el que es (ver Ex 3, 14). Es en sí mismo, sin defecto ni necesidad de nada más; porque es amor. Sentido porque su ser amor le hace expansivo y comunicativo, no cerrado en sí mismo, sino en una proyección de su propio bien, belleza y bondad. Dios sale de Sí en Cristo para crear, revelar, salvar y llenar de su plenitud todo aquello a lo que da el ser. Por eso afirmamos con toda propiedad que Cristo es Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho (Credo Niceno-Constantinopolitano).
La encarnación del Logos responde a esa sintonía de sentido entre el Creador y lo creado, entre lo sobrenatural y lo natural. En virtud de esta sintonía puede afirmarse que el hombre es capax Dei, capaz de acoger la revelación de Dios y responder en fidelidad. Pero si ya esta capacidad es ínsita todo ser humano, en la rendición de María a la Palabra esa capacidad se pierde de vista. Ella es Tota Dei, es decir, no solo capaz de Dios, sino toda suya, porque le abre la posibilidad de ser y hacerse allí donde Él había entregado el espacio gratuitamente a sus criaturas: en su libertad. En María la sin-tonía entre Dios y el ser humano se hace sin-phonía, acuerdo entre las voluntades y las palabras de ambos a una sola voz: “Dios pronuncia el hágase originario: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…»” (Gn 1, 26); María es el eco humano del mismo verbo creador: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
Pero la de María fue más que rendición; fue dedición. Es decir, con su adoración y su belleza ella dirigía una continua invitación a Dios para venir a ocuparla, a hacer su morada en ella. La Hija de Sión le llamaba con su libertad rendida, con su humildad y con el ardor de su corazón. Con todas las virtudes de quien está libre de toda mancha de pecado. La flor escondida de la humanidad.
No sorprende entonces que por conquistar esta gracia singular que le refleja como su más límpida imagen y semejanza, Dios haya puesto en movimiento el universo, formado al hombre del limo e insuflado su aliento, que haya sacado a Abrahán de su tierra y haya puesto en marcha a Israel sobre el lecho abierto del mar; que haya inspirado poetas y profetas, ensalzado y derribado reyes y reinos… Porque flor secreta le iba llamando desde siempre con un aroma único que movería la eternidad y la historia para venir a desposarla. Y es que Dios puede irrumpir siempre y de las formas más imprevistas en la vida de una criatura. Pero lo común es que se mantenga siempre acompañando y envolviendo toda vida, inspirándola interiormente y atrayéndola desde fuera. En María se cumple esto, pero también hay más; acontece lo inaudito y ella lo vive con la sencillez de un tú a tú.
Nosotros, que no somos inmaculados… sí podemos ir llamando a Dios en la medida en que nos vamos asemejando más a Él por la contemplación y la puesta en práctica de las más valiosas virtudes de María. Todas las veces en que volvemos arrepentidos a recibir su perdón, cada vez que le pedimos y luchamos por alcanzar una gracia particular, y sobre todo cuando presentamos la ofrenda purísima de su mismo Hijo en el altar, también atraemos a Dios hasta nosotros, imperfectos y simples, pero que podemos mirarnos ya en María como nuestro modelo realizado. Esta es la mejor manera de comenzar un nuevo año: rendirnos en la escucha y adoración a Dios que toma vida en nosotros, tras la estela de María.
Otros artículos del autor
- Un nuevo alumbramiento
- Volver a la fuente de la paz
- Cardenal Urosa: padre de la Iglesia en tiempos de fe probada
- El Pan de Vida: testimonio de un niño que ha partido al cielo
- Mirar a Cristo para superar los conflictos
- Lo que falta en la película «Amanece en Calcuta»
- La hora que redime la nuestra
- Las otras predicaciones que nos ofrece el Padre Pío
- Las misas que sí predicaba el Padre Pío
- No bailes la mascarada