Ideología e impotencia
El que se asoma a la Historia en busca de ejemplos, a menudo lo que encuentra son advertencias. Por razones que no son del caso, en estos días en que Europa vuelve a arder, he de ocuparme en estudiar la relación entre los papas de la edad de oro del pontificado -siglos XII y XIII- y los reyes cristianos de la época. La forma en que algunos papas abusaron de su enorme autoridad moral e ideológica explica las reacciones que acabaron dando lugar a la honda crisis bajomedieval de la institución. La llamada Reforma protestante, que quebró para siempre la unidad espiritual de Europa, fue la respuesta inadecuada a problemas que habían desfigurado mucho del mensaje original del cristianismo.
Hoy, naturalmente, nuestros problemas son otros, pero los mecanismos que operan no son tan diferentes. El abuso ideológico sustentado en la buena fe de las gentes lleva siempre a excesos de poder que acaban cegando a los mandatarios, impidiéndoles reaccionar ante los problemas que anuncian su declive. Occidente es un ejemplo perfecto de ello, maniatado por mantras ideológicos que están ya atornillados a estilos de vida e intereses inatacables. De nada sirven las advertencias sobre el pavoroso futuro demográfico porque, aunque nadie pueda ya negarlo, corregirlo supondría invalidar en buena medida los frutos de la revolución sexual comenzada en los años sesenta, piedra angular del actual feminismo. Nada eficaz se plantea para resolver la dependencia energética europea y sus terribles consecuencias sobre las economías de las familias, la viabilidad de los transportes y la supervivencia de la industria y el agro, porque se es incapaz de prescindir de los prejuicios sobre fuentes de energía, como la nuclear, cuya imagen sigue dependiendo de ideas acuñadas hace cincuenta años. En países como España sigue siendo tabú articular una verdadera cultura de defensa, cuya premisa sólo puede ser el de unas fronteras seguras y respetadas, porque eso choca con reflejos pacifistas que, ocioso es decirlo, nada tienen que ver con el mundo en que vivimos.
Son sólo algunos ejemplos. El abuso ideológico sobre la sociedad presenta hoy formas que ni los papas medievales se atrevieron a soñar. La corrección política no es más que el rabioso intento de cancelar el debate sobre la realidad para seguir manteniendo ficciones que alienten el añejo discurso utópico tildado de progresista. Lástima que los cañonazos, cada vez más cercanos, no se aplaquen con sermones ni consignas de manifa.
Publicado en Diario de Sevilla.