El mal camino
Si el populismo es propugnar una solución simple a problemas complejos, la eutanasia es populismo, porque pretende que la solución a la complejidad del sufrimiento se resuelva matando. Y esto, la solución veterinaria para humanos, es el colmo de la simplificación de nuestras necesidades.
Pero esta crítica se refiere al concepto general. Después hay que ver las leyes concretas. No son muchas, porque solo hay seis estados, los tres del Benelux, Canadá, Colombia y Nueva Zelanda, con legislaciones vigentes. El reducido número de países que han asumido este camino, después de tantas décadas de campañas a favor, ya debería alarmarnos.
Pero ¿qué dice la ley española? Lo más objetivo es ceder la palabra a los médicos de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (Secpal), una organización científica cuyos miembros tienen posturas plurales sobre la conveniencia de despenalizar la ayuda médica para morir. Son expertos en abordar peticiones anticipadas de muerte, aliviar el sufrimiento físico, psicosocial y espiritual. Esta sociedad hizo público un comunicado el pasado 25 de marzo en el que valoraba la ley española afirmando que:
1. “Adolece de deliberación y calidad conceptual”.
2. No es “garantista” a causa de sus errores conceptuales.
3. Es “confusa en su aplicación práctica y precipitada en sus tiempos”.
4. No ha establecido diálogo alguno.
5. No es conciliadora ni protege a los vulnerables.
6. “Los ciudadanos carecen de garantías de ser acompañados con criterios de excelencia”.
7. El país carece de personal suficientemente formado, “porque el inicio de un tratamiento de sedación paliativa es igual de complejo y sensible que el que hay que hacer en la eutanasia”, y la ley no garantiza la competencia de quien vaya a practicarlo.
8. El Gobierno no ha considerado las recomendaciones del Consejo de Europa de 2018, que señalaban la insuficiencia de los cuidados paliativos en España, como muestra el Atlas de Cuidados Paliativos en Europa 2019.
9. Todos estos males de la ley se dan en un país que está a la cola de ayudas sociales, donde es un escándalo la aplicación de la ley de Dependencia y no se acepta que los equipos de salud mental intervengan en el proceso.
10. “Ausencia de una ley del final de la vida que garantice que los cuidados paliativos deben ser ofertados a todos los ciudadanos”, que incorpore la terapia de la dignidad, que dé respuesta al síndrome de la desmoralización y trate las depresiones que conducen a no ver otra salida que la muerte.
En estas condiciones, referirse a la legislación española como una “garantía” o “un ejercicio de libertad”, cuando la opción es morir sufriendo o que te maten –excepto si puedes pagarte otra cosa–, es una burla infame, a caballo de la ideología, de la angustia y del desconocimiento de muchas personas. Como es una burla trágica que quienes defienden esta ley, que ahonda la desigualdad, ahora incluso ante la muerte, se llenen la boca de justicia social.
Vivimos en un marco jurídico muy peligroso porque el Estado señala que existen vidas que son tan inútiles que puede autorizarse su muerte voluntaria. Y esto en un sistema sanitario que practicó sin arrepentimiento el cribado masivo de la gente mayor en la primera oleada de la pandemia constituye una amenaza. El Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (Cermi) ha reparado en ella y ha solicitado al Defensor del Pueblo que presente un recurso de inconstitucionalidad contra la ley, porque “se produce un señalamiento innecesario, que hace pensar que la eutanasia es una práctica o prestación particularmente conectada con determinadas personas con discapacidades”.
En una sociedad que ha destruido sus acuerdos fundamentales, las leyes son decisivas porque construyen marcos de referencia dentro de los cuales formamos criterios y adoptamos decisiones influidos por ellos, aunque pensemos que son enteramente nuestras. Forjan mentalidades, y la de cuidar no es la misma que la de matar; es su opuesta. Matar como consideración social, que es para lo que se hacen las leyes, determina una relación desvinculada con las personas. Una sociedad que se construye a partir de este tipo de solución se basa en el individualismo y una visión utilitaria de la vida humana. Y esto se contagia a todos los ámbitos: la familia, la enseñanza, la empresa; todos.
Este proyecto nada tiene que ver con una sociedad educada para el cuidar, donde la solidaridad, la compañía, el compromiso, la estima a aquellos que ya no parecen servir, la donación gratuita, son componentes necesarios. También la confianza en la ciencia, en la medicina paliativa para superar el dolor y el sufrimiento. Es esto lo que hace humana, acogedora y segura a una sociedad. La solución desvinculada, de “muerto el perro, muerta la rabia”, es una filosofía de vida que acrecienta el abandono de los débiles, de los sufrientes, de los marginados. Ya sucede sin ley con la pandemia, no lo hagamos más fácil ahora.
Publicado en La Vanguardia.
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