Orfandad
Quiere la tradición que en navidades echemos más de menos a los seres queridos. Aquí somos muy partidarios de las tradiciones porque acostumbran a tener razón. Y aunque ésta pone unas gotitas de acíbar a las dulzuras de estas fechas, lo agridulce termina siendo dulce de nuevo y, además, mejor. Recordar a quienes amamos es traerlos de vuelta por la puerta del corazón.
Me está pasando también con dos escritores amigos. Verdad que los libros nos consuelan de la ausencia de las grandes almas, pero, cuando uno las trató cara a cara, cuesta más, porque el roce no lo suple la docta imprenta; y menos en Navidad, cuando me llegaban puntuales sus tarjetones de felicitación, que ya no llegan. A la punzada de nostalgia de estos días, se suman los alfilerazos de las novedades de estos tiempos. Qué vacío nos dejan los comentarios y las glosas que Aquilino Duque y Jiménez Lozano nos estarían regalando.
A Aquilino Duque, por cuyas venas corrían gotas de sangre jacobita, es muy fácil imaginarlo encendiendo artículos como mechas frente a las maniobras de Sánchez. Nuestro presidente le habría recordado a Largo Caballero. La Ley Democrática de la Amnesia nos conduce a repetir la historia, como irremediablemente están condenados los pueblos, decía Santayana y habría subrayado Aquilino, que olvidan su historia. O que la tunean, que es todavía peor.
Añoro también a don José Jiménez Lozano. "Tory anarquista", él no se habría sorprendido un ápice por lo que está pasando, pues ésos han sido siempre -citaría a Tácito- los usos del poder. Lo que no quiere decir que nosotros, en nuestras casas, vayamos a plegarnos a esos usos. Las cortes no quitan lo valiente. Don José nos recordaría al abad Saint-Cyran, que proclamaba la independencia de la conciencia frente al poder absoluto que el cardenal Richelieu pretendía imponer: "Hay un espacio, como seis pies de territorio de alma, en el que nunca deben poner ni imponer su imperio ni ser temidos ni canciller ni nadie".
Ambos señalaban siempre, y aún más por estas fechas, a la estrella que ya se para sobre el Portal, porque allí nace y crece la esperanza de cada uno, de las naciones, de la Iglesia y del mundo. Cómo echamos de menos aquellas puntuales felicitaciones de Navidad de los maestros y cuánto nos gustaría que ellos hiciesen las denuncias inevitables y los alborozados anuncios que ahora nos tocan a nosotros, todavía tan pequeños y ya tan huérfanos.
Publicado en Diario de Cádiz.