La vida en 40 días: el milagro de nacer
Andamos con problemas graves de natalidad. La demografía de nuestro país, como sucede en nuestro entorno europeo, arroja cifras que claramente dibujan un horizonte de decrepitud en una sociedad envejecida que se enroca en sí misma desde una cerrazón insólita que nos aísla y encastilla dentro del egoísmo y la insolidaridad.
Pero el problema no se ciñe únicamente a una natalidad que no se espera porque no ha sido ni deseada ni secundada, sino que ha sido interrumpida en su proceso más incipiente, es decir, abortada. Es la vida que existiendo ya, se la corta en su tramo más vulnerable como es la gestación en el seno de su propia madre gestante. Podrán maquillar el patético patíbulo, o decir que es un apéndice sin vida humana lo que extirpan, pero el cuerpo de la madre y su conciencia saben que están aniquilando una verdadera vida que tiene ojos, dedos y huellas dactilares, latidos de un corazón que late al unísono del de quien lo acoge en su seno, y al que nutre con su oxígeno y su propia sangre.
Luego está la aberración de quienes esgrimen sus ardides parlamentarios para imponer legislaciones que persiguen el aborto libre, sin ningún tipo de rebajas ni de plazos, ya de por sí terribles por su dictamen excluyente de esa vida naciente, constituyendo en su delirium tremens un derecho: el que, según ellos, tiene la madre de acabar con la vida del hijo que lleva en sus entrañas. Pueden conseguir que tan terrible deriva obtenga la legalidad jurídica por leyes así promulgadas, pero nunca conseguirán el respaldo moral ante la falta de ética más fundamental cuando se cercena el derecho a la vida.
Hemos visto tantos escenarios en la ya larga historia de la humanidad, donde pretendidos derechos se acabaron imponiendo cuando obtuvieron no la asistencia de la verdad y la razón, sino la complicidad de una votación parlamentaria. De esa guisa introdujeron una praxis social y cultural y la imposición zafia de los imperios totalitarios y fugaces gobernanzas. Traemos a colación la esclavitud de antaño, los apartheid de hogaño, las leyes racistas y sus ku-klux-klan como agentes de su gendarmería. Con el aborto ocurrirá lo mismo, y esta generación que se pavonea de su triste victoria matarife, la historia la señalará y representará un momento más del declive moral de quienes han perdido el norte de la bondad, la sindéresis de la razón y la brújula de la verdad. La crisis de natalidad tiene también esta deriva perversa: que no se les deja nacer a quienes ya existen. No se trata de evitar que vengan a la vida a los que se decide que no nazcan, sino que se destruye una vida existente en el santuario más sagrado cuando hablamos del seno de sus madres.
Todo esto no quiere decir que la mujer sea la única responsable. Hay mil situaciones en las que ella está sola y aislada, desamparada con desdén y abandonada con retranca, por parte de tantos que deberían apoyar ese momento tan delicado y a veces complejo: el padre de la criatura, la familia, el círculo de amigos, la sociedad y el mundo laboral. Es tremendo cuando la mujer se queda sola y mal acompañada, con la única salida (que no lo es) de verse impelida a abortar. Hay una complicidad que no resulta ajena para quien ve crecer en sus entrañas un hijo que le llega. Por tanto, hay una llamada global a salir en ayuda de la mujer y no ponerla en el disparadero de lo que acaba con la vida de su hijo y con la vida de ella misma cuando caiga en la cuenta de lo que hizo de modo irremediable.
40 Días por la Vida es un movimiento mundial que sale al encuentro de este drama, sin demonizar a la mujer, sino viniendo en su ayuda de mil maneras: rezando, acogiendo, acompañando. Es un regalo ver los milagros de tantos niños que han logrado nacer porque hubo manos amigas, manos orantes, miradas y corazones acogedores que estuvieron al lado de esas madres a las que les permitieron acoger el milagro de la vida que Dios con ellas nos ha regalado.
Publicado en el portal de la archidiócesis de Oviedo.
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