Sábado, 02 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Procedimientos extraordinarios


Si no empezamos pidiendo jamás alcanzaremos otros estadios donde el Amor se irradia sin necesidad de mendigarlo.

por J.C. García de Polavieja

Opinión

Extraordinarios sólo porque la inconsciencia me hacía despreciarlos hasta hace bien poco: La oración-en-teoría era apenas una minúscula concesión del espíritu autosuficiente a un Dios que, ciertamente, estaba presente en mi vida pero como un visitante relegado al plano de las cortesías. Mis oraciones eran meras cortesías condescendientes. La oración-en-práctica es completamente distinta: Compromete una comunión de vida cotidiana que exige voluntad y renuncia, por mínimas que sean ambas capacidades - que lo son - y nace de la conciencia de mi absoluta impotencia sin Dios. La oración-en-práctica, que es la única oración en realidad, es religión y culto en espíritu y en verdad porque es consecuencia de la percepción desoladora de la desproporción entre mis debilidades humanas y la perversidad estructural que me envuelve y que, al menor desmayo me sofoca. Ha sido pues necesaria la reciedumbre de los tiempos, mucho más que teresiana, para obligarme a dar el salto desde la teoría a la práctica, dejando atrás las confianzas ilusas en los solos medios humanos.
 
Dice el refrán que nos acordamos de santa Bárbara cuando truena. De Dios quizá nos acordamos cuando la realidad que nos rodea se hace tan cruda que no permite fugas interpretativas. La súplica de socorro brota entonces espontánea desde el fondo del alma y ésta es la verdadera oración, siempre inicialmente de petición: Por mucho que ello subleve a ciertos teólogos de la autosuficiencia inmanente. Si no empezamos pidiendo jamás alcanzaremos otros estadios donde el Amor se irradia sin necesidad de mendigarlo.
 
Mi oración, convertida por el agobio de los tiempos en procedimiento ordinario ¿será eficaz? No puedo dudar que lo es - demasiadas pruebas me han sido dadas - pero también es cierto que la respuesta de Dios a mis llamadas no siempre se produce para el tiempo y forma en que se pedía. Dios tiene el único e infalible criterio de respuesta. Y no es un criterio tan reservado ni misterioso, porque se atiene a normas que me han sido advertidas con infinita paciencia. Varias de estas pautas, las más profundas, han sido explicadas por Benedicto XVI (Spe salvi, 33 y 34) con humilde autoridad. Aunque existen otras que son de mero sentido común y debieran darse por supuestas pero que, tratándose de estos tiempos y sobre todo de mí, conviene recordar:
 
No se puede pedir socorro a Dios sin poner simultáneamente en juego los medios naturales, humanos, necesarios para que Dios decida actuar. Si no fuese éste tema harto serio habría que explicar: No se le puede pedir a Dios el premio gordo sin haber comprado un décimo de la lotería. Traducido a mi experiencia personal: No puedo pedirle a Dios que enderece mis caminos mientras me empeño porfiadamente en desviarlos. Porque Dios respeta mi libertad y únicamente podrá reconducirme cada vez al punto de partida…
 
Tampoco puedo suplicarle el éxito en mis más nobles compromisos sin haber verificado en profundidad que mis programas son efectivamente tan nobles a sus ojos. Porque quizá me encuentro arrodillado ante Él en la más perfecta ignorancia de la catadura que sus ojos ven en mí. Pidiéndole que arregle lo que estoy empeñado en estropear en ese mismo momento. Y esta ignorancia de mi propia verdad puede estar en íntima combinación con otra dimensión más estructural del desconocimiento teologal: Cuando mis planes a largo plazo contemplan triunfos ante el mundo - kermesses que posiblemente habría debido sacrificar a causas superiores - que interesadamente legítimo atribuyéndoles la más genuina vocación de servicio. Dios es el único que sabe cuanto hay de caridad y cuanto de vanagloria en el origen y desarrollo de mis proyectos: Puede ser misericordioso conmigo en atención a mi ignorancia, pero no está obligado a facilitarme el triunfo humano.
 
No es nada fácil intuir el peligro que existe lejos de la perfecta sintonía divina mientras se pretende permanecer en amistosa sintonía con el mundo: Mi compromiso con la vida, por ejemplo, me puede parecer más que suficiente una vez agotados los medios que autoriza la norma humana. Pero Dios puede estimar que estoy obligado a conocer y sostener en profundidad sus atributos de supremacía sobre el consenso humano, hasta apurar todas las opciones moralmente legítimas: Porque ya ha advertido que la impunidad del exterminio de inocentes le impacienta a Él y me sitúa a mí en la antesala de la necedad (Za. 11, 5 y 8). Su respuesta a una petición de auxilio demasiado pertinaz en la prudencia humana puede abandonarme, en aras de su misericordia, hasta experimentar todas las consecuencias de mi propia interpretación de la caridad.
 
Lo primero que súplica mi oración es pues la luz de la verdad, para que mi ejercicio de la caridad escape de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal (CiV,3). El horizonte humano de la caridad no llama necesariamente a consentir, porque hoy, con mayor frecuencia, es preciso disentir hasta la más dolorosa contradicción: En eso consiste nuestro munus profético como bautizados en Cristo. Lo suplico para mí antes que para cualquier estamento o jerarquía de la Iglesia, porque sé muy bien hasta que punto es mi interior, como el vuestro, el lugar donde se ventila el desenlace de todas las grandes cuestiones: Tal es el misterio y la grandeza de la comunión de los santos.
 
Un amigo versado en las Escrituras me explicaba hace poco que los plateros fijan el punto de purificación de la plata en el momento en que ven reflejadas sus caras en el metal…Y quizá por ello nuestro Creador y Padre refiere la plenitud de su respuesta a nuestras oraciones, específicamente para nuestro tiempo, al momento en que nosotros reflejemos, como  metal precioso purgado en el fuego (Za 13, 9) el rostro humano y divino de su Hijo.
 
Desgraciadamente, las purgas en el fuego no son agradables, por lo que conviene llegar a la intimidad del Señor pronto - ¡muy, muy pronto! - y por otros caminos, por mucho que éstos nos parezcan ahora arduos o intransitables. Más ¿cómo transmitir una lectura del presente que casi nadie desea reconocer? Con procedimientos extraordinarios, que en mi caso comienzan suplicando a Jesucristo que nos facilite, que todos logremos, dicha identificación con su imagen mediante la más genuina caridad, aquella que no se acomoda en el orgullo ni en el miedo: Aquella que pone el honor de Dios por encima de todas las consideraciones horizontales y sirve al prójimo con el viático de la verdad completa y sin recortes. Esa verdad tan por encima de mis posibilidades humanas, que hoy reclaman los signos de los tiempos.
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