Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Sobreponer la esperanza (y III)


Es el tiempo de los sencillos sin medios; del milagro de la comunicación espiritual y del boca a boca que traslada los mensajes celestiales a los confines de la tierra

por J.C. García de Polavieja P.

Opinión

“¡Una voz! Tus vigías alzan la voz, dan gritos de júbilo juntos, porque con sus ojos ven el retorno de Yahvéh a Sión” (Is 52, 8). El corazón tiene “ojos” que hoy se dilatan de gozo ante el Retorno del Señor. Por eso no nos afecta el escepticismo, incapaz de hacer mella allí donde el Corazón de Jesús ha ido multiplicando sus avisos hasta convertirlos en certeza indestructible: Un fuego interior que pugna por irradiarse. El amor de los Hijos de Dios, cuya revelación la misma creación aguarda con impaciencia (Rom 8, 19).

Es ahora, mientras la tormenta arrecia, cuando hay que pertrecharse de alegría sabiendo el amanecer cercano. Podemos dar cuenta de nuestra esperanza, que no se cifra en soluciones humanas para un mundo que ya no las tiene (al borde de un desastre radiactivo inimaginable) sino que se apoya en la certeza de la proximidad de Jesucristo: ¡El Señor regresa! ¡El Señor viene rasgando las nubes del cielo, para establecer una justicia como los hombres jamás han conocido! Aquel que ascendió a la vista de sus discípulos regresa ya, y lleva escrito un nombre en su mano y en su muslo: “Rey de reyes y Señor de señores” (cf. Ap 19, 16): Si no hay fe suficiente para reconocer este regreso, tampoco la habrá para ninguno de los grandes signos del Evangelio…

¡Bienaventurados los que tenéis hambre y sed de justicia, porque seréis saciados! ¡Bienaventurados los que trabajáis por la paz – por la verdadera paz, no por el camelo global - porque seréis llamados hijos de Dios! ¡Bienaventurados los que sois injuriados, perseguidos y calumniados por causa de Jesús, porque vuestra recompensa será grande! ¡Bienaventurados los mansos, porque vosotros poseeréis en herencia la tierra! (Mt 5, 511): El último imperio (Ap 17, 10) ya ejerce su tiranía global - que todavía crecerá y dominará más - pero será súbitamente desinflada por obra de Cristo. ¡Que tiemblen los instalados en la cultura de la muerte, porque serán zarandeados con furia! ¡Que tiemblen los que pisotean el derecho natural; los “científicos” y mercaderes de la contaminación; los fabricantes de guerras injustas y sus corifeos mediáticos, porque serán tratados como merecen! ¡Que tiemblen los que maquinan mentiras universales, porque quedarán expuestos ante la Verdad!
Jesucristo viene, y esta vez no como hijo de artesano sino montado en caballo blanco y seguido por los ejércitos del cielo (cf. Ap 19, 1114): ¡Ay de los que, por segunda vez, equivoquen el talante de su venida! Infelices los que hace veinte siglos le esperaban como Mesías justiciero y no supieron reconocerle como varón de dolores. Pero, atención: ¡Más necios aun los que especulan con su nombre desacralizado, homologado al mal, cuando ya se anuncia su retorno como Mesías! ¿Cómo podéis hablar de Cristo sin haber atendido en absoluto a su palabra?

Dar cuenta de nuestra esperanza significa sobreponerla a las tramoyas del imperio satánico: No aceptar jamás la depravación impuesta como norma al mundo. Hay que anunciar al verdadero Salvador, Dios encarnado, nacido de la Virgen María, muerto hace veinte siglos por nuestros pecados; clavado en esa Cruz que espanta a la cultura dominante, gloriosamente resucitado y a punto de regresar… No preparar el terreno al farsante agazapado entre las sectas; al próximo “pacificador” de conflictos planeados y ensangrentados para su lucimiento, o “milagroso” vencedor de penurias provocadas antes por sus sicarios: No a esa encarnación de soberbia disfrazada (C.C.E. 675).

Dar cuenta de nuestra esperanza significa mostrar nuestra Fe, en este año que la invoca, convertida en testimonio de todo lo que sabemos inminente. Hacerlo con paciente caridad: Para entender el tiempo hay que creer y, para creer hay que escuchar a Jesucristo y a su Madre. El Espíritu que sostiene la Iglesia ha enriquecido, pese a todas las oposiciones, la liturgia de las Horas, con cánticos del Apocalipsis y de San Pablo que anuncian el reinado glorioso de Jesucristo en este mundo y la recapitulación de todas las cosas en Él. Hay que estar pendientes, a la escucha del Verbo que habla en las Sagradas Escrituras y además se vuelca sobre nosotros con el lenguaje de amor que brota de su Sagrado Corazón: No existe fe eficiente de espaldas al Jesús que manifiesta su voluntad - y su inmediato retorno - a través de los sencillos.

Sobreponer la esperanza significa también sentir con la verdadera Iglesia, que se alza contra el pecado estructural: Una lealtad sin fisuras a su enseñanza moral inmutable, a sus dogmas intocables y a su disciplina trascendente. Viéndola acosada dentro de la misma red de Pedro, prestar oídos al Vicario de Cristo que se siente traicionado, y poner nuestra oración y nuestro sacrificio en la balanza…Significa aprender a compaginar la obediencia a las jerarquías con nuestra adhesión anterior a Dios y a su Ley: Ejercicio de paciencia y clarividencia que obliga a ser sencillos como palomas y prudentes como serpientes (cf. Mt 10, 16).

No es hora de discutir la ceguera de los tiempos. Quienes no hayan advertido sus signos, ni prestado atención a la Madre que se prodiga en avisos, no se abrirán por nuestras palabras. Tampoco es, todavía, tiempo de salir a las plazas a dar cuenta de estas verdades novísimas: Son verdades demasiado ácidas para paladares estragados…Pero tampoco nos sirven las medias verdades, ni las programaciones “tolerantes”, ni las falsas caridades que disimulan el mal. Tampoco nos cuadran los vestíbulos del sincretismo New-age. Paciencia. Todo llegará… Porque el Espíritu Santo está a punto, y los que ahora no escuchan sí lo harán mañana. Entre tanto, es la hora del anuncio del retorno y del alerta a las conciencias.

Es el tiempo de los sencillos sin medios; del milagro de la comunicación espiritual y del boca a boca que traslada los mensajes celestiales a los confines de la tierra. Tiempo de construir nuestro templo interior, tan resguardado que pasa desapercibido a la arrogancia apóstata. Somos demasiado pequeños para plantear otra batalla que no sea espiritual: Demasiado pacientes para apostrofar directamente a las estructuras autocomplacidas, que están siendo arrastradas sin ruido y sin enterarse (“peterbergerianamente”) hacia la de-secularización de intención teosófica.

Sobreponer la esperanza significa, sobre todo, estar atentos a la voz maternal de María, que nos habla al tiempo firme y cariñosa: “¡Sed valientes, hijos míos, y prepararos para los días de prueba que ya están encima, porque quien persevere encontrará su lugar en el Reino! ¡Yo soy vuestra arca de salvación! No hay nadie, absolutamente nadie, que no pueda refugiarse en Mí…”.
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