La hora del Papa Francisco
El Papa se ciñe al consejo evangélico porque "hay demonios que únicamente pueden ser vencidos mediante la oración y el ayuno" (Mt. 17, 20. Mc 9, 28). Al hacerlo pone en la balanza, por primera vez en muchos años, un factor capaz de cambiar la historia
La visión providencial del Papa Francisco se ha puesto de manifiesto estos últimos días, cuando la amenaza de la guerra se dibuja de manera siniestra en el horizonte. La terca voluntad de los presuntos amos del mundo - que no son los USA sino quienes mandan sobre los USA - de incendiar el planeta mediante un ataque contra Siria, no podía quedar sin respuesta por parte del mundo cristiano; y el Papa ha sabido hacerse intérprete de esa respuesta, actuando con decisión, inteligencia y valor.
Las súplicas de los cristianos sirios, que llevan años denunciando la farsa de una insurrección artificial, provocada y alimentada desde el exterior y sufren la persecución de los mercenarios fundamentalistas armados por “Occidente”, ha encontrado, por fin, un eco a la medida de las circunstancias: El gesto decidido por la paz del Papa es fácil aplaudirlo y secundarlo, pero no ha sido fácil de dar, porque implica un desafío – espiritual pero, quizá por eso mismo, aun más osado – al programa incendiario de las fuerzas oscuras que preparan el llamado N.O.M.
La convocatoria del domingo pasado (1 de septiembre) desde el balcón de San Pedro, para efectuar toda la Iglesia una jornada de oración y ayuno por la paz, durante este sábado 7 de septiembre, revela la visión del Papa, iluminada y fortalecida por el Espíritu Santo. Para quienes todavía albergaban recelos hacia él, este gesto debería sellar definitivamente la confianza en la acción fecunda del Espíritu sobre su Vicario: Porque sus implicaciones relativizan las viejas amistades y relaciones del Bergoglio bonaerense, demostrando que la cátedra romana y los intereses supremos de Jesucristo prevalecen sobre aquellas. Esto ya era visible gracias a otros actos de gobierno inspiradamente lúcidos, pero ahora se convierte en evidencia aplastante, porque las dimensiones de esta convocatoria desbordan el plano histórico para rozar lo escatológico.
El recurso a la oración y al ayuno como práctica universal, revela que Francisco es plenamente consciente no sólo del carácter preternatural, satánico, de la siembra de odio y de violencia que tiene lugar en Oriente Medio, sino, además, de sus disimuladas raíces globales. Del estadio rabioso y convulsivo de una hegemonía sobre muchas superestructuras económicas y políticas que tiene las horas contadas y que, por eso mismo, moviliza todo ese poder efímero para imponer sus designios. El Papa se ciñe al consejo evangélico porque “hay demonios que únicamente pueden ser vencidos mediante la oración y el ayuno” (Mt. 17, 20. Mc 9, 28). Al hacerlo pone en la balanza, por primera vez en muchos años, un factor capaz de cambiar la historia. Porque la realidad presente ya no puede transformarse mediante la sola proclamación de tiempos de gracia que, siendo las gracias rechazadas y despreciadas, malogran sus objetivos; sino que exige la aplicación de remedios más contundentes. Y el Papa los ha puesto en práctica con todas sus consecuencias y sin temblarle el pulso.
El mismo Francisco ha explicado detalladamente en la homilía del 3 de septiembre en Sta. Marta esta percepción suya de la naturaleza de las amenazas que enfrentan la Iglesia y el mundo actuales. Y su exposición transmite, no sólo un rigor doctrinal indudable, sino, también, una audacia pastoral que salta por encima de los tabúes progresistas y afronta con todas sus consecuencias la evidencia de la acción diabólica en el mundo: El Papa ha explicado con detalle la diferencia entre la luz de Jesús “que es mansa y humilde y llega al corazón” y la luz del mundo, que es “fuerte como un flash” pero incita a la soberbia. Ha advertido que el diablo se presenta “disfrazado de ángel de luz”. Se ha recreado tanto en distinguir estas luces y sus caminos opuestos, que sus palabras contenían un mensaje inequívoco: un llamamiento a no dejarse “iluminar”. Y, por si quedaba poco claro, ha concluido afirmando que “Jesús no necesita ejércitos para derrotar a los demonios”. En el contexto de su llamamiento a la oración y al ayuno de toda la Iglesia por la paz, esta homilía tiene el valor de un programa, y es seguro que ha provocado convulsiones rabiosas en bastantes medios, incluidos, por desgracia, algunos ámbitos eclesiásticos despechados en sus expectativas. Habiéndose asegurado, de manera genial, la continuidad en la lealtad de la Secretaría de Estado, al Papa le está siendo relativamente fácil ahora medir, estudiando el eco efectivo prestado a su convocatoria, las verdaderas dimensiones de la influencia del N.O.M. dentro de la Iglesia.
Es imposible pues exagerar la importancia de secundar al Papa Francisco en esta jornada decisiva. Es la hora del Vicario de Cristo frente al mundo. Nos jugamos el impedir una guerra trágica y cerrar paso a un futuro de esclavitud. Movilicemos pues, cueste lo que cueste, el mayor número de voluntades a la oración y a un ayuno que se nos hace muy cuesta arriba a la mayor parte de los fieles - excepto a los que, sabiamente, han prestado atención a los llamamientos reiterados al ayuno de la Virgen en Medugorje – y respaldar al Papa, permanentemente y sin desmayo, con oraciones capaces de sostenerle en su lucha bajo la protección del Cielo.
Las súplicas de los cristianos sirios, que llevan años denunciando la farsa de una insurrección artificial, provocada y alimentada desde el exterior y sufren la persecución de los mercenarios fundamentalistas armados por “Occidente”, ha encontrado, por fin, un eco a la medida de las circunstancias: El gesto decidido por la paz del Papa es fácil aplaudirlo y secundarlo, pero no ha sido fácil de dar, porque implica un desafío – espiritual pero, quizá por eso mismo, aun más osado – al programa incendiario de las fuerzas oscuras que preparan el llamado N.O.M.
La convocatoria del domingo pasado (1 de septiembre) desde el balcón de San Pedro, para efectuar toda la Iglesia una jornada de oración y ayuno por la paz, durante este sábado 7 de septiembre, revela la visión del Papa, iluminada y fortalecida por el Espíritu Santo. Para quienes todavía albergaban recelos hacia él, este gesto debería sellar definitivamente la confianza en la acción fecunda del Espíritu sobre su Vicario: Porque sus implicaciones relativizan las viejas amistades y relaciones del Bergoglio bonaerense, demostrando que la cátedra romana y los intereses supremos de Jesucristo prevalecen sobre aquellas. Esto ya era visible gracias a otros actos de gobierno inspiradamente lúcidos, pero ahora se convierte en evidencia aplastante, porque las dimensiones de esta convocatoria desbordan el plano histórico para rozar lo escatológico.
El recurso a la oración y al ayuno como práctica universal, revela que Francisco es plenamente consciente no sólo del carácter preternatural, satánico, de la siembra de odio y de violencia que tiene lugar en Oriente Medio, sino, además, de sus disimuladas raíces globales. Del estadio rabioso y convulsivo de una hegemonía sobre muchas superestructuras económicas y políticas que tiene las horas contadas y que, por eso mismo, moviliza todo ese poder efímero para imponer sus designios. El Papa se ciñe al consejo evangélico porque “hay demonios que únicamente pueden ser vencidos mediante la oración y el ayuno” (Mt. 17, 20. Mc 9, 28). Al hacerlo pone en la balanza, por primera vez en muchos años, un factor capaz de cambiar la historia. Porque la realidad presente ya no puede transformarse mediante la sola proclamación de tiempos de gracia que, siendo las gracias rechazadas y despreciadas, malogran sus objetivos; sino que exige la aplicación de remedios más contundentes. Y el Papa los ha puesto en práctica con todas sus consecuencias y sin temblarle el pulso.
El mismo Francisco ha explicado detalladamente en la homilía del 3 de septiembre en Sta. Marta esta percepción suya de la naturaleza de las amenazas que enfrentan la Iglesia y el mundo actuales. Y su exposición transmite, no sólo un rigor doctrinal indudable, sino, también, una audacia pastoral que salta por encima de los tabúes progresistas y afronta con todas sus consecuencias la evidencia de la acción diabólica en el mundo: El Papa ha explicado con detalle la diferencia entre la luz de Jesús “que es mansa y humilde y llega al corazón” y la luz del mundo, que es “fuerte como un flash” pero incita a la soberbia. Ha advertido que el diablo se presenta “disfrazado de ángel de luz”. Se ha recreado tanto en distinguir estas luces y sus caminos opuestos, que sus palabras contenían un mensaje inequívoco: un llamamiento a no dejarse “iluminar”. Y, por si quedaba poco claro, ha concluido afirmando que “Jesús no necesita ejércitos para derrotar a los demonios”. En el contexto de su llamamiento a la oración y al ayuno de toda la Iglesia por la paz, esta homilía tiene el valor de un programa, y es seguro que ha provocado convulsiones rabiosas en bastantes medios, incluidos, por desgracia, algunos ámbitos eclesiásticos despechados en sus expectativas. Habiéndose asegurado, de manera genial, la continuidad en la lealtad de la Secretaría de Estado, al Papa le está siendo relativamente fácil ahora medir, estudiando el eco efectivo prestado a su convocatoria, las verdaderas dimensiones de la influencia del N.O.M. dentro de la Iglesia.
Es imposible pues exagerar la importancia de secundar al Papa Francisco en esta jornada decisiva. Es la hora del Vicario de Cristo frente al mundo. Nos jugamos el impedir una guerra trágica y cerrar paso a un futuro de esclavitud. Movilicemos pues, cueste lo que cueste, el mayor número de voluntades a la oración y a un ayuno que se nos hace muy cuesta arriba a la mayor parte de los fieles - excepto a los que, sabiamente, han prestado atención a los llamamientos reiterados al ayuno de la Virgen en Medugorje – y respaldar al Papa, permanentemente y sin desmayo, con oraciones capaces de sostenerle en su lucha bajo la protección del Cielo.
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