Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Se mire como se mire, no hay «dos Papas»


Un hombre deja de ser Papa cuando muere o cuando renuncia al cargo por una manifestación clara y libre de su voluntad de hacerlo. Así que nunca hay "dos Papas". Sea lo que sea un "Papa emérito", está clarísimo que no es "el Papa".

por George Weigel

Opinión

La vida, incluso la vida católica, está llena de ambigüedades, pero algunas cosas, o son, o no son. O es un Toyota o es un Ford. O estás bautizado o no lo estás.
 
Parecería que el papado es una de esas realidades que o-eres-o-no-eres. Según la ley de la Iglesia, un hombre se convierte en Papa en el momento en el que acepta su elección (suponiendo que sea obispo; si no, se convierte en Papa después de que, inmediatamente, se le consagre obispo). Un hombre deja de ser Papa cuando muere o cuando renuncia al cargo por una manifestación clara y libre de su voluntad de hacerlo. Así que nunca hay "dos Papas". Sea lo que sea un "Papa emérito", está clarísimo que no es "el Papa".
 
Desde la abdicación del Papa Benedicto XVI ha habido voces que insistían en que el Papa Benedicto realmente no quiso abdicar, o no lo hizo canónicamente, o simplemente renunció a la carga del gobierno pero de algún modo siguió siendo "Papa" u otras tonterías semejantes... y ello a pesar de la insistencia de Benedicto en que sí, en que quiso hacer exactamente lo que hizo.

Hasta hoy, esas voces se habían limitado al ámbito difuso de los comentaristas católicos, donde abundan las teorías de la conspiración; a profesores con mucho tiempo libre; y a columnistas (principalmente italianos) con columnas que rellenar. Hace algunas semanas, sin embargo, este revuelo absolutamente innecesario fue exacerbado por el veterano secretario de Benedicto, el arzobispo Georg Gänswein, actualmente prefecto de la Casa Pontificia.
 
Durante una conferencia en Roma, Gänswein dijo (según un reportaje en el National Catholic Register [ver texto en español en Un puente de fe])  que Benedicto "había dejado el trono papal", pero no había "abandonado [el] ministerio" que había aceptado "en abril de 2005": de tal modo que, si bien no hay "dos Papas", hay de facto un ministerio [petrino] "expandido" con un miembro activo (esto es, el Papa Francisco) y un "miembro contemplativo" (esto es, el Papa emérito Benedicto).
 
Por este motivo, continuaba Gänswein, Benedicto XVI “no ha renunciado ni a su nombre ni a la sotana blanca” y por este motivo “tampoco se ha aislado en un monasterio, sino que sigue dentro del Vaticano, como si solo hubiese dado un paso al lado para hacer hueco a su sucesor y abrir una nueva etapa en la historia del papado”.
 
¿Tenemos entonces uno que es Simón y otro que es Pedro?
 
No. El oficio petrino no es divisible de ninguna forma, ni puede ser una diarquía en la que uno ejerce la misión de gobernar y otro ejerce la misión de rezar. Toda la Iglesia da la bienvenida a las oraciones de Joseph Ratzinger por el Cuerpo de Cristo, por el mundo y por el Papa Francisco. Pero esas oraciones no constituyen una especie de extensión del ministerio petrino al que Benedicto XVI renunció a las ocho de la mañana del 28 de febrero de 2013. Esas oraciones son las oraciones de un hombre grande y bueno, pero desde esa fecha y esa hora no son las oraciones de un Papa ni de una especie de semi-Papa.
 
La referencia del arzobispo Gänswein al título y las vestiduras confirman lo que muchos pensamos hace tres años: las decisiones que se tomaron en 2013 sobre ambos asuntos fueron un error. Es cierto que el antiguo obispo de una diócesis es su “obispo emérito” mientras viva, porque conserva el carácter indeleble de la ordenación episcopal; pero el ministerio petrino carece de ese carácter. Uno desempeña el oficio de Pedro o no lo desempeña. Y enturbia completamente las aguas sugerir que hay cualquier analogía apropiada entre un obispo diocesano retirado y un Papa que ha abdicado.
 
El antiguo Benedicto XVI debería haber vuelto a ser el cardenal Joseph Ratzinger, o quizá simplemente el “obispo Joseph”. Y con todo respeto a un hombre a quien estimo y que tuvo conmigo muchos gestos amables durante casi dos décadas, no debería haber conservado ni siquiera una variante de las vestiduras propias de un Papa. En el mundo de la imagen, la sotana blanca y el solideo vestidos por un hombre que ya no es Papa envían una señal equivocada.
 
Una abdicación papal, sean cuales sean las circunstancias, implica renunciar al oficio de Pedro, no su reconsideración. No resultará nada bueno de sugerir que en nuestros días el ministerio petrino ha sido redefinido o expandido.

Publicado en First Things.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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