La cuestión más profunda en el sínodo
El planteamiento de Kasper, reflejado en los informes de las conferencias episcopales alemana y suiza para el sínodo del mes que viene, absolutiza la historia hasta el punto que relativiza, y en última instancia degrada, la Revelación.
por George Weigel
Mirando la controversia que precedió a la encíclica de 1968 del Papa Pablo VI, Humanae Vitae, me da la impresión de que había en juego algo más profundo que la cuestión de los métodos moralmente apropiados para regular la fertilidad humana. Detrás de ese debate, otra cuestión estaba siendo contestada: ¿cómo deben plantear los católicos la teología moral?
Las fuerzas que empujaban a un cambio respecto al antiguo rechazo por parte de la Iglesia de los métodos anticonceptivos artificiales estaban presionando también para que se aceptara y aprobara un nuevo método moral-teológico (el “proporcionalismo”) como nuevo modo de pensar del catolicismo en las difíciles cuestiones de la vida moral. Los que defendían la posición tradicional de la Iglesia defendían, por el mismo motivo, un modo de razonamiento moral más clásico. Los que defendían el cambio negaban que hubiese "actos intrínsecamente malos" porque las elecciones morales, argumentaban, deben ser juzgadas según un cálculo "proporcional" que incluye intención, acción y consecuencia. Los defensores de la tradición sostenían que algunas cosas eran siempre y en todas partes erróneas, en ellas mismas y por ellas mismas.
Por consiguiente, defendiendo la visión de la Iglesia según la cual usar los ritmos naturales de fertilidad es el modo apropiado para regular los nacimientos, Pablo VI estaba rechazando el empuje de los proporcionalistas, evitando así que pudieran convertirse en el perro-guía de la teología moral católica, un rechazo que fue recalcado en 1993 por la encíclica de Juan Pablo II Veritatis Splendor.
Un brillante artículo del filósofo católico alemán, el profesor Thomas Stark, sugiere que la misma dinámica -un argumento detrás de otro argumento- puede estar en marcha en las controversias que se difundirán durante el sínodo de los obispos de octubre.
Según su meticuloso análisis de los elementos intelectuales del proyecto teológico del cardenal Walter Kasper, el profesor Stark sostiene que para éste la noción de lo que podríamos llamar en teología “dones sagrados” ha sido desplazada por la idea de que nuestra percepción de la verdad está siempre condicionada por el flujo de la historia; por lo tanto, no hay realmente "dones sagrados" a los que la Iglesia tenga que rendir cuentas. Tomemos un ejemplo relevante del sínodo del año pasado: según la teoría de Kasper, la enseñanza de Cristo sobre la indisolubilidad del matrimonio, supuestamente "dada" en la Escritura, debe ser "leída" a través del prisma de la turbulenta experiencia histórica del presente, en la que el "matrimonio" se experimenta de muchas maneras y en la que muchos católicos se divorcian. Y esta "lectura" determinada por la historia llevará, a su vez, a moderar lo que antes parecía estar establecido, a saber: que para la Iglesia las personas casadas en segundas nupcias y cuyo primer matrimonio no ha sido declarado nulo no pueden acceder a la comunión porque están viviendo en lo que, objetivamente, es una relación adúltera.
Stark cita a Kasper en el sentido de que la historia, según éste, lo es todo. Es más, lo que sucede en la historia no sucede encima, por decirlo de algún modo, del firme fundamento de las-cosas-son-como-son: no hay cosas-que-son-como-son. Más bien, escribe Kasper, “la historia es la estructura última de toda la realidad”. Parece ser que para el cardenal no hay nada que propiamente se pueda describir como “naturaleza humana”, de cuyo atento estudio se desprenderían verdades morales. Sólo hay humanidad en el flujo de la historia. Y del mismo modo que no hay "naturaleza humana" -sino sólo experiencia histórica-, no hay tampoco Escritura entendida como "don sagrado". Existe sólo una Escritura que va evolucionando en una Iglesia que se está precipitando río abajo, en los rápidos de aguas bravas de la historia. Por lo tanto, Kasper puede escribir sin sonrojarse que “la verdad del Evangelio sólo puede surgir como resultado de un consenso”, lo que parece estar en tensión con la noción de que la "verdad del Evangelio" es un don que Jesucristo hace a la Iglesia y al mundo: un "don sagrado".
La tendencia de algunas corrientes teológicas católicas antiguas a reducir la teología a una serie de ecuaciones lógicas fue un problema corregido en parte con el redescubrimiento, en el siglo XX, de la historia como fuente de reflexión teológica. Pero el planteamiento de Kasper, reflejado en los informes de las conferencias episcopales alemana y suiza para el sínodo del mes que viene, absolutiza la historia hasta el punto que relativiza -y en última instancia degrada- la Revelación, los "dones sagrados" que son la estructura permanente de la vida cristiana.
Y éste es un problema muy serio.
Publicado en First Things.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Las fuerzas que empujaban a un cambio respecto al antiguo rechazo por parte de la Iglesia de los métodos anticonceptivos artificiales estaban presionando también para que se aceptara y aprobara un nuevo método moral-teológico (el “proporcionalismo”) como nuevo modo de pensar del catolicismo en las difíciles cuestiones de la vida moral. Los que defendían la posición tradicional de la Iglesia defendían, por el mismo motivo, un modo de razonamiento moral más clásico. Los que defendían el cambio negaban que hubiese "actos intrínsecamente malos" porque las elecciones morales, argumentaban, deben ser juzgadas según un cálculo "proporcional" que incluye intención, acción y consecuencia. Los defensores de la tradición sostenían que algunas cosas eran siempre y en todas partes erróneas, en ellas mismas y por ellas mismas.
Por consiguiente, defendiendo la visión de la Iglesia según la cual usar los ritmos naturales de fertilidad es el modo apropiado para regular los nacimientos, Pablo VI estaba rechazando el empuje de los proporcionalistas, evitando así que pudieran convertirse en el perro-guía de la teología moral católica, un rechazo que fue recalcado en 1993 por la encíclica de Juan Pablo II Veritatis Splendor.
Un brillante artículo del filósofo católico alemán, el profesor Thomas Stark, sugiere que la misma dinámica -un argumento detrás de otro argumento- puede estar en marcha en las controversias que se difundirán durante el sínodo de los obispos de octubre.
Según su meticuloso análisis de los elementos intelectuales del proyecto teológico del cardenal Walter Kasper, el profesor Stark sostiene que para éste la noción de lo que podríamos llamar en teología “dones sagrados” ha sido desplazada por la idea de que nuestra percepción de la verdad está siempre condicionada por el flujo de la historia; por lo tanto, no hay realmente "dones sagrados" a los que la Iglesia tenga que rendir cuentas. Tomemos un ejemplo relevante del sínodo del año pasado: según la teoría de Kasper, la enseñanza de Cristo sobre la indisolubilidad del matrimonio, supuestamente "dada" en la Escritura, debe ser "leída" a través del prisma de la turbulenta experiencia histórica del presente, en la que el "matrimonio" se experimenta de muchas maneras y en la que muchos católicos se divorcian. Y esta "lectura" determinada por la historia llevará, a su vez, a moderar lo que antes parecía estar establecido, a saber: que para la Iglesia las personas casadas en segundas nupcias y cuyo primer matrimonio no ha sido declarado nulo no pueden acceder a la comunión porque están viviendo en lo que, objetivamente, es una relación adúltera.
Stark cita a Kasper en el sentido de que la historia, según éste, lo es todo. Es más, lo que sucede en la historia no sucede encima, por decirlo de algún modo, del firme fundamento de las-cosas-son-como-son: no hay cosas-que-son-como-son. Más bien, escribe Kasper, “la historia es la estructura última de toda la realidad”. Parece ser que para el cardenal no hay nada que propiamente se pueda describir como “naturaleza humana”, de cuyo atento estudio se desprenderían verdades morales. Sólo hay humanidad en el flujo de la historia. Y del mismo modo que no hay "naturaleza humana" -sino sólo experiencia histórica-, no hay tampoco Escritura entendida como "don sagrado". Existe sólo una Escritura que va evolucionando en una Iglesia que se está precipitando río abajo, en los rápidos de aguas bravas de la historia. Por lo tanto, Kasper puede escribir sin sonrojarse que “la verdad del Evangelio sólo puede surgir como resultado de un consenso”, lo que parece estar en tensión con la noción de que la "verdad del Evangelio" es un don que Jesucristo hace a la Iglesia y al mundo: un "don sagrado".
La tendencia de algunas corrientes teológicas católicas antiguas a reducir la teología a una serie de ecuaciones lógicas fue un problema corregido en parte con el redescubrimiento, en el siglo XX, de la historia como fuente de reflexión teológica. Pero el planteamiento de Kasper, reflejado en los informes de las conferencias episcopales alemana y suiza para el sínodo del mes que viene, absolutiza la historia hasta el punto que relativiza -y en última instancia degrada- la Revelación, los "dones sagrados" que son la estructura permanente de la vida cristiana.
Y éste es un problema muy serio.
Publicado en First Things.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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