Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Una nueva demencia escolar

Manos jugando con una consola y pantalla.
Niños que ya se pasan horas jugando con una pantalla, condenados también a «aprender» con otra: sin leer, sin escribir, sin memorizar, sin pensar. Una apuesta decidida del sistema educativo por el analfabetismo. Foto (contextual): Glenn Carstens Peters / Unsplash.

por Juan Manuel de Prada

Opinión

Tras la plaga de los ‘colegios bilingües’, que está creando analfabetos en dos idiomas, llega una nueva demencia a las escuelas, que aboga por una enseñanza sin libros, confiada a los avances tecnológicos. Por supuesto, como también ocurrió con la nefasta educación bilingüe, esta nueva engañifa contará con la entusiástica adhesión de una generación de papás desnortados, enfermos de modernitis (pero en realidad envenenados de traumas y empachados de propaganda), que se dejarán engolosinar, convencidos de que así sus hijitos recibirán «una educación mejor que la que nosotros recibimos». Desde luego, será mucho más eficaz en el propósito de convertir a sus hijos en analfabetos funcionales, tarea que con sus padres sólo logró a medias.

A mi pobre sobrino ya le han anunciado la implantación en su escuela de este nuevo método pedagógico, que jubilará los libros de texto y lo mantendrá prendido a la pantalla de un ordenador, a través de la que recibirá ‘contenidos’ y pondrá a prueba sus ‘destrezas’… ¡incluso para el dibujo! Pues estos psicópatas que pretenden arruinar a la nueva generación no se conforman con erradicar de su horizonte los libros, no se conforman con privarlos de la tentación de la escritura, también quieren evitar que empuñen un carboncillo o un pincel. Quieren tenerlos absortos ante una pantalla, convertida en una suerte de espejito que, a imitación del que halagaba a la madrastra de Blancanieves, les diga que son los mejor preparados. Y si todavía queda algún padre renuente a esta nueva forma de barbarie, se lo demoniza, señalándolo como un rigorista rancio, incapaz de dar el gran salto (hacia el vacío). Por supuesto, para la introducción de esta nueva demencia escolar, también se utilizarán diversas pamplinas emotivistas (¡gracias a la tecnología nuestros hijitos ya no tendrán que cargar con esas mochilas que les destrozan la columna!) y economicistas, con las que se tratará de enmascarar la única verdad que importa. Una verdad demasiado dolorosa que los papás olvidan y los pedagogos al servicio de turbios intereses comerciales se esfuerzan por silenciar.

Esa verdad dolorosa la explica a la perfección el psiquiatra y neurólogo alemán Manfred Spitzer en su libro Demencia digital, donde nos muestra sin ambages el efecto destructivo que las nuevas tecnologías ejercen sobre nuestras conexiones neuronales y, en general, sobre el funcionamiento de nuestro cerebro. Spitzer nos recuerda que las neuronas, al igual que los músculos, se fortalecen con el ejercicio; y que unas neuronas que han dejado de afrontar retos, fiándolo todo a la información que se les suministra a través de una pantalla, acaban volviéndose perezosas y prematuramente viejas. Desde el GPS que ha embotado nuestro sentido de la orientación hasta el buscador que nos brinda respuestas inmediatas (que olvidamos con la misma rapidez con que las obtenemos), Spitzer nos ofrece un panorama demoledor de las atrofias que las nuevas tecnologías están perpetrando en nuestro cerebro, por falta de uso. Pues nuestra capacidad para descifrar el mundo es directamente proporcional al esfuerzo inquisitivo que empleamos en hacerlo.

Especialmente vulnerables a esta demencia digital son, a juicio de Spitzer, las nuevas generaciones, sometidas desde la infancia a una invasión tecnológica que encuentra uno de sus principales cómplices en esta nueva demencia educativa. Spitzer señala que los artilugios tecnológicos son incompatibles con un auténtico aprendizaje, que sólo puede alcanzarse mediante sinapsis neuronales que procesen el conocimiento. Los artilugios electrónicos reducen exponencialmente la profundidad de este procesamiento, destruyendo nuestra capacidad de concentración, aminorando nuestras posibilidades retentivas y nemotécnicas (pues siempre tendemos a olvidar más fácilmente aquello que sabemos que podremos volver a consultar fácilmente), en definitiva, agravando nuestra tendencia a la dispersión. Por no hablar de las dependencias y adicciones desintegradoras de la personalidad, así como otros trastornos neurológicos (ansiedad, hiperactividad, déficit de atención, insomnio, etcétera) que fomenta la tecnología.

Y el caso es que todos somos conscientes de los perniciosos efectos que la tecnología ejerce sobre nuestras facultades intelectivas, sobre nuestra atención, sobre nuestra memoria, sobre nuestros recursos asociativos; sobre la transmisión de conocimiento, en fin, que con la introducción de esta nueva demencia escolar será todavía más superficial e inconsistente. Pero la fascinación tecnológica (alentada de complejos y propagandas aturdidoras) es el sino de nuestra época; y en su altar se sacrifica lo que haga falta, empezando por el sentido común y terminando por nuestros hijos.

Publicado en XLSemanal.

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