El trasfondo del aborto
La defensa del aborto se produce, simple y llanamente, porque éste constituye una pieza imprescindible para que funcione el ideal de sexualidad sin compromiso que se ha convertido, desde hace ya varios decenios, en el sucedáneo de paraíso terrenal que se ofrece a la ciudadanía.
por Pedro Trevijano
La mentalidad proabortista es consecuencia de hábiles campañas masivas de engaño, fomentadas por muchos políticos y la mayoría de los medios de comunicación, pues defender el aborto es políticamente correcto, lo que muestra el deterioro moral de nuestra sociedad. El constante crecimiento de abortos en nuestro país nos indica que los medios empleados para combatirlo, que se apoyan oficial y ordinariamente tan solo en el preservativo, son un desastre y nos recuerdan la terrible responsabilidad de quienes promueven la banalización y trivialización de la sexualidad, así como la legislación contra la familia, con las consecuencias que vemos. En cambio, quienes pretenden apoyarse en valores éticos, morales y religiosos, son activamente combatidos porque enseñar castidad, abstinencia, fidelidad y condón no es políticamente correcto, como les sucedió a los cinco médicos del Hospital Carlos III de Madrid, y denuncié en mi artículo «Un escándalo para hipócritas». Y lo que todavía es peor, hay un apoyo descarado a los fraudes de ley y a los centros abortistas, presentando el aborto como un derecho de la mujer, un triunfo social y no como un terrible fracaso. Como justificaciones del aborto al que sus partidarios llaman interrupción voluntaria del embarazo, eufemismo con el que se intenta suavizar su terrible dramaticidad, pues en realidad es un acto simple y cruel de interrupción de una vida humana que supone la finalización violenta y definitiva del embarazo, que tiene todo de violenta y muy poco de voluntaria, se emplean argumentos del tipo que la mujer, a la que tampoco llaman madre, pues resulta muy duro decir que con el aborto se autoriza a una madre a matar a su propio hijo, tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo, porque la maternidad ha de ser libre y no podemos imponer a ninguna mujer el ser madre si no lo desea («su vientre le pertenece»). O bien se piensa que el óvulo fecundado, aunque ser vivo, es sólo un conjunto de células y está aún lejos de ser hombre, o como mucho sólo es persona en potencia, puesto que le falta bastante para llegar al dintel de lo consciente, o que en los primeros tiempos el embrión no es persona puesto que el alma racional sólo se une al cuerpo tras algún tiempo. También, que únicamente puede llamarse persona humana al embrión efectivamente destinado a ser hombre, aceptándolo y decidiendo introducirle un día en la comunidad humana, o que es menos inmoral cometer un aborto que traer al mundo un niño no deseado, e incluso se alega que el primer derecho del niño es nacer sano y que se trata, si no es así, de evitarle los sufrimientos que le van a ocasionar su condición de enfermo o discapacitado. El aborto, parte del nuevo «paraíso terrenal» La defensa del aborto se produce simple y llanamente porque éste constituye una pieza imprescindible para que funcione el ideal de sexualidad sin compromiso que se ha convertido, desde hace ya varios decenios, en el sucedáneo de paraíso terrenal que se ofrece a la ciudadanía. Por todo ello la pregunta que hay que hacer a los partidarios del aborto es: ¿lo que se destruye en el aborto es un ser humano, una vida humana o no, y si no lo es, qué es exactamente y por qué su destrucción es un drama? No hay que olvidar tampoco los poderosísimos intereses creados en torno al aborto, con ganancias de muchos millones de euros, no sólo para los dueños de las clínicas abortivas privadas, que es donde se realizan la gran mayoría, y para quienes trabajan en ellas, sino también los beneficios derivados del tratamiento psicológico o psiquiátrico al que tantas mujeres se ven en la necesidad de recurrir tras su aborto, ni la trágica ironía que, siendo muchos movimientos feministas los que lo defienden, actualmente, como se puede conocer el sexo ya en el período prenatal, cada vez se realizan más abortos por motivo del sexo, siendo las niñas las principales víctimas, sucediendo esto ya en gran escala en China e India, y donde hay un gran desfase de varios millones entre el número de chicos y el de chicas. Muchos, además, confunden lo legal con lo lícito o moral, y se creen que, puesto que se permite, se puede hacer, e incluso, como nuestro Presidente de Gobierno, pretenden elevarlo a la categoría de derecho, actitudes que no dejan de ser aberraciones morales. Por todo ello, se ha de defender el derecho del nonato desde el momento de su concepción a vivir. El criterio ha de ser el respeto absoluto a la vida humana, aparte de que hay una diferencia radical entre morir y dar muerte. El aborto es una elección antinatural que tiene como consecuencia la muerte de un ser humano en desarrollo. El problema de los embarazos no deseados por ser fruto de relaciones sexuales irresponsables, no se puede tratar de resolver recurriendo al expediente criminal de abortar. Es indiscutible que el ser más afectado por el aborto es el propio nonato, que es un tercero distinto del padre y de la madre, y que todos nosotros hemos sido un día embriones, afortunadamente respetados. Una postura abierta y de avance no es el defender la libertad de abortar, sino la libertad del nonato a vivir.
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